La entrada de mi vida

viernes, 4 de marzo de 2011

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Este texto será sencillo. No tengo ganas de escribir, pues estoy cansado. Llevo todo el día esforzándome por sacar lo mejor de mí mismo, aunque no me apetecía, y ahora solo me quedan fuerzas para redactar unos cuantos párrafos e irme a la cama. Será que me hago mayor, o que levantarte a las seis no es sano, pero he visto nevar, de camino al trabajo, y no me he sentido alegre. Solo preocupado por el coche.


Hace media hora he firmado el contrato de publicación de MENTA Y NATA. En las próximas horas subiré alguna foto acreditativa del momento, pero ya he estampado mi firma. Todavía no sé si saldrá al mercado en mayo o en septiembre, pero por contrato la obra ha de estar en las librerías antes de seis meses. Podría decirse que soy ya novelista profesional. Podría decirse que soy escritor. Podría decirse que he conseguido el gran sueño de mi vida y que todo está a punto de ponerse en marcha. Pero no lo diré. Hoy, no.


Debería estar nervioso. Sin embargo, estoy muy tranquilo. Escribo esto porque hay mucha gente que se ha interesado por el asunto y es mi forma de agradecerles su interés y su cariño. Hoy no escribo por mí, a mí me da un poco igual. No me siento eufórico. Estoy tranquilo, como si llevara toda la vida preparando este momento. Sé que la presentación, sea cuando sea, arrancará de mí más sentimientos. También las primeras firmas o cuando presentemos en la FNAC, en la Feria del libro o en tantos sitios a los que está previsto ir. Entonces sí me pondré nervioso y eufórico. Me sentiré pequeñito y temblaré de miedo. O no. Quizá para eso también esté preparado y lo asuma con naturalidad.


Quizá me eche a llorar algún día, muy pronto, sin venir a cuento, y toda la tensión de estos meses de negociaciones acabe (conmigo). Será con ALFAR, una de las mayores editoriales andaluzas, y serán 3.000 ejemplares los que compondrán la primera edición. Se venderá en el Estadio, pero también en muchas librerías. Ya no son castillos de arena. Es un proyecto. Lo he firmado y ahí queda. Ahora toca trabajar. Preparar el texto, darle las últimas capas de pintura, diseñar la promoción para los medios de comunicación, estudiar el mercado, preparar actos, eventos y sorpresas. Esta es la oportunidad que siempre he buscado y, por fin, después de toda mi vida, es real y pienso dar la vida por ella.


Ahora, la parte más curiosa. He pasado dos semanas queriendo firmar, pero hasta hoy no ha podido ser porque CORREOS tardó demasiado en hacer su trabajo… y porque no vine a Sevilla hasta hoy. Cuatro de marzo. No lo he forzado. No es casualidad. La vida siempre nos sorprende. La vida siempre tiene una vuelta de tuerca más, para nosotros. Siempre, y me sorprende hasta qué punto es así, se supera todo lo anterior, que parece bello, espectacular y doloroso. Como hoy. Siempre podemos llegar más lejos. Sentir más.


El cuatro de marzo, tal día como hoy, en 1997, fallecía Eugenio Fedriani a consecuencia de un rechazo fulminante, tras una operación exitosa de transplante de corazón. Mi padre. Yo aquel día tenía un examen de inglés. No recuerdo qué saqué. Ni siquiera tengo claro que llegara a hacerlo. Recuerdo el caos de la casa, los papeles, y el Sensible Soccer. No habría más visitas a Córdoba, más salas de espera con olor a calcetín y tortilla de patatas. Sentí que no volvería a celebrar mi cumpleaños en ningún motel, con comida fría, después de ver a mi padre entubado saliendo de un quirófano o en la UCI de alguna clínica. Aquel día sentí y dejé de sentir. Demasiado tiempo.


Aquel día, aquel cuatro de marzo, terminó todo. Se fue al carajo mi infancia. Me volví adulto de golpe. O algo parecido; ese algo parecido que soy ahora. Esta vez, este cuatro de marzo, empieza todo. Y, a pesar del cinismo, me hace gracia la “casualidad”. Me hace gracia porque llevo ya tantos años de vida sin él, prácticamente, como los que pasé con él. Como si aquel momento, tan similar a este, rompiera en dos mi calendario y lo equilibrara. Hoy, como cada año, ha sido duro dar clases, coger el rotulador, explicar sobre la pizarra cuestiones en las que no creo demasiado, que me importan una mierda, pues todo lo realmente importante poco o nada tiene que ver con los libros de texto, con las obras de Literatura, con cómo se reconoce un complemento directo o un indirecto. ¿Cómo hablar del Conde Lucanor el día en que murió tu padre?


Hoy también he tenido un examen. Curiosamente, ahora soy yo el profesor, como él lo era por aquel entonces. No pude dejar de acordarme de aquel examen de inglés, tampoco, de mi vuelta a casa, del vértigo y de la crisis de ausencia, de cómo miré el reloj, mientras mi madre me abrazaba. No conseguía llorar y quise ver la fecha. Por eso miré el reloj. Supe que aquella fecha, esta fecha, ahora doblemente, sería importante para mí.


Y doy las gracias. Por la vida. Porque el tiempo, a pesar de todo, nos trata bien. Doy las gracias por la suerte que tengo de tener la vida que tengo. Doy las gracias porque me siento querido y porque me importan un carajo los pequeños detalles. Ahora, y ese ahora dura catorce años, vivo como si mañana pudiera tocarme a mí. No dejo besos sin dar, ni palabras sin decir. Jamás me guardo lo que siento. Jamás me agobio demasiado. Y duermo de puta madre (Helena da fe de ello). Me entrego a los demás, aunque cueste algunas veces ser consecuente con esta forma de entender el mundo porque eso es lo único que vale la pena. La pena de la muerte, de algo tan duro. Gracias a la muerte de mi padre me siento doblemente vivo.


Lo dicho: Soy escritor profesional. He firmado un contrato. Precisamente hoy. En unos meses tendré una novela en el mercado. Qué guay, ¿no?

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