Aviones de papel

lunes, 25 de julio de 2011

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Hacía ya un par de horas que habían llegado a Florencia. La habitación era el lugar más acogedor y romántico que ella había visto nunca. Bueno, en realidad no, pero sí que es cierto que aquel espacio hueco formado por dos columnas y un dintel le provocaba unas ganas inmensas de follar. Nunca una ventana provocó tantas fantasías.

Repartieron las maletas, ordenaron y guardaron los recuerdos, así como los regalos y souvenires. Él salió a inspeccionar el lugar y trajo papel robado del salón del hotel: Guías turísticas, mapas, publicidad y periódicos. Un rollo.

Ella sólo pensaba en follar. En todas y cada una de las posturas en las que se podían compenetrar en aquella ventana con vistas al Duomo, lugar sagrado por excelencia. La ciudad más bonita del mundo, el hotel más romántico del lugar, paraíso de enamorados y enamoradizos, con aquellas vistas… ¡Y ella pensando en follar! No quería hacer el amor. Quería follar como una perra en celo. Gritar de forma que la oyera toda la ciudad. Aullar como una loca en aquella imponente y provocativa ventana. Y él lo sabía.

Se acercó a donde estaba ella, la abrazó por la espalda y la besó. Le susurró al oído, tal y como ella esperaba…

- Cariño… Vamos a…
- ¿Sí?
- ¡Vamos a hacer una competición de aviones de papel! Se trata de hacer lanzamientos e intentar tocar la pared de enfrente desde la ventana.

Aviones de papel, cómo no. Él lo sabía. Claro que lo sabía. Pero es divertido hacer esperar a alguien que quiere follar.

Arrancaron hojas de papel con anuncios de ópera, teatro y otros eventos y comenzaron los montajes y los lanzamientos. Primero preparación técnica. En la cama, dobleces y mejoras deducidas del lanzamiento anterior. A continuación vuelo. En la ventana, puntería y precisión.

Al poco rato la calle empezaba a estar llena de papeles doblados y la gente miraba raro. En realidad eran aviones, pero la gente sólo veía papeles retorcidos y desfallecidos tras un vuelo complicado. Es algo difícil de entender eso de que lluevan aviones como caídos del cielo sin que se trate de una campaña publicitaria. De nuevo a la cama. Miradas desconcertantes. Ella imaginándose que aquellas sugerentes puntas afiladas de los aviones eran embestidas lanzadas por él. Él, distraído. Ella mordiéndose el labio. Él mirándola como se mira cuando se va a preguntar algo:

- Cariño…
- ¿Sí?

Sin duda, era el momento. Él lo sabía. Ella también.

- ¿Puedo…?
- ¿Sí?
- ¿…utilizar este mapa para hacer otro avión?

El mapa. Claro. Cuando uno quiere follar no pregunta, sólo desgarra la ropa y arranca de cuajo tiras de piel con hambre de mordiscos y arañazos. Traza dobleces y resta una y otra capa, tratando de configurar al amante perfecto, como aquellas pruebas de vuelo en la cama. Hasta llegar al corazón. Ahí ya no hay manera de guardar la ropa.

- Sí, cielo, coge el mapa.

El siguiente lanzamiento fue espectacular. El nuevo avión, lleno de capitales y fronteras, sobrevoló la calle decidido a hacer cima. Estaba en vena. En el momento de máxima elevación, se abrieron los dobleces y el mapa quedó suspendido en el aire, cayendo lentamente en vaivén hasta el suelo. Un mal lanzamiento, pensó él, por aquello de los pliegues que no se aguantan.

Sin embargo, el avión cumplió su objetivo. Apenas unos minutos después del lanzamiento caminaban por la avenida unos turistas perdidos por la ciudad y, desde arriba, estos jóvenes lanzadores de sueños observaban anonadados cómo estos desconocidos tropezaban con su mapa, lo abrían y lo utilizaban para orientarse y llegar a su destino. Alucinante. El polvo fue alucinante.