Algo tienen los actos cíclicos que nos apaciguan. Como los rosarios o las letanías, corregir exámenes también nos deja alelados. Baja nuestro tono vital y, en contrapartida, se nos muere el ansia por ansiar. Cuando machacas a actos reiterativos tu vida, tu espíritu se libera de la exigencia de estar vivos. Te viene un bajón de actividad, se adormece el empeño, quedas en silencio, medio castrado, medio dormido, medio tranquilo, en cambio.
La luna está casi en todo lo alto. Pienso en el brillo ojeroso de los osarios, de los ritos, de los generadores de suerte. Me empeño por adorar mis secretos. ¿A quién se lo pido? A Dios, tal vez. A la Madre Iglesia, que ya sí tolera los condones, a los astros o a las musas. No me importa, porque no tengo una respuesta conclusiva. (Tal vez porque no la busco). Solo deseo soñar, sentir, que la próxima entrada, tal vez, me permita escribir con letras de oro la noticia que siempre he querido escribir.
Busco un cáncamo celúreo que me permita fijar mis sueños a mi vida, para mirarla sin torcer y sentirme orgulloso. Quiero fijar mi ambición, sentirla dentro, saberme domador de mis circunstancias, de todo aquello externo a mí que me rodea. Lo dejo sin decirlo, por si lo gafo. Puede que esta sea la semana, pero no lo digo. Puede que sea la semana. Puede que sí. Puede que sí. Y lo repito como un rosario, como una letanía. De ahí el símil.
Esta puede ser. La semana que me lleve a cumplir mi sueño. Puede que no, quién lo sabe. Pero puede que sí, y eso ya es mucho. Porque si cada día nos depara una oportunidad de cambiar nuestra vida para siempre, sospecho, esta vez va a ser algo más evidente de lo normal ese camino enterrado. Y si se desvanece, ¿qué? Y si se desvanece, se habrá intentado. Como otras veces, pero con más claridad.
No me asusta perder. Perder implica jugar. Jugar es divertido y nos permite seguir siendo niños. De ese modo, solo así, se inflama la
La luna está casi en todo lo alto. Pienso en el brillo ojeroso de los osarios, de los ritos, de los generadores de suerte. Me empeño por adorar mis secretos. ¿A quién se lo pido? A Dios, tal vez. A la Madre Iglesia, que ya sí tolera los condones, a los astros o a las musas. No me importa, porque no tengo una respuesta conclusiva. (Tal vez porque no la busco). Solo deseo soñar, sentir, que la próxima entrada, tal vez, me permita escribir con letras de oro la noticia que siempre he querido escribir.
Busco un cáncamo celúreo que me permita fijar mis sueños a mi vida, para mirarla sin torcer y sentirme orgulloso. Quiero fijar mi ambición, sentirla dentro, saberme domador de mis circunstancias, de todo aquello externo a mí que me rodea. Lo dejo sin decirlo, por si lo gafo. Puede que esta sea la semana, pero no lo digo. Puede que sea la semana. Puede que sí. Puede que sí. Y lo repito como un rosario, como una letanía. De ahí el símil.
Esta puede ser. La semana que me lleve a cumplir mi sueño. Puede que no, quién lo sabe. Pero puede que sí, y eso ya es mucho. Porque si cada día nos depara una oportunidad de cambiar nuestra vida para siempre, sospecho, esta vez va a ser algo más evidente de lo normal ese camino enterrado. Y si se desvanece, ¿qué? Y si se desvanece, se habrá intentado. Como otras veces, pero con más claridad.
No me asusta perder. Perder implica jugar. Jugar es divertido y nos permite seguir siendo niños. De ese modo, solo así, se inflama la