Antonio

jueves, 16 de junio de 2011

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Hoy, de momento, estamos aquí.

Tenemos la frente vacía. Mi cuerpo responde, sin enfermedades, y me siento joven y con ganas de ganar y de perder. El vértigo y las guerras labradas no hacen que olvide las horas que he dejado sin llenar, pero sí las aprecio más. Está todo por venir, pero ya no soy un niño que gotea: el tiempo es un recurso finito. Fino y finito, que se agota.

Entra ligero el sol por la ventana y pienso que me gusta el sol. Escucho la brisa y el oleaje. En esta cama, de todos los veranos, bajo el faro más alto de toda España, me da por pensar que me gusta el olor a salitre, el tacto de la arena, todavía caliente, como los seres que piensan y que sienten.

Hoy, pues mañana será tarde, añado trazos sobre el calendario. El lastre de la cuenta del “debe” es pequeño. El “haber”, mayor. El “tener”, minúsculo. Minuciosamente paso revista y sonrío sobre los tiempos muertos. Sobre los muertos sin tiempo. Aquí y ahora sale el sol y me gusta el olor a salitre y la textura de arena incandescente. Aquí y ahora. Mañana, quizá, sea tarde. Mañana, como poco, ya no será hoy.

Hemos vivido tanto que nos olvidamos de que todos los días son tan importantes como aquel. Los desconocidos, las miradas nuevas… Cualquier camiseta puede ser la camiseta. Cualquier moneda, un talismán. De tanto que pasé contando historias sobre el pasado, la noria me dio náuseas al ponerse a marchar. Me marca. Se marcha. Me olvido de que está por llegar el momento del que siempre hablamos. Y que llegue ya.

El último compás recoge la fuerza de los anteriores. Tras él, el silencio. La duda sobre qué habrá después, sobre los cómputos y las horas. Tras el último compás queda la férrea nostalgia y música resonante en la memoria. Miro, pervierto, pervivo. Me siento extraño y aturdido. Hay que ver lo puto que es que siempre se vayan los mejores.

Ahora lo veo distinto. Correré menos con el coche. Diré más verdades. Mostraré con más frecuencia qué me gusta y qué me ilusiona. Seré menos cruel. Viajaré más. Pensaré más en los que piensan menos. Seré honesto y desarmado. Y tendré presente que la vida se comparte, se disfruta, se consume y se recicla.

Descansa en paz, Antonio.

This is the way

miércoles, 15 de junio de 2011

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Sin duda, hay momentos en la vida en los que algunas personas consiguen que recupere la fe en la humanidad. Esta mañana, en el bus que me sube a clase cuando me da por asistir, observé una escena impecable de relaciones entre padres e hijos.

Una madre iba en el autobús con sus dos hijos, de unos 6 y 8 años. Ambos estaban sentados, uno a cada lado del bus, y la madre los miraba atenta, de pie. El resto de asientos estaban todos ocupados. Entró, entonces, una señora mayor con su carro de la compra, y la madre le pidió al hijo mayor que se levantara para dejarle sitio.

El niño se indignó, gritó y protestó por aquella fatal injusticia, pero se levantó. La madre, en lugar de gritarle y montarle un numerito en medio del bus, se limitó a decirle en un tono suave y casi imperceptible “a mí no me vuelvas a decir eso, si te pido algo debes hacerlo”. El niño refunfuñó tratando de llamar la atención, pero ella no le dio la menor importancia y el conflicto se acabó.

Mientras tanto, otra madre iba al fondo del autobús con su hija. Se ve que eran conocidas, porque se saludaron y analizaron la escena, sabedoras de la complicidad que sólo unas madres poseen sobre este tipo de situaciones. Sin duda, lo más brillante, además del comportamiento ejemplar de la primera madre, fue que estas, tras saludarse y comenzar la conversación en español, pasaron a hablar automáticamente en inglés sobre lo ocurrido para no hacer partícipe al niño del diálogo que mantenían.

La primera madre, a la que desde ese momento admiro profundamente, dijo literalmente:

- The way isn't ask “why you do this?” The way is: you have to do THIS. This is the only way.

Sublime. Eso sí, muy a mi pesar, la señora a la que se le cedió el asiento no fue capaz de dar las gracias. Pero yo sí. Esto sí que es una lección de magisterio.

Atando los zapatos

martes, 14 de junio de 2011

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De tanto como he dicho que esto se acaba, empiezo a creer que llegará un momento en el que al mirar hacia arriba no vea pisadas en el techo, sino un somier, y me encuentre en Chipiona, juntando estados y chapas de kas, con la esperanza de que alguien me regale un motivo para decir bien algo que estoy vivo.

Será que después de todo, tras tanta guerra, tras tantos escarnios y milagros de adobe, de esos de pega, que se vencen por pura inercia, ahora me siento a los pies de la cama y las fuerzas faltan, y cuesta trabajo brillar y luchar, seguir convenciendo, mandar bien lejos ese pesimismo que siempre delata que nos encontramos cansados.

Pero nos encontramos. Y es raro, a estas alturas, mirar al espejo y ver frente a mí a alguien parecido a mí. Me resulta extraño, y casi sorprendente, seguir sintiéndome yo, a pesar del frío que hemos parecido, de los cominos que recorrimos y de los caminos que nos importaron. Porque aquí, después de todo, tras tantas decepciones, tras tantos gritos y victorias, tras el filo cortante de una nueva lluvia, que ha durado millones de veranos, después de todo, no se está tan mal.

Contemplo el calendario. Las semanas tachadas. En este mes de junio, que me habla de cervezas oxidadas, de lunas caducas, de cenas con pendientes y pendientes de septiembre. Ahora, que la madriguera suena a voz de terral y no de tierra, que las guindas son bridas y las bridas coyotes. En este momento, llegados a este punto, me toca atrapar mis zapatos a mis pies, pensarlo poco, peinarme un poco, y saltar a la calle.

Parodia de redactora de artículos

sábado, 11 de junio de 2011

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Empiezo a estar encorsetada. Ya no veo letras, ni palabras, ni siquiera oraciones. Sólo distingo párrafos, módulos blanquinegros formados por letras que alguna vez decidieron que estarían mejor juntas que solas. Títulos asépticos seguidos de subtítulos descriptivos y encabezados de aproximadamente sesenta palabras, que preparan suave y progresivamente al lector para lo que va a leer a continuación. Como éste.

He sido acorralada y forzada a escribir sobre todo aquello de lo que no sé de manera sistemática e impersonal, como si fueran los propios dedos los que piensan cada una de las palabras que debo añadir. Ya no hay etimologías, ni metáforas, ni giros retóricos, ni textos redondos. Sólo quedan párrafos de cuatro a cinco líneas que deben contener la palabra clave y no presentar frases demasiado extensas. Hay que cuidar al lector.

Escribir en realidad es fácil. Detrás de una vocal va una consonante, después del marco ha de venir siempre incomparable y a continuación de los verbos agentes es imposible quedarse sin palabras. Es lógico, todo muy lógico. Como caminar. Un paso, y otro después. Una palabra, y otra después.

Todos algún día, hasta yo misma, nos hemos creído esa imagen del escritor bohemio que se ensueña en los rizos mentales de su musa y se siente violado por un golpe de inspiración en mitad de la calle, no quedándole más remedio que salir corriendo a por su pluma y su pergamino.

Lo cierto es que, hoy por hoy, me parece tan cómica y fantasiosa esta escena que no puedo evitar parodiarme a mí misma escribiendo este texto personal que, como si se tratase de un artículo sobre las utilidades de la pintura de aluminio, ha de acabar ni más ni menos que con un total de trescientas palabras. ¿Contará el título?

Enseñar es mostrar

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En medio de este agitado y mezclado mes de junio, descubro entre mis apuntes que enseñar significa, entre otras cosas, “Mostrar o exponer algo, para que sea visto y apreciado”. Por esto, entiendo que ya que enseñar es mostrar, y enseñarle a los demás ha de ser mostrarse a uno mismo.

A raíz de este pensamiento siento que, cuanto más me cultivo, más crecen en mí las ganas de mostrarme a los demás, de exponer la materia y exponerme ante los chavales para que puedan llevarse lo mejor que encuentren en mí. ¿Qué mejor forma de conocerse a uno mismo? Si ellos se dedican a explotar lo mejor de mí, yo podré averiguar qué es lo mejor y lo peor que he hecho durante todos estos años de mi vida.

Hoy he descubierto un método nuevo de estudio que a mi cabeza le sienta tremendamente bien. Me vuelve efectiva y me ayuda a concentrarme, y no puedo evitar sentir que esta nueva forma de estudio, más madura y eficaz, me acerca un poco más a mi año de oposiciones. Me imagino a mí misma durante esos meses poniendo en práctica todo lo aprendido estos años, y no me refiero a la materia, sino a las técnicas de estudio; pudiendo acostarme cada noche satisfecha con el trabajo realizado. Toda una utopía.

El método en sí es muy sencillo. Consiste en planificar y crear rutinas. Primero apunto todo lo que tengo que hacer a lo largo del día, o del fin de semana, y luego creo un registro en el que voy tomando nota, hora por hora, de lo que he hecho. La clave de que funcione tan bien es, cómo no, la música. He seleccionado una serie de canciones para las horas de estudio, y otras totalmente distintas para cuando realizo otras tareas como escribir, comer o descansar. Gracias a esto, el cerebro entiende rápidamente lo que toca hacer en cada momento según el tipo de ritmo que siente, por lo que me resulta muy fácil cambiar de una tarea a otra sin perder la concentración.

Por ejemplo, el registro de hoy es este:

13:00 --> Patrimonio T.2
15:00 --> Artículos. Corregir caricatura, escribir juguetes inflables
16:00 --> Comer y descanso
16:30 --> Patrimino T.6
18:00 --> Artículo manualidades niños
18:40 --> Ducha y descanso
19:00 --> Corrección artículos pendientes
19:15 --> Patrimonio T.7
20:00 --> Artículo casa de muñecas
21:00 --> Didáctica T.2 y repaso T.1
22:00 --> Cenar y descanso
23:00 --> Fundamentos T.1
00:00 --> Artículo Almería

Garrafón

lunes, 6 de junio de 2011

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"A la niña le gusta su cerebro". Esta es una frase estelar, propia de Kent Brockman. Me la quedo para mí hoy. Lisa estaba agobiada porque había descubierto que tiene el gen Simpson y va a la televisión a contar que se está volviendo lerda.

Yo me siento un poco así hoy. Me duele la cabeza y creo que se debe a que tras la cena de segundo de bachillerato nos dieron garrafón. No bebo mucho (de hecho, tomé dos copas en diez horas), pero ayer me pegué casi todo el día durmiendo y hoy me faltan las palabras. Estoy lento y me expreso con más dificultad de la habitual (no suelo tener dificultades para expresarme, de hecho. ¡Para algo que hago bien...!).

Por si este estado me dura, y aunque confío en que no sea así, quería dejar una lista de mis cinco... ¿afirmaciones? ¿Enseñanzas? ¿Postulados? ¡Joder! ¡No encuentro la palabra que busco! Esta degeneración va más rápido de lo normal y he de darme prisa. Voy a hacer una lista de cinco cuestiones que otro día normal, en que mi cerebro (que pese a todo me gusta) no fuera dando saltitos como un CD deteriorado, hubieran podido conformar una entrada digna.

1. Si haces mil buenas acciones y una mala, tu error borrará todo lo positivo que hayas hecho. Este modelo existencial de ponderación de conductas beneficia, por tanto, a los mediocres. La vida tiende a tildar de "buenas personas" a los que generalmente son grises. El mundo está lleno de "buena gente" que no hizo nada interesante y de proscritos que se hartaron de hacer cosas positivas.

2. Nos infringimos dolor de forma gratuita porque es difícil asumir que hay semanas en las que no ha de pasar nada. Los estados emocionalmente activo son más atractivos que los valle. El placer es tan atrayente como el dolor, y el dolor tanto como el placer, solo que no siempre está a nuestro alcance sentir placer y siempre tenemos a mano algún foco de dolor.

3. Si has perdido algo, lo más inteligente es comenzar mirándote en los bolsillos (esta mañana he perdido quince minutos buscando la cartera porque olvidé aplicar este postulado de vida...).

4. La gente que te dice "sé tú mismo" generalmente están pensando "sé como yo".

5. La capacidad para odiar es proporcional a la capacidad para amar. No me creo a la gente que ama mucho y que odio poco. Tampoco me creo a la gente que odia y que parece no mostrar afecto. La gente extraodinaria es aquella que rompe los límites. Aquellos, los que van siempre un paso más allá, poco entienden del bien o del mal, de la grandeza o de la derrota. Cuando rompes ciertas barreras, todo se junta. Los límites siempre son difusos. Casi todo lo realmente hermoso oculta algún detalle atroz. Ser elegante es difuminar aquello que no ha de verse. La falta de sutileza te deja fuera del sistema.

Los padres son los reyes

domingo, 5 de junio de 2011

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A veces uno se levanta, y se siente, y se sienta, triste, sin más.

El día hace un esfuerzo por sonreír, con sus lluvias furtivas de pájaros sinuosos y el canto atareado de las nubes que pasan y no se quedan, que vienen pero no vuelven. Como siempre.

Y la vida y el amor y la trascendencia y los intelectuales y el arte y la palabra se vuelven de mentira. Como los padres, que en realidad no son padres, sino reyes. Y si no que se lo digan a Felipe. Gira una veleta y todo cambia de color.

- Sofía, el príncipe ha vuelto muy triste del colegio. Quizás deberías ir tú a hablar con él. –Una vez más el monarca volvía a hacer gala de su forma impecable de resolver los problemas de palacio–
- Felipe, cariño, ¿puedo pasar? ¿Qué te sucede? ¿Es que no te gustaron los regalos?
- Estoy muy triste porque me he enterado en el colegio de que tengo un hermano, y vosotros no me habíais contado nada.
- ¿Un hermano? ¿Por qué dices eso, vida mía?
- Porque Juanito me ha dicho que los reyes son sus padres.



Definitivamente, hoy soy incapaz de tomarme en serio. Debe ser que sólo estoy triste para llamar la atención y no me apetece hacerme mucho caso, no vaya a ser peor el remedio que la enfermedad. O será que no tengo ganas de trabajar y busco una excusa para no sentirme mal. O que el mundo es un lugar horrible en el que unos se mueren de hambre mientras otros compramos ordenadores portátiles y tenemos la nevera llena de fiambreras de mamá. Eso sí, en nuestra nevera nunca hay cenas, pero visto así tampoco parece tan grave.

Todo va bien, como siempre. Nada ha cambiado. Definitivamente, hoy no me apetece trabajar.