Pájaros en la cabeza

jueves, 31 de marzo de 2011

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¡Buenas tardes, familiares y amigos!


Tras la presente invitación, tengo a bien invitaros al nacimiento del hijo de Pollo y Polla, que tendrá lugar, si todo va bien, sobre el 15 ó 18 de abril.


Sí, como lo leéis, Pollo y Polla van a tener un pollitito... ¡de verdad! Bueno, va, es cierto, es hijo de una tal Paloma, pero ellos no lo saben y sí que se saben muy felices, así que dejémoslos seguir soñando, con sus pájaros en la cabeza.


Os iré documentando esta preciosa historia de amor y, espero, el próximo nacimiento y miembrecito de la familia, que ya todos esperamos con ilusión e impaciencia.


Ro y Germán, ¿me haréis el honor de ser los padrinos de la criatura?

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Resulta un poco irónico que te regalen unos pollitos de peluche para San Valentín, como "mascota" para el piso, hacer la coña de que han tenido pollititos dejando fotos impresas en papel por toda la cama, y a los pocos días encontrarse con que a una paloma se le ha ocurrido anidar en tu cesta de tender la ropa. La vida te da sorpersas, sorpresas te da la vida...


Por otro lado, Conge y Nevera tienen una relación cada vez más íntima y sólida, a pesar de que Nevera se esté derritiendo por sus resistencias. El señor de madera hace el pino y realiza unas increíbles posturas y proezas hasta ahora nunca vistas. Se forman tetris que nunca acaban de ser resueltos, un señor invisible camina por nuestras paredes y se nos cuelga del techo; y, en fin, el piso vive en un continuo orden y desorden que parece algo así como un universo dinámico en el que no pasa ni un sólo día sin que deje de ocurrir algo. A veces me pregunto si no habrá una cámara oculta, y será este uno de esos programas de la tele en los que observan a la gente mientras les ponen pruebas y los ponen a prueba. Es un poco intrigante todo esto. Será que la vida llama a la vida, o qué se yo.


Pero bueno, esta vez no me voy a extender mucho. Como bien se dice, a veces una imagen vale más que mil palabras, así que dejo un breve reportaje gráfico que he podido hacer esta mañana, a lo Félix Rodríguez de la fuente, pero desde la ventana y con la cámara del móvil:


Pollo y Polla

Aquí la criatura. Erf... Llamémoslo... Huevo:


Mamá Paloma

A los que leen en la sombra

lunes, 28 de marzo de 2011

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De tanto que te metes en la dinámica, en los horarios, en la pauta de los días, con sus minutos y con sus segundos, con los ejes tapados, y las entrañas fijas, en lo cotidiano, en páramos estrechos, con las fronteras del funcionario, se te olvida. De los goznes de la semana, que echan a rilar sin mucho entusiasmo, sin color, sin textura, sin lienzos por llenar ni enjambres elásticos... he perdido el norte. De tanto que me da por fugarme hacia adelante, sin voz ni sombra, sin migajas de vida, en una guardia de día, con tanto estrés y tan poco caudal de horizonte, me olvido de que hay otra frontera, otro destino, otro lugar y otras manos. Me olvido de que los lunes lo son en todas partes, pero que muchas personas duermen, desconocen la hora, y para ellos este lunes de relax, de siesta simpreviva, de interrogante capado, habla de mañanas de cine, de museos vacíos, de muchos periódicos por ojear, sin tanto agobio, sin tanto sueño, con más sueños y más incertidumbres.


Veo rostros grises, que se cruzan conmigo en el pasillo, que olvidan lo que son, lo que quieren, que ambicionan poco, o tienen los nudillos con el celofán puesto. Olvidan la ira y son los replicantes que perdieron las puertas y las naves, que se anidan en el tedio, por pura burocracia, porque no está bonito regalar pasto a las estrellas, con los pies desnudos y la mierda en ellos. Aquí, en este lugar de briega, en esta sala vacía, de cuartel y de cartel, de volúmenes asépticos y huraños, en los que los infinitivos siempre se conjugan bien, sin que nadie los recite. Aquí, de pronto, en esta podredumbre de mansedumbre de masacre que araña la espesura de un nuevo amanecer, de la semana más anodina del mundo, en un lugar cualquiera, tras sueños cualesquiera, en el que nadie pierde la cabeza, pues es feo, salir del lienzo, del orden, con las manos atadas y los labios troquelados tras besar los quicios de las puertas... no hace ni hará jamás frío.


No hablo en orden porque todo está ordenado. Dejo los rieles y todo se muere fuerte. Con tanto silencio y con tan poca verdad. Los coches, y los turnos, las reglas invertidas, los miembros recluidos, los pelotas reclutados por muchos tipos enculados. Aquí, por de pronto, en esta fábrica de borregos, que es el mundo, que es esta metáfora del mundo, que deviene en mi nombre, por pura paranoia, por la gratitud de los gramos de polen que están por engendrar estornudos, la voz del cuerpo, que se escapa del alma, y esta del mundo, que nos pervierte e ilumina, que inspira un movimiento rápido, certero, sabroso y colorado... sigue siendo lunes. Todo eso, que sea lunes, que las palabras tengan que encajar, y que no haya espacio, para reglones torcidos, ni para un Dios que los encauce, que me pierda el respeto, por negarle el respaldo, por añadir a voz en grito glosas celestes, cortinas sacras, miserias para este momento en que tanto voy, por tanto me contemplo, amando desde lo más oscuro del play-off las bufandas, los filos de las mangas, me saco los mocos de aquellos niños que pronto se fugarán de casa.


Hoy, como siempre que lo es, es lunes. Me cuesta trabajo abrir los ojos y mantenerlos abiertos. Aquí todo está en orden y no quedan restos de luz, pues las ventanas tienen barrotes, y este cielo enmarañado de primavera, con cierto estiércol de alumbre,

Atesorar sensaciones

domingo, 27 de marzo de 2011

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Hasta hoy mismo, yo siempre me había creído ese tópico de que las canciones tristes son las que nos hacen llorar; y las alegres, las que nos dan ganas de saltar y reír. Pero ya somos un poco mayorcitos para creer en los reyes magos, así que no nos engañemos: Una canción no puede hacernos llorar. Lloramos nosotros al recordar algo que ese preciso conjunto de silencios, con alguna que otra nota por medio, nos hace evocar.

Por eso, las personas más sensibles son las que han vivido y experimentado más. Las que empatizan para conocer, no sólo sus propias sensaciones, sino también las de los demás. Es decir, aquellas sensaciones que no pueden vivir por sí mismas, con su modelo de vida. A lo largo de mi vida me he rodeado de personas muy variadas. Unos pasan sin pena ni gloria, sin pulso en las venas, ni pulsos en las miradas, como si eso de vivir no fuera con ellos. Otros, pocos, los que realmente han captado mi atención y han logrado engancharme, tenían un perfil muy concreto: Todos querían sacarle el máximo partido a la vida. Estrujarla, robarle el alma, vivirla tanto que se desgaste del propio uso, hasta que no le queden fuerzas para hacerles pasarlo mal. Y en todo ese vivir y desgastar, el eje principal siempre es el mismo: Atesorar sensaciones. Vivir, experimentar, arriesgar, jugar, hacer de la propia vida una parodia. Y con todo ello, acumular… Uno experiencias y vivencias; otro emociones, sensaciones e información; y otro pieles, texturas, olores y sabores.


Y yo, al compartir mi vida con cada uno de ellos, me siento invadida por todo aquello que han tocado antes. El que viajó me hace volar y sentirme en otro planeta. El que sabe de emociones, el que todo lo entiende, se me planta delante como si de un espejo se tratase, haciéndome ver lo más hondo de mi alma. El que acumulaba experiencias plantó una semilla dentro de mis entrañas y la llenó de vida, para que hoy pueda valorar y entender todo esto.

Pero para que todo eso llegue a mí, muchos intentos han tenido que fracasar antes. Por eso uno corre riesgos, porque merece la pena. Porque hay que experimentar para aprender, leer para saber, y comenzar a caminar para llegar a correr. Experimentar es el proceso que la vida nos brinda para ser mejores, más “persona”, para que podamos sentirnos más vivos y todo tenga un poco más de sentido. ¿Por qué renunciar a una sensación nueva sólo por miedo? Yo no quiero una; las quiero todas todas. Quiero experimentarlo todo, conocerlo todo, atesorar sensaciones como si se tratase de un plan de pensiones: El plan de pensiones de mi felicidad.

Solo por esta vez

sábado, 26 de marzo de 2011

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Estoy pensando que siempre trato de ser el mejor y que eso me lleva, en ciertas ocasiones, a competir cuando no toca hacerlo. Leyendo tu entrada anterior me daba cuenta de que has adquirido muchos de mis giros, tantos que dentro de unos años, si le quitas a esos párrafos tres o cuatro referencias concretas, no sabré si los escribí yo. Tienen la misma textura, el mismo tipo de puntuación, palabras semejantes y un latido único. Solo que, todo sea dicho, ahora mismo tú estás más en forma que yo. Has despertado y yo me siento como un viejo dinosaurio que sabe de la proximidad de otro semejante, más activo y más lozano, más potente y más despierto.


Ahora mismo, no podría competir contigo, aunque quisiera. Solo por esta vez, no competiré. No repararé las comas que falten, y dejaré sin envolver las ideas obvias. Solo por esta vez quiero rendirme y dejar que tus textos brillen más que los míos. Será que ya lo hacen, qué coño, que no siento que esto sea un regalo, sino un reconocimiento, a modo de rendición. Tú, en este momento, eres la escritora. Yo, en este momento, soy el que me empapo de ti. Tú, en este momento, eres la que tira de este carro para convertirlo en constelación, para hacer de nuestro camino, como tú lo llamas, campo de estrellas (Compostela), tierra santa, lugar de eclosión celeste y finita.


¿Dónde aprendiste a vivir tan rápido? ¿Dónde hallaste lo que atesoras? ¿Cómo una niña como tú, si echamos cuentas al cómputo de la vida, puede enseñarle tanto a un viejo como yo? Será que la gente excepcional, y tú lo eres, tiene unos ritmos distintos. Solo que nadie, o no generalmente, tiene la suerte de disfrutarse en tantos niveles, de comulgar de tantas travesuras, de sentirse tan querido, arropado, comprendido y completo. Acaso tú, ¿sabes lo que esto quiere decir? Yo, no. Como te digo cuando jugamos a los pollitos: Hoy, no.


Nuestro universo somos nosotros. Este es el gran secreto y el gran trance. Ahora me siento mejor si tú me miras y todas las cuestiones tienen sentido porque las compartimos juntos. Como una cena en el sitio caro. Como los miles de bucles que hemos recorrido, sin peleas y sin pelas, sin fricciones casi, como almas gemelas que se encuentran, se seducen, se aman, y se engloban. No sé qué significa todo esto. Me declaro agnóstico, ya lo sabes, pero tengo muy claro que te quiero y que nadie, ninguna otra, ningún otro universo paralelo, podría en este momento animarme a arriesgar todo esto. No quiero otros ojos, ni otro despertar, ni otras peleas que no sean contigo. No me apetece, en estos momentos, dar con algo que me haga marcharme. Me gusta mi vida porque es nuestra vida y tú estás en ella. Me gustas tú porque eres eterna. Eterna mientras todo esto dure. Y que dure mucho.


Solo por esta vez no esperes de mí gran cosa. Tengo un tocho enorme de folios y he de corregir mi novela. Faltan pocas semanas para que esto se publique, para que firme ejemplares, para que tenga que decidir por fin qué escribirte. Eres, sin lugar a dudas, la persona más importante de mi vida en este momento. Eres, sin ápice de duda, quien más se merece una palabra cálida. Eres... No sé qué eres para mí. Pero tampoco sé qué no eres para mí.


Solo por esta vez, déjame decirte que me tocó la lotería al conocerte, que eres mi novia, aunque no lo seas, o lo eres por no serlo, o sin terminar de serlo, has llegado a serlo. Tanto, y tan profundo, que en este momento te necesito con todas mis fuerzas. Te echo de menos. Escribo desde Sevilla y la ciudad está bien, pero no es Sevilla, porque tú no estás, y te echo en falta. Solo por esta vez, déjame pedirte perdón, por ser difícil, por dejar las zapatillas tiradas, por amarte de un modo desordenado e incompleto, como todo lo que hago. Solo por esta vez, ¿me oyes?, déjame pensar en un futuro juntos, en lo que está por venir, en lo mucho que podemos crecer desde el otro.

Nos invaden los rusos

viernes, 25 de marzo de 2011

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Resulta que eres incapaz de coger el cutter para rajar un trozo de cinta americana, mientras yo imagino perversiones endiabladas sobre gente maniatada, cortarla, y volver a dejarlo en el mismo lugar que lo encontraste. Acabar un paquete de galletas y dejar el plástico vacío en la basura es una tarea absolutamente titánica. Y ya no hablemos de colocar el pijama siempre en un mismo lugar, a poder ser, doblado. Tienes una incapacidad física y mental para recordar dónde carajos dejaste las zapatillas el día anterior –normal, por otra parte, si las dejas tiradas en medio de cualquier lugar-. Pero bueno, esto no es de extrañar, ¿cómo puede uno recordar dónde dejó las zapatillas si no sabe dónde aparcó el coche? Has aprendido a hacer maletas, pero no a deshacerlas.


Y entre todo esto, la vida pasa. Descorchamos botellas de celebración mientras se nos inundan los pasillos de velas encendidas, de zapatillas, maletas a medio hacer (o deshacer, según sea jueves o lunes), algo de ropa, bolsas, maletines, cajas llenas de trabajo y una garrafa de limpia-cristales para el coche. Y yo hoy, conforme ordeno nuestro caos, voy sintiendo que el piso deja de ser nuestro piso. Lo preparo para la invasión, y no puedo evitar sentir miedo al pensar que dos absolutas desconocidas van a adentrarse en la selva de nuestras entrañas sin ningún tipo de pudor. En realidad siento vértigo. Lo protejo –nos protejo- metiendo cosas en cajones y estanterías, cerrando puertas, vaciando los pasillos para dejar libre el paso y fabricar una entrada acogedora. Pero todo eso da igual, porque ellas van a estar aquí y van a entender que otro universo es posible, que hay un mundo diferente al suyo en el que las cosas van mejor.


Me gusta nuestro piso porque no hay luces de emergencia al final del pasillo, ni frenos de manos a los pies de la cama. Me gusta nuestro caos, porque me equilibra. Me gustan las cosas que cuelgan de las paredes, como trocitos de entraña arrojados contra un lienzo sin el menor cuidado. Me gusta nuestro piso porque es como uno de esos universos paralelos que nadie conoce, de los que dicen que tienen trece dimensiones; y me gusta que el suelo sea, de todas ellas, la más vulgar y menos válida. Me gusta vivir con los pies pegados al techo. Me gusta el olor a victoria que queda derramado entre papeles urgentes tras una noche gloriosa. Me gusta el brillo de las llamas en tus ojos. Y me gusta aún más verte soplar velas y fabricar oscuridad. Y, en ese precioso momento, observar cómo tu alma brilla como si absorbieras toda la maldita luz del universo y la desprendieras en cada poro, en cada paso, en cada gesto, en cada respiración. Fernando Fedriani, te quiero porque brillas y eres brillante. Porque tienes luz.


Te quiero porque me has demostrado que es posible arrojar una cerilla al pozo más oscuro de mis entrañas y que, en lugar de apagarse, esta lo ilumine todo. Porque me has enseñado que merece la pena correr el riesgo e ir al precipicio a recoger la flor más hermosa que encontré jamás, la que todos miran con envidia, y luego atreverme a plantarla en mi jardín, lleno de matojos e hierbas secas. Pero, en lugar de contaminarse, la flor ha brillado aún con más fuerza, como si le fuera la vida en demostrar que una sola flor puede llenar un jardín. Te quiero porque cuando te muestro mi oscuridad, tú, en lugar de dudar o echarte atrás, brillas para que pueda ver y me abrazas para que deje de temblar. Agárrate de mi mano, que tengo miedo del pasado.


Te quiero porque en nuestro mundo está permitido caerse, llorar sin motivo, gritar y maldecir, reír cuando todos se ponen serios, perder el rumbo y las batallas… Y volar sin que nadie te corte las alas. Porque tu desorden me mantiene en equilibrio. Porque no hay nada que necesite más en este momento que tropezar con una de tus zapatillas. Porque me recuerdas la importancia de ganar, de ser el mejor, de luchar y vivir motivado, de no perder ni un solo segundo de vida. Porque tiemblas cada lunes. Porque me haces sentir que todo encaja, que estoy en el lugar correcto y este es el momento. Te quiero, porque te quiero.

San Miguel, cármenes y musas

jueves, 24 de marzo de 2011

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No creo que nunca llegues a leer este texto. No me importa. De hecho, si verdaderamente me importara, el tono sería otro. Cierto es que no ando en mi mejor momento. Durmiendo y leyendo poco es muy difícil estar ágil delante del teclado. Ahora bien, casi que lo prefiero. Al fin y al cabo, llevo toda una vida tratando de encontrarte en los textos. Y es demasiado. No está de más que, solo por esta vez, te redacte algo con el café sobre la mesa, en escasos minutos, sin que cuente algo qué te digo o cómo te lo digo.


Tú, querida musa, estés donde estés... ¡Tú eres tonta! Eres redomadamente tonta. Y me da pena tener una musa tan tonta porque los artistas han de creer y de confiar en sus musas. Pero a mí me ha tocado en gracia la musa más tonta de todas, y eso me duele. Porque, si te das cuenta, lo hago yo todo. No inspiras, no amparas, no dices nada. Simplemente odias, desde la distancia, sin llegar jamás a contestar, sin lanzar señales, dando por hecho que estoy loco. Pero... ¿Acaso tú no ansías ser artista? ¿Acaso tú no debías profundizar en el alma de los demás? ¿Qué te crees? ¿Quién te crees? Condenada majadera, que te vendes sublime y bonita, cuando eres una diva con los brazos peludos, una escarcha mañanera en el cristal, imposible de rascar, pero que no muestra nada, aunque impida ver, aunque joda tanto.


A lo largo de los años me he esforzado por buscarte en los textos. Aquí estoy. Con una novela antes de los treinta. Siendo profesor con veinticuatro. Seré doctor en unos meses, por mis cojones, y se da la casualidad de que he hecho las cosas bastante mejor de lo que piensas. No mato gatos y no los dejo en la puerta de nadie. No acoso, ni se me fue la pinza todavía. Vivo, madrugo, escribo y, en mis ratos libres, que son pocos, maldigo que jamás tuvieras el coño lo suficientemente bien afilado como para tomarte otro café conmigo, para tratar de entender las cosas, para ser mujer cuando verdaderamente eso se esperaba de ti.


Muchas veces aparco muy cerca de donde tomé mi primer café. Veo el cartel que señala tu urbanización y pienso siempre que, si supieras dónde vivo, llegarías a creer que lo hice por ti, que persigo tu estela, que no he sabido ni he podido tenerte ausente. Jamás has sido importante. Tú, querida musa, eres lo que evocas, no lo que eres. Me importan un bledo tus manos o tus brazos peludos. Solo tu símbolo, de un amor platónico, de lo que pudo ser, del querer algo que no se tiene, es lo que te aporta algo de valor y de belleza. Por ti misma, tú, eres una niña cobarde, hija de papá y de mamá, que tiene demasiado dinero como para entender las verdades eternas. Que tiene demasiadas dudas como para encontrar el amor, como para ser feliz por mucho tiempo, que se esfuerza demasiado por ser alternativa, por sentirse única. Dime de qué presumes y me estarás diciendo, en realidad, lo que no eres. Tú no eres nada. Tú nunca serás nada. Por eso presumes tanto.


Algún día aparecerás en los libros de texto. Esa será la venganza. No será por ti, pues no pintas tan bien, ni eres tan buena restauradora. Algún día saldrás en una esquina diminuta de mi biografía y te querrás morir, si no estás muerta ya, por aparecer junto a alguien a quien tanto odiaste. Y tú... ¿De qué te quejas? Tuviste la oportunidad de alumbrar algo puro... y la jodiste. Ahora, en este extraño momento, supuro las ideas y paso a tener claro que mi venganza, porque la habrá, nada tiene que ver con el dolor. Ni físico, ni anímico. Mi venganza, querida musa, va a consistir en que tú jamás podrás olvidarme. Y seguirás mirándome toda la vida con miedo y con rencor, mientras que yo, constantemente, te lanzaré señales torpes, inanes, envueltas de luz y de sombra. Seré la mejor versión de mí mismo, ya lo verás. Lo verás. Y te joderá tanto... que llegarás a obsesionarte por mí tanto como yo me obsesioné de ti.


El equilibrio es imposible

miércoles, 23 de marzo de 2011

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A veces miro a mi alrededor y no soy capaz de soportar tanta belleza. Es un hecho que me resulta absolutamente incomprensible.

Me fascina la textura de las piedras que, una a una, conforman las calles del Albaycín. Y me cuestiono, incrédula, cómo puede variar tanto un mismo lugar simplemente por el tipo luz que recibe o según mi propio estado de ánimo.

Ahora mismo, mientras escribo frente a la Alhambra, con el Darro corriendo a mi izquierda, decenas de personas pasan, pasean y pesan sobre estas mismas piedrecitas que yo estoy mirando fascinada.

Para algunos, estas piedras no son más que un soporte. Pisan una, y luego otra, y atraviesan los Tristes sin pena ni gloria.

Para otros, apenas unos pocos elegidos, esas piedras son, en sí mismas, un fin. Me refiero a personas que durante años sueñan con llegar aquí, vivir en este lugar regalarse un fin de semana con las vacaciones de su vida entre estas piedras.

Pasa una chica corriendo. En su mente: dolor, esfuerzo, respiración, ánimos, música demasiado alta, palpitaciones, sudor, repeticiones… Un paso tras otro, y luego otro más. Rutina. Las piedras taladran sus pies y moldean su figura. La veo contornearse frente al sol hasta que sólo queda su recuerdo y su sombra. Como Ícaro, hoy alguien voló demasiado cerca del sol.

En mi mente, una peonza gira indefinidamente y yo la comparo con la vida. Me planteo si, en caso de que la peonza tuviera consciencia, pensaría que tiene que parar para estar en equilibrio, o por el contrario será consciente de que su equilibrio es el movimiento, y parar implicaría consumirse para siempre.

Así somos las personas, y así se construye mi equilibrio: En forma de movimiento continuo. Girando y tambaleándome de extremo en extremo.

Irónicamente, cuando me siento desordenada y todo va demasiado de prisa, siento miedo e intento pararme de golpe, dejar de girar y rendirme ante el vértigo… ¡Como si esa opción existiera realmente!

La quietud es la muerte. La calma, sólo un descanso en el camino.

El equilibrio es imposible porque no existe. Cada segundo el agua corre, parpadeo, cojo aire, mis células hacen cosas de células, varios músculos de tensan con el simple gesto de esbozar una sonrisa o mover el bolígrafo, la gente pisa las piedras y estas se desgastan un poco más que el momento anterior. Todo está en constante movimiento y cambio, y perseguir la quietud es perseguir la muerte. Al igual que ocurre en la naturaleza, la vida sucede dentro y fuera de nosotros durante absolutamente cada instante en el que estamos vivos.

Pajas mentales

domingo, 20 de marzo de 2011

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En líneas generales, en la vida existen dos tipos de cosas desazonantes: aquellas que son importantes y las que nos inquietan porque no tenemos nada mejor en lo que pensar en ese momento. A veces, por pura pereza, porque se nos ha olvidado cuál es nuestro verdadero objetivo, nos ponemos tristes de pronto pensando en algo, o en alguien, cuya importancia en nuestra vida es mínima. Dejamos de ver todo lo demás, se nos emborrona el horizonte unos instantes, y dejamos de sabernos felices, cuando todo está de cara.


Sospecho que el ser humano, si es un poco inteligente, se cansa de ser feliz demasiado rápido porque la alegría es más aburrida que la angustia. Es aburrido que todos los días nuestro ánimo sea constante y, por ese motivo, siempre tendemos a fabricarnos problemas. Las personas en estados pletóricos decidieron, en cierto momento, omitir estos conflictos y reservar fuerzas para las cosas realmente importantes, para los conflictos que verdaderamente requieren de nuestra concentración. Los admiro, pero pienso que me aburriría muy pronto, en caso de actuar de ese modo.


Creo, lo tengo asumido, que soy un poco tonto y autodestructivo. No soy capaz de pasar más de tres días con el mismo estado de ánimo. Y eso me hace buscar siempre dos perfiles de personas contrapuestos: las que molan y las que no podrían molar menos. Nunca estoy solo, pero siempre tengo a mi lado también a alguien que me rechaza, que me baja la autoestima; aunque de sobra sé que su valía es muy inferior a la mía, yo le concedo una importancia que no tiene. Lo hago, pienso yo, porque del conflicto surge la intensidad, porque los estados plenos lo son porque estamos “llenos”… y si estamos llenos, no podemos llenarnos más.


Busco, me temo, todo tipo de decepciones que me llevan a invalidar mi verdadera felicidad porque me aburre ser feliz todo el tiempo. He comprobado que todas las tardes de domingo me pongo triste, máxime cuando tengo que corregir, porque corregir es muy aburrido. Así que aparece una mujer sin nombre, o sin categoría nocional, que distribuye en mí una pequeña cuota de angustia, suficiente como para creerme frente a un escollo, a un desafío, a un problema. Y así corregir deja de ser el “objetivo” y estoy más entretenido, aunque también más fastidiado. Me gustan los problemas porque me activan las neuronas, como a todo el mundo. Pero creo que me paso. ¡Con lo fácil que sería todo si me dedicara a corregir, sin tanto drama, a hacer lo que tengo que hacer, sin tantas gilipolleces!


Envidio, en gran parte, a los pastores y a las peluqueras. Me acuerdo demasiado, últimamente, de aquel episodio de la “operación Crayola”, en que Homer concluye que es mejor dejar de ver, pues el mundo es más sencillo de ese modo, sin comprender tus verdaderos mecanismos de defensa (y de ataque). Será posible, pero no para mí, entender la vida de un modo más plano y más pleno, sin buscar lo que me conviene menos, precisamente porque me conviene menos.


Es una putada que te falte yim, en efecto. Follas más y te comes menos la cabeza.

Me desnudo

sábado, 19 de marzo de 2011

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La vida se compone de etapas, círculos más grandes y más pequeños, de distinta trayectoria y frecuencia, que giran sobre sí mismos y se entrelazan con otros. La vida tiene unos ciclos curiosamente extraños. Pasan los años y los círculos van completando sus vueltas, aún cuando a veces puede parecer que cierta trayectoria no iba a volver a sucederse porque ya había agotado su fuerza, o porque todo había cambiado mucho desde alguna de esas últimas veces. No ha cambiado tanto, en el fondo. El cielo es azul, las personas tienen secretos y yo sigo cometiendo los mismos errores.

A veces me creo superior. Miro a la gente por encima del hombro y me otorgo el derecho de pisotear a los demás. Me siento en otro nivel; y desde ahí, cómodamente, juzgo y compadezco las tristes vidas de los demás. A veces me creo demasiado lista.

A veces pienso que un mensaje justo justifica cualquier tipo de forma. Se me olvida pensar en los demás, en si les apetece oír mi punto de vista o necesitan otra cosa. A veces me creo en la obligación de decir lo que pienso por encima de todo, como si mi verdad tuviera tanto valor como para entregarla a cambio de sangre o lágrimas. A veces soy cruel y sincericida.

A veces decido que la vida de una persona puede valer menos que la de otra. Que todos tenemos las mismas capacidades; que ser el mejor es una obligación, y no serlo, tan sólo una excusa. A veces no perdono la mediocridad, la diferencia de ritmos, la falta de esfuerzo, y otras veces no perdono las decisiones de los demás.

A veces se me olvida agachar la cabeza al entrar o bajar la mirada al saludar, y camino por entre los vivos como si se tratase de una batalla de espartanos, arrollando y maltratando órganos y entrañas mientras suenan unos tambores ensordecedores. En realidad, lo que ocurre, es que a veces me siento más viva que los vivos: Inmortal.

Hoy, en marzo de 2011, y como no podía ser de otra manera, se cierra una vuelta que empezó hace cuatro años. Donde quiera que estés, gracias por dejarme incrustada tu semilla y que hoy yo sea capaz de hacer por mí misma lo que en su momento hiciste tú.

Ey, a ti te debo una disculpa. A veces, y sólo a veces, me equivoco.

Carnal y doña Cuaresma

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Hoy, a pesar de ser sábado, he madrugado. He soñado con un compañero del instituto que no me cae demasiado bien. En el sueño le decía todo lo que pienso de él. Y me contestaba, claro que lo hacía, pero no me afectaba ninguna de sus palabras, pues yo sabía que iba a irme pronto de Alcalá. Algo tendrá que ver, me imagino, que ayer estuviera hasta la una planificando los actos de presentación de MENTA Y NATA. Suena, en ellos, todo muy a lo grande. Contaré, o eso espero, con invitados muy destacados y de todos los presentes, sin lugar a dudas, yo seré el que menos autoestima tendrá. A pesar de lo cual, aquí sigo. Peleando esa oportunidad para dedicarme a lo que verdaderamente más me gusta. Cuanto más me dicen que es una locura, más me gusta. Cuanto más estabilidad busca la gente, me siento más lejos de mi profesión actual. Que sí, que me gusta, que soy un sangre limpia y que estoy honrando a una estirpe preciosa de profesores. Sin embargo, lo aclaro por si alguien no lo ha notado ya, jamás he sido ni seré capaz de conformarme. La verdad, supongo que por eso nos dan solo una, es como esa partida de cartas en la que has de apostarlo todo junto. De la vida, hablo. Como en “Atrapa un millón” cuando tienes clara la respuesta correcta. Así quiero hacerlo. Quiero darlo todo. Porque cuando lo das todo, nadie puede reprocharte nada. Ni siquiera tú mismo.


Voy al gimnasio. Hoy es el día del Padre. El café arde y esta mañana de sábado amanece repleta de estrés. Escucho a Quique y media ciudad aún duerme. Ahora, en este momento, me acuerdo de que quiero llevar el coche a lavar por dentro, pues falta le hace y no todo es el exterior. Un partido del Betis. Una columna por escribir y varios correos pendientes. Cien exámenes. Cuarenta murales. Comentarios de texto y resúmenes de libros por escuchar. Notas. Necesitaré mucho café y mucha motivación para obrar este milagro. El café lo suministran en cafeterías y en centros especializados, aunque algo hay también sobre la encimera. ¿Dónde se vende la motivación? Aquí, en Sevilla, nunca faltan ni café ni pasteles, en la casa. Pero los pasteles no están bonitos. Quiero estar bueno para las presentaciones y no puedo comer pasteles. Ayer Blanca me soltó que no me pega tener barriga y que es lo que me falta. “Tengo carisma, no necesito estar bueno. Me imagino que por eso tú te cuidas tanto”.


Estamos en cuaresma y me estoy acordando del Arcipreste de Hita, que dicen que era de Alcalá la Real, por cierto. Tiene un poema alegórico que se titula “Don Carnal contra Doña Cuaresma”. Es un texto muy cuaresmal, nunca mejor dicho. Ahora bien, y ahora que estamos en Cuaresma, llevo toda la vida centrado en ese conflicto, supongo que como casi todo el mundo, pero hoy he decidido darlo por perdido. La plenitud se consigue mediante el combate, que diría Coelho. Llegados a este punto, creo, necesito de todo el poder de mi alma, de toda la fuerza de mi cuerpo, que todo esté equilibrado para superar el reto de estar a la altura de lo que llevo toda mi vida esperando. Porque el cuerpo no es superior al alma, ni viceversa. Porque de poco sirve, o de nada, alcanzar estados de conciencia superiores, si la radioactividad bloquea, y dispersa, las funciones vitales de tu cuerpo.


Ando disperso, aunque supongo que algo de eso es normal en mí.

Carreras y competición

domingo, 6 de marzo de 2011

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Los estudiantes, que en el fondo somos unos seres bastante monotemáticos y aburridos (especialmente en época de exámenes, ya que nos recluimos en ese rinconcito del universo que forma la mesa del ordenador y no volvemos a ver el sol hasta pasado un mes), tenemos en mente a todas horas los estudios y asignaturas y nos pasamos el día hablando de la “carrera”, de que estudiamos o cursamos tal carrera, nos dan clase estos y aquellos profesores, la facultad está lejos y por las mañanas el bus siempre va lleno y hace mucho frío. Pero, ¿nos hemos parado a pensar qué es una carrera? Dice la RAE que “el conjunto de estudios que habilitan para el ejercicio de una profesión.”

La realidad es que en ese conjunto de estudios no sólo entran las materias, sino que también se nos trata de inculcar un cierto compañerismo, respeto y apoyo al prójimo, trabajo en equipo y solidaridad para que nos eduquemos en valores y seamos buenas personas. Qué bonito.

Irónicamente, el otro significado de “carrera” es el de competición. Y en una competición sólo puede ganar el más rápido, el más cualificado y entrenado físicamente, el que mejor aguanta la presión y resiste el dolor. Entrenar más horas le hace a uno mejor, es cierto, pero hay un límite que sólo puede traspasar el más válido. En definitiva, la competición la gana el mejor.

Por tanto, ¿no es un poco contradictorio pedirle al mejor que sea buen compañero y no destaque para que los demás no se sientan mal? ¿No se debería tratar a cada uno según su nivel y motivar a los que sí que pueden dar más para que no se estanquen? ¿Por qué es tan malo destacar y ser brillante? ¿Por qué cada vez que uno hace las cosas bien tiene que pedir perdón?

Estaba visualizando una carrera en la que se fuerza a todos los corredores a ir a un mismo ritmo intermedio. Los más lentos van asfixiados y no dan la talla, y los más rápidos pierden la motivación y van a medio gas. ¿A quién beneficia este sistema realmente? A los mediocres.

¿Es eso lo que queremos para nuestra sociedad? ¿Un conjunto homogéneo de mediocres con la vida llena de oportunidades y puertas abiertas? ¿Acaso alguien permitiría que lo operase un médico a sabiendas de que fue aprobando a base de sacar un cinco raspado y era de los más normalitos de su promoción? No señor, aquí todos queremos que nos trate el mejor, aunque sea para arreglarnos la patilla de las gafas. ¿Entonces por qué con otras carreras no tenemos esas mismas exigencias? Yo, sinceramente, no lo entiendo.

La entrada de mi vida

viernes, 4 de marzo de 2011

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Este texto será sencillo. No tengo ganas de escribir, pues estoy cansado. Llevo todo el día esforzándome por sacar lo mejor de mí mismo, aunque no me apetecía, y ahora solo me quedan fuerzas para redactar unos cuantos párrafos e irme a la cama. Será que me hago mayor, o que levantarte a las seis no es sano, pero he visto nevar, de camino al trabajo, y no me he sentido alegre. Solo preocupado por el coche.


Hace media hora he firmado el contrato de publicación de MENTA Y NATA. En las próximas horas subiré alguna foto acreditativa del momento, pero ya he estampado mi firma. Todavía no sé si saldrá al mercado en mayo o en septiembre, pero por contrato la obra ha de estar en las librerías antes de seis meses. Podría decirse que soy ya novelista profesional. Podría decirse que soy escritor. Podría decirse que he conseguido el gran sueño de mi vida y que todo está a punto de ponerse en marcha. Pero no lo diré. Hoy, no.


Debería estar nervioso. Sin embargo, estoy muy tranquilo. Escribo esto porque hay mucha gente que se ha interesado por el asunto y es mi forma de agradecerles su interés y su cariño. Hoy no escribo por mí, a mí me da un poco igual. No me siento eufórico. Estoy tranquilo, como si llevara toda la vida preparando este momento. Sé que la presentación, sea cuando sea, arrancará de mí más sentimientos. También las primeras firmas o cuando presentemos en la FNAC, en la Feria del libro o en tantos sitios a los que está previsto ir. Entonces sí me pondré nervioso y eufórico. Me sentiré pequeñito y temblaré de miedo. O no. Quizá para eso también esté preparado y lo asuma con naturalidad.


Quizá me eche a llorar algún día, muy pronto, sin venir a cuento, y toda la tensión de estos meses de negociaciones acabe (conmigo). Será con ALFAR, una de las mayores editoriales andaluzas, y serán 3.000 ejemplares los que compondrán la primera edición. Se venderá en el Estadio, pero también en muchas librerías. Ya no son castillos de arena. Es un proyecto. Lo he firmado y ahí queda. Ahora toca trabajar. Preparar el texto, darle las últimas capas de pintura, diseñar la promoción para los medios de comunicación, estudiar el mercado, preparar actos, eventos y sorpresas. Esta es la oportunidad que siempre he buscado y, por fin, después de toda mi vida, es real y pienso dar la vida por ella.


Ahora, la parte más curiosa. He pasado dos semanas queriendo firmar, pero hasta hoy no ha podido ser porque CORREOS tardó demasiado en hacer su trabajo… y porque no vine a Sevilla hasta hoy. Cuatro de marzo. No lo he forzado. No es casualidad. La vida siempre nos sorprende. La vida siempre tiene una vuelta de tuerca más, para nosotros. Siempre, y me sorprende hasta qué punto es así, se supera todo lo anterior, que parece bello, espectacular y doloroso. Como hoy. Siempre podemos llegar más lejos. Sentir más.


El cuatro de marzo, tal día como hoy, en 1997, fallecía Eugenio Fedriani a consecuencia de un rechazo fulminante, tras una operación exitosa de transplante de corazón. Mi padre. Yo aquel día tenía un examen de inglés. No recuerdo qué saqué. Ni siquiera tengo claro que llegara a hacerlo. Recuerdo el caos de la casa, los papeles, y el Sensible Soccer. No habría más visitas a Córdoba, más salas de espera con olor a calcetín y tortilla de patatas. Sentí que no volvería a celebrar mi cumpleaños en ningún motel, con comida fría, después de ver a mi padre entubado saliendo de un quirófano o en la UCI de alguna clínica. Aquel día sentí y dejé de sentir. Demasiado tiempo.


Aquel día, aquel cuatro de marzo, terminó todo. Se fue al carajo mi infancia. Me volví adulto de golpe. O algo parecido; ese algo parecido que soy ahora. Esta vez, este cuatro de marzo, empieza todo. Y, a pesar del cinismo, me hace gracia la “casualidad”. Me hace gracia porque llevo ya tantos años de vida sin él, prácticamente, como los que pasé con él. Como si aquel momento, tan similar a este, rompiera en dos mi calendario y lo equilibrara. Hoy, como cada año, ha sido duro dar clases, coger el rotulador, explicar sobre la pizarra cuestiones en las que no creo demasiado, que me importan una mierda, pues todo lo realmente importante poco o nada tiene que ver con los libros de texto, con las obras de Literatura, con cómo se reconoce un complemento directo o un indirecto. ¿Cómo hablar del Conde Lucanor el día en que murió tu padre?


Hoy también he tenido un examen. Curiosamente, ahora soy yo el profesor, como él lo era por aquel entonces. No pude dejar de acordarme de aquel examen de inglés, tampoco, de mi vuelta a casa, del vértigo y de la crisis de ausencia, de cómo miré el reloj, mientras mi madre me abrazaba. No conseguía llorar y quise ver la fecha. Por eso miré el reloj. Supe que aquella fecha, esta fecha, ahora doblemente, sería importante para mí.


Y doy las gracias. Por la vida. Porque el tiempo, a pesar de todo, nos trata bien. Doy las gracias por la suerte que tengo de tener la vida que tengo. Doy las gracias porque me siento querido y porque me importan un carajo los pequeños detalles. Ahora, y ese ahora dura catorce años, vivo como si mañana pudiera tocarme a mí. No dejo besos sin dar, ni palabras sin decir. Jamás me guardo lo que siento. Jamás me agobio demasiado. Y duermo de puta madre (Helena da fe de ello). Me entrego a los demás, aunque cueste algunas veces ser consecuente con esta forma de entender el mundo porque eso es lo único que vale la pena. La pena de la muerte, de algo tan duro. Gracias a la muerte de mi padre me siento doblemente vivo.


Lo dicho: Soy escritor profesional. He firmado un contrato. Precisamente hoy. En unos meses tendré una novela en el mercado. Qué guay, ¿no?

Todo verdor perecerá

jueves, 3 de marzo de 2011

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Estimado señor Benedetti:

Permítame presentarme. Me llamo Felisa Arjona, y toco en la orquesta de mi pueblo. Bueno, en realidad no sé si se le puede llamar orquesta, ¿sabe usted? En la RAE dicen que una orquesta es un conjunto de músicos, pero nosotros somos más bien actores, ya que durante las fiestas siempre hacemos playback por miedo a desafinar.

Perdone mi desorden, esto es realmente vergonzoso. Supongo que me dirá aquello de “Compañera, usted sabe que puede contar conmigo. No hasta dos o hasta diez, son contar conmigo.”, pero empiezo a pensar que no ha sido buena idea escribirle.

El caso es que yo, en mi orquesta, toco el triángulo. Y hago playback, sí, pero es que soy muy tímida. Verá, yo siempre he querido ser famosa y dar conciertos por medio mundo, pero el día de mi primer casting temblaba tanto que dijeron que no valía ni para levantar el telón. Así que, como el director es íntimo de mi madre, ya sabe usted a qué me refiero, me dieron el premio de consolación: El triángulo. El realidad se puede decir que me dieron a mí el premio y a mi madre la consolación, pero eso son asuntos de alcoba que a nosotros no nos conciernen.

Volviendo al tema del que le hablaba, sabe usted mejor que nadie lo que dice el fulano, “¿cómo creer que el mundo se quedó sin utopías?” ¿Cómo salvarse ante tan tremenda adversidad? Después de mucho pensar sobre el tema, esa fue mi decisión: Seguir practicando y tocando el triángulo hasta adquirir la experiencia suficiente para comenzar mi carrera en solitario como cantante de música instrumental.

No pensaba yo permitir que ni la ausencia de dios ni los amores de tarde me frenaran en mi empeño, pero la triste verdad es que me hallo desesperada al saber que las partituras de música instrumental no tienen letra, así que en este asunto no queda más tela que cortar ni canciones que cantar.

Y por todo esto, señor Benedetti, intentaba yo ponerme en contacto con usted para que me actualizara en estos mundillos del famoseo y el éxito y me diera algunos consejos para acelerar mi carrera como artista. Pero, admirado Mario, es que no se lo va usted a creer. Resulta que acabo de leer que su persona falleció hace justamente 1 año menos dos meses y quince días. Quizás no sea tan mala idea eso que me aconsejan de contratar Internet porque, en fin, todo verdor renacerá.

El pitorrito de las sirenas

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Empiezo a pensar que los versos sueltos se quedan viudos porque sus compañeros sentimentales se suicidaron al verles la cara. Y hay muchos, por ahí, en muchas canciones, en los estribillos que nos comemos a diario, que parecen el despojo del papel del culo que se atrancó al tirar de la cadena. Porque está el mundo repleto de gente que se piensa que sabe escribir, que se salta las normas que no conoce, como si estuviera al alcance de su mano hacer algo que muchos otros llevamos peleando desde la cuna. Me gusta el fútbol y el porno. La cultura es amplia y en ella entra todo. Pese a lo cual, qué duda cabe, hemos de saber que no todo lo es, que no todo vale, que no solo basta con rimar palabras como “amor”, “soledad”, “princesa” y “fresa”. Un compás dos por dos y una rubia, o un gilipollas, moviendo las tetas. Eso no es arte. Eso no es digno. Y, pienso yo, la dignidad es algo interesante, aunque a veces resulte poco útil.


No, no vale. No asumo que todo lo que se escriba por ahí sea tan pueril, que todo el mundo que junta palabras te diga que tiene “algo escrito” y que tanta gente piense que se puede publicar un libro sin haberte pegado, previamente, toda una vida trabajando en ello. El arte, componer cualquier texto, ya sea una canción o un soneto, requiere de una planificación, de un estudio, y de un poco de conciencia. Las faltas de ortografía no son un delito, pero deberían serlo. Más aún, estimo que los familiares de todos esos memos habrían de ser un poco más crueles. Pero la gente tiende a ser condescendiente cuando le enseñas algo que has escrito. Te suelen dar más caña, la experiencia me lo dice, si no eres malo del todo. A los que son malos a rabiar, a todos los cantantes del montón, a los redactores de blog sobre conciencia y política, todo el mundo les ríe las gracias porque es mucho más fácil dar una palmada en la espalda que tomarte la molestia de explicarles qué hacen mal.


Ha llegado hasta mis manos el CD de un muchacho que ya mismo estará tocando en la “MAE”. Tendrá, no lo niego, una corte de borregos haciéndole los coros. Se sentirá bien sobre el escenario y habrá quien le haga un “ME GUSTA” en el Facebook con el rostro repleto de lágrimas. ¡Imbéciles! Lo son los que tienen la poca vergüenza repetir esos estribillos y textos. Pero lo son más, mucho más, aquellos que destruyen aquello en lo que creo. Hay que valer. Nadie sin una gran dotación sería actor porno. Y el porno amateur, qué duda cabe, está simpático, pero no deja de ser un poco patético si tus familiares y amigo contemplan tus fotos. Lo mismo. Dejar que te lean. Que te escuchen. Que tus rimas vean la luz, como quien enseña las bragas bajo una falda corta, al subir sin cuidado al metro, no está bonito. Tengan respeto. No enseñen de más. Lean más a los profesionales o a los que sabemos, como poco, hacerlo un poco mejor.


Muchacho, déjame los textos de tu disco y te los arreglo en el tiempo en el que tú te peinas y te tomas unas cervezas. Ayúdate dejándote ayudar. Y, más allá, si tienes un rato, te puedo recomendar un par o tres de libros. Y un diccionario. Un diccionario muy gordo y bien repleto de fotografías y de dibujos muy bonitos. Para que aprendas las banderas de los países en los que nunca tocarás. Y, de paso, para que aprendas el nombre de otros órganos del cuerpo que no son el “corazón”. Hay otros lugares donde besar a una chica, no es imprescindible que haya estrellas encima. Te enseñaré que a veces a la playa llegan pateras y que las sirenas son un mito muy bonito, pero que no tienen pitorrito para hacerles el amor. Es lo que tiene amontonar tópicos: queda muy bonito en la foto, como las sirenas. Pero siempre les falta algo.

Una de política

miércoles, 2 de marzo de 2011

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Estimado señor Pedro J:

Hace apenas dos horas me encontraba viendo el informativo, como cada tarde en la sobremesa, cuando salió la terrible noticia por la que me veo obligada a ponerme en contacto con su periódico, con el fin de que esta pequeña reflexión haga eco, y sus chicos, justicia. La alarmante noticia a la que me refiero es la que habló de la decisión tomada por el actual presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero, de “donar” 3.000.000 de euros a Túnez para apoyar y favorecer el cambio de la dictadura a un posible sistema democrático. Pero la gravedad del asuntos no es sólo la cantidad de ceros que lleva este tres detrás, sino que el presidente, además de mostrarse generoso y solidario (generosidad que, por cierto, paga nuestro bolsillo), ha asistido a una reunión en el país africano para servir de consejero y asesor durante este periodo crítico para el país y su gobierno.

Paralelamente a esta noticia, se emitía a siguiente: “España ya cuenta con 4.300.000 parados entre sus filas”. Y yo me cuestiono ¿quién debe darle lecciones a quién? ¿El país que ha conseguido movilizar a sus ciudadanos para que luchen juntos por su causa común, o el gobernante que ha conseguido mantener sentadas y con la boca cerrada a 4 millones de personas mientras pasan hambre? Quizás, y sólo quizás, nuestro presidente no sea el más indicado para aconsejar a masas de personas descontentas que tratan de cambiar su situación, que de eso en nuestro país también hay mucho y le puede salir el tiro por la culata.

Afectuosamente: Helena Invernón.

Con algo de fiebre

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Hoy en clase, a primera hora, notaba cómo el pulso me temblaba sobre la pizarra. No sé si tenía fiebre o qué, pero si no era eso, se le parecía bastante. Tenía la mirada ida, me encontraba cansado, me dolía la cabeza, y la voz no me salía. Encima, qué coño, sabía que podría haberme quedado perfectamente en casa. De haberme despertado envuelto en sudor, hubiera apagado el despertador y me hubiera atraído a su seno el quejumbroso letargo del café recién hecho, de las niñas de mofletes sonrosados, de sueños confusos y miradas perdidas. Hoy, en suma, he hecho mal yendo a trabajar. Debí descasar, levantarme tarde, sudar despacio, y temblar de otro modo.

Ya no sé si mi pulso tiembla o qué. Sobre el teclado eso da lo mismo. Solo sé, y no es poco, que estar despierto no es tan diferente ni tan importante. Me impone el coche, recortando curvas, recordando las curvas de los vientres que sentí sobre mí, que me dieron la poca fuerza que hoy tengo, y que en esta mañana me ha hecho creerme capaz de salir de cualquier atolladero, de todos los estados que he redactado, que hablan del cambio de estación, de las escamas y de los besos que saben a queso, a mar del sur, a fuentes de fruta fresca derramada y en calma.

Si recuerdo el tren, dormido en aquel andén, y me da por preguntarme qué fue de aquella noche, de aquel taxi, de los conserjes de noche, de las esquinas finas de una ciudad desnuda, la piel de mi cuerpo se eriza, como un bendito amanecer de mentiras, de paños velados, de azucenas quemadas, como mis labios, en pleno holocausto de mar y de ceniza. Por un beso o por dos.

No tengo la pluma fina. No fluyen las palabras, pues la ronquera es solo un reflejo del puteal de haber sentido demasiado. La bruma, esa tan cara, el despertar confuso, la sierra a lo lejos, los montes diminutos, tus manos firmes, y oscuras, y tantos párrafos como parezco haber desordenado, son un reducto resultante y frito, la fina e inmisericorde redención que tanto necesito. (Y el perdón que me auxilia). No sé si hablo de mí, de ti, o de nada en concreto. Quizá sea eso. Todo un espejismo, como tantas veces que me pongo a redactar sin un fin, por pura masturbación letrina, para echar afuera sentimientos caóticos y bellos. Pensando en Atenea. Pariendo la parte endémica de un estigma roto, que se queda dentro, que habla de cosas que pocas veces, y ni siquiera hoy, comprendo del todo.

La fiebre es ese estado sin constitución, sin leyes y sin reos. La fiebre es la paz que anida en mi silueta. La breve intensidad de las pequeñas luces. La fiebre me habla del conserje. Siendo francos, siendo frascos, ya lo he dicho y derramado, como quien se deja intimidar por las llantas fijas, sobre el asfalto quieto, sin razón, sin cadena, sin átomos de azafrán, que enarbolen corajes, misterios, cáncamos y quicios, con la sorpresa de la casera violada, de los sentidos grises, de los textos que no saben a nada. Por la fiebre. Porque no pueden. Porque habrían de escribir, me imagino, cosas que no son puras.

Putas las luciérnagas. Sobre la cama. De un arrabal de pisadas sobre el techo. De gente que sueña dormida. De jinetes y de yonquis, de camellos que tiraron por la borda a los reyes, sin mayor autoestima ni honradez, para dejar sin su carbón al más cabrón de los seres, al mal nacido que prendió la luz, por el hecho de dar su voz, a las mentiras de siempre, a los susurros sin entrañas, de tantas palabras que te apuñalan a mí. Que te hacen saber, en este momento, por tal ventura, que te tengo presente, y que conduelo cada paso de tus caderas finas, de las pisadas de gata en las que ansío un bejamín de champán que está por beber sobre tus pechos, sobre lagartas de zinc, al borde del cerumen que recubre las estrellas.

Tengo fiebre. Por eso digo lo que digo. No me hagas caso. No sé qué me digo y si digo algo, aunque sea de refilón, que atine y que aturda a cierto, añádele la duda al resquemor que aun me queda. No es oro, ni lo que reluce ni lo que aguarda bajo la mierda, solo una hoja seca, de navaja, de novela, del discurso tenue y roto, que he cimentado en esta tarde de confusión y de duda. Como si te importara. Como si sirviera de algo. Como si tuviera coherencia o cohesión. No faltan tildes. Como si en mí, en este momento, pudiera aguardar algo puro o algo bello. Todavía.

No te equivocas y te equivocas. No es fácil para mí decir lo que siento. Creíste saber, y pensar, que el rayo de luz se depositó sobre tu mirada turquesa por la causalidad de una ventana descorrida. En la paz de una cabeza cortada, que devuelve el tajo, del vuelo fugaz, para dotar de vida, a un maniquí que quiere, y que puede, recobrar por vez primera sus alas. Ahí te encuentro. Para pedirte que te fugues conmigo. En el furor de la fiebre. Entre tus uñas y las señas. De identidad. De una pasión dormida. De la certeza de sabernos inmortales. Prófugos de la noche en la fiebre. De la fiebre. De tu rostro desnudo y sin nombre.