¡Que comience el espectáculo!

miércoles, 29 de septiembre de 2010

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Damas y caballeros, vengo a presentarles al gran repertorio de magos, payasos, actores, equilibristas, domadores de leones, saltimbanquis y bailarines de danza clásica que forman el elenco de este maravilloso espectáculo que acaba de dar comienzo.


Dadas las fechas en las que estamos, creo que tengo la obligación de comenzar hablando de mi primer día de clase en la universidad. Ha sido todo un espectáculo, como no podía ser de otra manera viendo la trayectoria de mes que llevamos. La cosa empezó un poco seria, con las presentaciones de directores, vicedirectores y demás cargos. Después empezaron a entrar en acción una serie de showmans, a cual mejor que el anterior:


Primero nos presentaron al representante de Cambridge en España. Un señor mayor, con las gafas apoyadas en la punta de la nariz y aparentemente muy serio. Todo un personaje el tipo este. Empezó haciendo una introducción sobre quién era y a qué se dedicaba, en inglés, dándonos a entender que aquello iba a ser así durante toda la charla. Luego nos dijo, en un perfecto español, que sólo nos estaba tomando un poco el pelo ya que obviamente nadie había entendido ni una palabra. Tengo que reconocer que mi concepto de persona bilingüe era muy distinto antes de oír hablar a este señor. Menuda facilidad para cambiar de un idioma a otro sin perder la pronunciación, ¡y menudo humor!


Luego, saltándose el orden previsto de apariciones, nos habló uno de los dirigentes de la iglesia en Granada, que si no entendí mal, se dedica entre otras cosas a coordinar a la iglesia con la universidad. Al principio, al verlo por los pasillos, me pareció un cura normal y corriente, con su alzacuellos y sus sermones aburridos. Pero en cuanto subió al escenario, el tipo se transformó completamente. Se desabrochó el alzacuellos, se metió las manos en los bolsillos y nos habló sobre la felicidad y LA VIDA, con mayúsculas según sus propias palabras. Por lo que nos estuvo contando, en lugar de dar misa los domingos (que también lo hace, cuando puede), el hombre se dedica a viajar a países en los que lo necesitan y ejercer de voluntario y misionero. La verdad es que me pareció un tipo absolutamente admirable y con una forma muy interesante de entender y practicar la vida, independientemente de que se coincida o no con sus creencias.


Por último hizo su número el más espectacular del espectáculo: El director del coro. Comenzó su charla bromeando un poco para romper el hielo, y acabó consiguiendo que toda la sala (alumnos, profesores y directores) cantara aquello de “yo soy español, español español....” al ritmo de su piano. Lo que pasó entre esos dos momentos, la verdad es que me resulta muy difícil de explicar de una forma lógica y racional.

Mosquitos en el parabrisas

lunes, 27 de septiembre de 2010

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Esta semana me he recorrido media Andalucía y he dormido en 3 ciudades distintas: Granada, Málaga y Cádiz. Lo que más me llama la atención es que he perdido la sensación de “estar en casa”, o más bien la llevo conmigo a donde voy y me siento bien independientemente del lugar en el que esté. Supongo que cuando las cosas están bien por dentro, no importa tanto cuáles sean las circunstancias externas.

En Málaga está mi esencia, allí he crecido y formado mis cimientos y guardo recuerdos de personas y momentos vividos por cada uno de sus rincones; es una ciudad que siempre tendrá un pedacito de mí. Cádiz es todo mar, paraíso y vistas de ensueño. Pero sin duda, Granada es la ciudad que más hondo me llega. Me emocionan sus pintadas reivindicativas, los atardeceres, la luna en mi ventana, el verde de los árboles que colorea todas las avenidas, las callecitas empedradas que muestran con su desgaste el paso del tiempo y de la vida granaina, los perroflautas, góticos, hippies, poperos y cada una de las personas que pasean por la calle y han sabido encontrar su estilo particular, las tiendecitas y teterías, el ambiente… Me emociona Granada porque tiene su propia mezcla de aromas y sabores, y una textura formada por la gran fusión de la ciudad con la naturaleza y de interés y apuesta hacia lo nuevo y respeto por lo antiguo. Me apasiona Granada porque es Magia, y allí nada puede salir mal.

El bote de las lentillas está sucio

miércoles, 15 de septiembre de 2010

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Me gustaría comenzar haciendo un breve recorrido por la jornada, recientemente concluida, de CHAMPIONS LEAGUE. Por desgracia, no sé cómo han terminado los partidos y tampoco tengo muy claro si algo en el mundo ha ocurrido, merecedor de que yo lo glose. A falta de televisión, mis inquietudes son otras. Si al Principito se preguntaba si una flor era devorada (o no) por un cordero, yo tengo los siguientes problemas en la cabeza, no menos importantes:

a) ¿Cómo puedes hacer que un cable hembra se relacione con otra hembra, si caer en coqueteos lésbicos y sin gastar más dinero en la droguería?

b) ¿Cuántos kilos de masilla hacen falta para arreglar lo de hoy?

c) ¿Cuántas horas de sueño necesita un ser humano para terminar una semana sin perder la cordura?

Cuando me monté en el coche, tras salir del instituto, después de mi primera hora de clase, la emisora local decía "¿se imaginan cuántos hurones hay en Alcalá la Real? Contra pronóstico, no son tantos como podría parecer". En ese momento me di cuenta de que mi vida está cayendo en cierta espiral extraña, de la que es difícil salir. Hurones. ¿Son como ratas domésticas? ¿Como hámster salvajes?

Hoy he visto a Helena Victoria partir una tabla de madera casi a bocados para fijar una televisión sobre el techo del piso más pequeño del mundo. El resultado no ha sido el deseado (bueno, la tabla se partió), pero sigo sin Internet y tampoco ahora la televisión está en lo más alto de la casa (aunque la casa tampoco es que tenga techos muy altos, la verdad). ¡Qué sé yo! El universo es más extraño como que nuestro contador de visitas no supere ya el millar de advenimientos.

¿Será que nadie sabe todavía que existimos?

El curso ha comenzado. Me quedo de hoy con los nervios previos a la primera clase. También me quedo con certeza de que puedo aparcar a menos de cuarenta minutos de mi piso, incluso a hora punta. El piso más pequeño del mundo es también el más inaccesible del mundo paar el empleo de vehículos a motor. Eso sí, tenemos margen de mejora: quiero pensar que conseguiremos colgar la tele, colocar mi cuadro de TANGO PARA TRES, mi película favorita, y hacer de ese espacio un rincón habitable, situado a menos de media hora de mi coche.

Helena Victoria hoy se ha negado a ponerse mi camiseta de FLORIDA. Por ese motivo, la seguiré llamando de este modo, aunque lo detesta y aunque parezca un nombre en clave y no un nombre real. Ahora mismo está aquí, en la cama de al lado. Estoy muerto de sueño, porque anoche también pasaron los autobuses nocturnos, impidiéndome soñar con Cristina Pedroche. Además de eso, por algún motivo que desconozco, las campanas del barrio no dejaran de sonar.

Voy a soñar con los hurones y con la cinta de correr que espero vender mañana por eBAY. También soñaré con taladros con dos años de garantía, como el que he comprado hoy, que no sirven para colgar una tele del tamaño de una pared completa.

De todo, me quedo con los hurones, con ellos soñaré. Mañana me servirán de inspiración en mi segundo día de clase.

Tengo los ojos colorados y el bote de las lentillas está sucio. Por desgracia, no tengo talento ni tiempo, ni horas de autonomía, para limpiarlo, o acometer ningún proyecto heroico. Se van a quedar así y mañana pillaré una conjuntivitis tela de chunga.

Quería escribir, eso sí. Para agradecer este hermoso proyecto de Helena Victoria, este nuevo diseño del marco del blog, tan bello. Solo que falta, junto a la Alhambra, en el marco, un cubo de basura. Al fin y al cabo, el verdadero motor de mi vida, ahora que la falta de internet y de televisión me impiden seguir el fútbol, es y seguirá siendo, bajar cada noche la basura.

Psicoanálisis y recapitulación

martes, 14 de septiembre de 2010

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Esta noche he tenido mi primera pesadilla desde que llegué a Granada, y ahora me está inundando una necesidad de escribir que hacía mucho tiempo que no sentía. Hace un par de días (o años, no sé…) hablaba con Fernando sobre que hay personas que usan la escritura como terapia para saber qué ocurre dentro de sí mismos y a partir de ahí tratar el problema. Y aquí estoy yo, escribiendo, todavía no sé muy bien sobre qué.

Creo que un buen comienzo sería echar la vista atrás y recapitular. Esta semana ha sido todo un espectáculo de autodescubrimiento y nuevas emociones a partes iguales. Por una parte, pasar un día con Fernando es algo así como dejarse caer cuesta abajo con unos patines: Nunca sabes dónde vas a acabar, y este final no tiene por qué ser necesariamente bueno. Pero a pesar del riesgo y de la incertidumbre, de las absurdeces y las dificultades, Fernando siempre consigue hacer equilibrios sobre la cuerda floja y salvarte de su propio lío.

Por otro lado siento que la Magia está volviendo a mi vida, y eso me resulta fascinante. Vuelvo a tomar decisiones a cara o cruz - eso sí, recordando que es sólo un juego y a veces hay que no hacerle caso para que siga funcionando - y acabo de darme cuenta de que si busco algo y lo visualizo, la vida me lo pone por delante. Me siento muy inspirada, llena de ilusión, de fuerza y de aire fresco.

Últimamente ando dándole vueltas a una teoría a la que llamaré improvisadamente “El filtro”. Según esta teoría cambiarse de ciudad sirve, entre otras cosas, para saber quién forma parte de tu vida realmente y quién no es más que paja y relleno. ¿Alguna vez te has parado a pensar en cuántas de las personas que tienes a tu alrededor no son más que figurantes? Ellos no te importan y tú no les importas a ellos, pero aún así están ahí. Es raro. No nos gustan los desconocidos y sin embargo estamos rodeados de ellos.

También me estoy dando cuenta de que la distancia es una gran herramienta, muy aconsejable para gente que no tenga nada que perder -o que lo tenga todo y esté dispuesto a ponerlo en juego -. La primera noche tras el viaje lloras como un condenado y echas de menos a la gente de tu otra vida, los siguientes días aprendes a comer sólo, cenar sólo, pasear sólo y aguantarte a ti mismo como no lo has hecho nunca, pero en cuanto pierdes ese miedo a lo desconocido y te lanzas al vacío en seguida te das cuenta de que merece la pena. Y no sólo hablo de la distancia física, sino también de la emocional. Esa que hace que puedas sentirte el alma gemela de una persona o que hay un abismo entre vosotros. La verdad es que me está pareciendo muy interesante aprender a jugar con esa distancia para ganar perspectiva y provocar cambios que desencadenen nuevas aventuras.

Y en definitiva así andamos estos días, jugando a hacer trucos de magia y lanzar monedas al aire…


… Y he descubierto que tu perfume y tu voz al teléfono aún me ponen nerviosa…

No sé cómo me llamo (y tu ordenador tampoco)

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Nos hemos juntado las dos personas con los apellidos más raros de toda Granada. Y no podía salir nada bueno de nosotros, claro. Este blog, me temo, tiene vocación de continuidad. En cierto modo, supongo, servirá como desahogo y nos permitirá compartir con cuatro o cinco pajilleros japoneses todo lo que nos vaya aconteciendo a los pies de la Alhambra. Aprovecho, por tanto, para saludar a los pajilleros y a todos esos seres ignotos que algún día irán a deambular por estas tierras blogueras, buscando información sobre cualquier otra cosa útil.

He entendido cuán difícil es vivir aquí. Hay un mini-bus que asciende hasta el Albayzin y que hace cierto ese dicho de “chiquitito, pero matón”. Asumo que eso no es un dicho, pero el que lo dijo no podía tener más razón: ¡hijos de la gran puta! Y subrayo el “gran”. Cada vez que pasa el vehículo es como si una tuneladora me atravesara los tímpanos. Sé que la metáfora no es muy lucida, ni convincente, pero es que esta noche no he pegado ojo casi y, además de eso, he tenido unas pesadillas espantosas, probablemente porque el autobusero de los cojones ha hecho un taconeo sobre mi fase REM. Me imagino.

He tardado demasiado en descubrir que este piso no tiene bidé. Era lógico, puesto que los pisos de ¿pongamos veinticinco metros cuadrados? no tiene nada que la madre naturaleza pueda paliar con un poco de lluvia o de rocío mañanero. Tampoco cabe mi tele y hoy he experimentado el placer de abrir por vez primera el sofá cama. Queda holgado. Si lo abres se te queda un pasillo de unos cuarenta y siete milímetros entre la pared y el somier. Perfecto para una procesión de hormigas. Aunque creo que este piso es pequeño hasta para las hormigas.

Gracias a la intercesión de mi madre, que ha venido en mi auxilio, las cajas que Helena fue apilando van desapareciendo. La mudanza más difícil de la historia todavía no ha culminado, pero reconozco que ya va teniendo mejor pinta. Creo que he tirado unas catorce bolsas de cosas. De basura con cosas, quiero decir. Lo cual está bien, porque el mayor aliciente de este piso es que “veo la Alhambra cuando bajo la basura”. Tengo el coche en un calle de la que no sé ni su nombre, solo sé de ella que no está cerca, y todos los días voy a tener que levantarme a las seis de la mañana para llegar a trabajar. El ruido me dejará dormir a duras penas... pero cuando bajo la basura veo la Alhambra. Compensa, sin duda. Le pido a Dios que me conceda mucha basura o mi vida carecerá de sentido.

Hoy he ido al Instituto y me han contado que la superficie del suelo, en contacto con ciertos tipos de zapatos, produce electricidad estática. Pero no un pequeño chisporroteo, no un cosquilleo como el que da una máquina de masajes o un vibrador (del móvil). No: una descarga. Una descarga que dos o tres veces me hubiera llevado a generar palomitas de maíz desde el maíz, sin necesidad de un microondas. Mi jefe de departamento, ya hablaré de él otro día, me ha dicho que no me preocupe: solo ocurre con algunos tipos de zapatos. Lamentablemente, y los que me conocen saben que es cierto, todos mis zapatos son de la misma marca. Por ello, presiento que tendré que aprender a vivir siendo eléctrico o tirar todos mis zapatos (lo cual, teniendo en cuenta lo que pago por este piso, no va a ser posible).

No tengo Internet. El pincho no me va. Mi ADSL está dentro de una caja. Mi tele de 42 pulgadas, que es lo que más quiero en esta vida, si descontamos a mi familia y a tres o cuatro amigos, y tal vez sin descontarlos, está tumbada en el suelo, con menos vida que un mosquito divorciado, de los que habló Helena. No tengo ningún lugar estable donde colgar la ropa y mi madre ha tendido la camiseta de “I love NY” haciendo acrobacias sobre una cuerda de pescar. Podría parecer que venirme a vivir aquí ha sido un error lamentable. Pero no lo creo: cuando bajo la basura, se ve la Alhambra.

Justo antes de tratar de dormirme (me dormiría si desaparecieran el millón de sonidos que voy a describir ahora), miro por la ventana y el empedrado del Paseo de los Tristes brilla como un trozo de asteroide entrando en la atmósfera. De fondo oigo instrumentos raros, gente de fiesta, en pleno martes, lenguas extrañas, y algún que otro beso. No podré dormir y mañana tendré un sueño brutal. Pero también tendré una brutalidad de sueños. Lo comido por lo servido, intuyo. Firmo tratar de dormir con los sones de una ciudad en vilo, pues es mucho mejor que el campanario y las ovejas de mi etapa bucólica anterior.

Mañana es el primer día de clase. Me presento en el instituto, pero no me presentaré a nadie. Trataré de no darle la mano a nadie no vaya a erizarle los pelillos de los cataplines, por la electricidad estática. Mañana es el primer día de clase y estoy nervioso, como siempre me ocurre en esta misma noche. Es preciosa y turbia, no me cambiaría por ningún otro trabajador, en este momento. Tengo una misión por llevar a cabo y no podría ser más bonita. Tengo ganas de conocer a mis alumnos, de comenzar con buen pie, aunque dé calambre, y de darle sentido a mi presencia en este lugar tan caótico.

La chica que me vendió el zumo creo que pensó en ligar conmigo. Y era guapa, ciertamente. Pero yo pienso en Woody Allen, en la chica del vestido rojo, en cientos de canciones que tengo por escribir y que tendrán que hablar de algo más profundo que una chica que sonríe cuando te vende un zumo.

O no.

Me encanta bajar la basura. Y este universo no podría ser más perfecto, con sus contradicciones y su aparente estrépito. O tal vez sí. A decir verdad, sí. Sí podría ser más perfecto. Solo que eso, en este momento, es un enigma demasiado bello como para ser planteado. Podría ser más perfecta mi vida, pero para ello tendría que formular un deseo para el que no estoy preparado.

Le dije a Navarrete el otro día que “si has hecho todo lo que podías hacer y no has conseguido todo lo que buscas... has de aprender a hacer cosas nuevas. Y volver a probarlas”. Creo que probaré con yoga y con clases de guitarra.

Mañana a lo mejor hablo de tríos.

Amores de mosquito

lunes, 13 de septiembre de 2010

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Como todo en esta vida, las relaciones tienen unos ciclos y un ritmo que varía con el paso del tiempo. En los humanos las relaciones suelen durar años e incluso toda la vida, pero en el caso de los mosquitos toda su vida se reduce a una o dos angustiosas semanas en las que pasan de larvas a abuelos mosquito en cuestión de horas, todo regado con una implacable presión genética por procrear cuanto antes.

¿Te lo imaginas? Disponer tan sólo de tres días para encontrar al amor de tu vida, enamorarte, tener hijos, hacer vida de casados e ir notando como pesa la rutina y las cosas ya no son como eran, hasta que al fin la llama se apague y cada uno siga su camino. El caso es que yo tengo un amigo que hace poco vivió su propia relación de mosquito:


1. Primer día: Aterrizando.

El señor Mosquito ya hace tiempo que planeaba su viaje a Cramada, la que durante los próximos 3 días de mosquito sería su ciudad definitiva. Es cierto que aún no tenía una buena madriguera en la que cobijarse, pero traía consigo una maleta llena de ilusiones y nuevas metas que le protegía de sus propios miedos y también de los otros insectos que frecuentaban las calles.

Y fue precisamente en una de esas calles, en Gran Piedra, donde se cruzó con la que pronto sería la señora Mosquito. Ella también era nueva en Cramada y una mezcla de curiosidad, ganas de nuevas aventuras y necesidad de compañía la llevó a invitar a Mosquito a su casa. Ella admiraba la facilidad de palabra de la que él hacía gala cuando le susurraba bzzzzz… al oído y él se sentía hipnotizado al contemplar sus hermosas y tornasoladas alas. Así nació el amor.

Al cabo de unas horas de mosquito (a las que para las siguientes referencias llamaremos horas M), que para cualquiera de nosotros equivaldría a 1 ó 2 años de vida, estos tortolitos ya habían vivido sus mejores momentos de pasión y ternura y nuestro pequeño protagonista empezaba a sentir el peso de la rutina aplastando sus frágiles alas. Fue en ese momento, en parte por las ansias de volar y en parte por la necesidad de aprender a aparcar del señor Mosquito, cuando apareció en su vida la pequeña Mosqui. Él recordaba haberse cruzado con ella alguna vez en las playas de Maracas, mientras cumplía con el ciclo de emigración veraniego, pero nunca se había planteado ir más allá porque aún era muy joven como para pensar en tener mosquititos con nadie. Pero ahora sí, ahora Mosquito estaba en pleno apogeo hormonal y necesitaba urgentemente volver a sentir unas alitas vibrando contra su pecho mientras se unían el uno al otro durante unos segundos. Y así (re)nació el sexo.


2. Segundo día: Marido y mujer.

Él la llamaba cari mientras la recogía a la salida del trabajo, volvían a casa tras regalarse algún momento de ocio y él bajaba a por la cena mientras ella lo esperaba ya en pijama en el sofá. Ella le servía el desayuno por las mañanas y él suspiraba tratando de recordar el punto de inflexión en que su relación se volvió tan fría como la leche que se bebía en aquel momento.

- Debió ser en la terraza, recuerdo una noche que mirábamos las estrellas y criticábamos las pintas de otros mosquitos que pasaban por la calle. Desde entonces sólo ha habido pijamas de cuello vuelto, cafés fríos y “buenas noches” que ni siquiera lo parecían.
- Bueno… Pero ahora tenéis otras cosas – trataba de animarlo Mosqui -. Piensa en la confianza que tenéis, lo que os conocéis el uno al otro y lo bonito que es tener a alguien así a tu lado. Ya son muchos años (M) de relación, las cosas cambian.
- Sí, supongo que tienes razón. No… En realidad no la tienes. ¿Sabes? Creo que voy a tomarme un tiempo. He visto un piso en el paseo de los Tigres en el que cuando bajo a rebuscar en la basura veo la Alhambra. Ese siempre fue el sueño de mi vida.
- ¿El paseo de los Tigres? Menuda aventura. Yo nunca he estado, son varios días de vuelo y dicen que está custodiado por unos árboles que no dejan penetrar más allá del inicio de la selva.
- ¡No importa!, los esquivaremos y estableceré allí mi nueva madriguera, ya está decidido. - Y con esta decisión nació la aventura -.


3. Tercer día: Una nueva vida comienza en Cramada *

Gracias a la experiencia que había adquirido durante los 17 años M de relación, el señor Mosquito se sentía con las suficientes fuerzas y motivación como para levantar el vuelo hacia el paseo de los tigres y afrontar todos los riesgos que se le planteasen durante el camino. Aún así, la pequeña Mosqui, que también acababa de mudarse a Cramada, decidió acompañarlo para cuidar de él y disfrutar de esta aventura juntos.

Y así fue como tras unas duras horas M de vuelo, árboles que les impedían el paso, confusiones y alguna pérdida de orientación, Mosqui tomó las riendas del viaje y consiguió llegar a su ansiado destino: El paseo de los Tigres. Y así nació el sueño…


* Ver: La mudanza más difícil de la historia.

La mudanza más difícil de la historia

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La casera me preguntó si yo creía en las corazonadas. Le dije que ese no me parecía el término más exacto, pero que estoy de acuerdo, en muchos aspectos, con su forma de ver el mundo. Puesto que había llevado una cómoda (más antigua que yo mismo) desde Granada y hasta Benalmádena, entusiasmado con el plan de hacerle a ella su propia y mini-mudanza, algo en común tendremos. Aunque yo suela vestir de un modo más convencional y no estaría dispuesto a enseñar tantas canas. "El otro día, te vi. Llevabas una camiseta de los Simpsons y pensé... ¡ahí va un hombre sin complejos! Cuando después, llegada la noche, llegaste con Ángela a ver el piso, me llevé la alegría del día. Sabía que eras tú".

La mudanza comenzó a las cinco de la mañana. A esa hora desperté en Gran Vía, en el piso de la que había sido mi mujer tres días. Nuestra relación semejaba a varios años de matrimonio. Veíamos juntos la tele, subimos a comprar y paseamos por el centro, contándonos cómo nos había ido a cada uno en el trabajo al detalle. Todo muy mono, hasta el cola-cao de buenas noches, las miradas cómplices y ese millón de cosas que no dan a entender que no medió ni un miserable besito. (No estoy en ese punto). Paula me despertó la primera noche con una de las mejores frases de todos los tiempos "me llamo Paula y estás en Granada". Probablemente, si no me lo hubiera dicho de un modo tan explícito, me hubiera sido más fácil ganar un peluche en los camellos de la feria que acertar cómo se llamaba.

Salí de Gran Vía sobre las cinco y media. Mi ex mujer hizo el amago de levantarse, se acordó de mi familia, se dio la vuelta en la cama y siguió durmiendo, mientras yo metía las cosas en el bolsón, utilizando el resplandor del móvil como referente. A la vuelta de la esquina, Granada estaba preciosa, con su quietud incompleta, con la certidumbre de que aquel viernes iba a ser espectacular. Tenía que llegar a Berja, que está a dos horas, montar todas mis pertenencias en un camión de mudanza y regresar a Granada, previo paso por la frutería de mi ex-casera, para echar los papeles de la universidad.

Las cosas no empezaron muy bien. Paré en un bar de camioneros y me sentí un poco cohibido porque no soy lo suficientemente masculino como para según qué cosas. A la llegada a Berja me esperaba un hombre solo. Lo cual, habida cuenta de que había que cargar una cinta de correr de unos diecisiete mil kilos, o más, era una pequeña putada. Lo arreglamos con fuertes dosis de huevos y esa etapa se resolvió sin contratiempos (aunque me pegué una paliza física). Huevos me ofreció mi ex-casera, y verduritas, como siempre que iba a pagarle. Por los viejos tiempos, supongo. Creo que nunca más volveré a Berja, aunque sé que esto nunca ha de decirse jamás. Berja no podría ser más "pasado", la verdad.

El camión de la mudanza era pequeño y mi coche tuvo que recibir algunas de las cajas. Conduje por la carretera de Motril sin ver un carajo de lo que sucedía en los carriles colindantes. Incluso me perdí, a pesar de que ese camino me lo sé de memoria. Haber cargado cajas y haberme levantado a las cinco no ayuda. No ayuda nada. Eso sí, todo está bien empleado porque logré entregar los papeles de la universidad con cinco minutos de margen. Ahora solo me queda esperar si seré (o no) profesor de Universidad. Por lo demás, me quedé un poco impresionado por las montañas de folios que el personal entregaba para acceder a la misma situación a la que quiero yo quiero acceder. Si las plazas de profesor asociado se dieran al peso, no tendría ninguna opción.

Helena Victoria quedó conmigo en un restaurante japonés que hay cerca de la casa de la que, ya por entonces, era mi ex-mujer. Nos dieron una mesa en la misma plancha de la comida. Te cocinaban prácticamente en la cara, pues allí ser fumador es una plusvalía y las mesas estándares estaban copadas. Se suponía que el acceso al Paseo de los Tristes, lugar donde está mi piso, se puede hacer de dos a cuatro de la tarde. El problema es que el mudancero tenía que hacer un porte a Antequera y no estaba muy por dar señales de vida. Pasadas las cuatro, dejando el coche dentro del parking, batiendo un récord de pago en un solo día, nos fuimos al piso de Helena, donde estuve escribiendo mi primera columna de este año para EL MUNDO.

Se supone que los pivotes que dan acceso al Paseo de los Tristes se abren a las diez. Quedamos a las diez en la puerta del piso con el mudancero. Nosotros tomamos dos coches. El de Helena y el mío. Inicialmente yo fui delante, pero todo se complicó un poco cuando llegamos y los pivotes (como ya todo el mundo que lea esto esperaba) seguían cerrados. Comenzó ahí una ruta de casi dos horas para intentar, con poco éxito al principio, llevar las cosas hasta donde viviré los próximos meses/años. Los consejos de mi casera no eran muy eficientes porque está demasiado trascendida. El mudancero sí logró llegar y comenzó a subir las cosas que iban en el camión, sin mí. Desde allí nos daba indicaciones por el móvil, mientras nosotros naufragábamos por el Albayzin. Esa espera duró, básicamente, hasta que Helena tiró de intuición y logramos penetrar hasta la mismísima Plaza Nueva, con dos coches y un cargamento de cosas más propio de un clan gitano.

Se paró, como Massa, justo en la entrada del Paseo de los Tristes, para dejarme pasar. O eso pensé yo. Me acordé de Fernando Alonso y pensé que eran órdenes de equipo. Después me enteré de que no se había parado por ese motivo, pero prefiero guardar el secreto. "Puta Alhambra... ¡No se podía ir el niño a un lugar más normal! Si lo sé, me hago tu amiga una semana más tarde. ¿Todo para ver una casa, donde no vive nadie, a lo lejos?". Ella no olvidaba que en el momento clave de la incursión en el Paseo de los Tristes había echado la decisión metalmente a suertes. Yo no olvidaba que había atravesado el Paseo de los Tristes con el coche repleto de cosas, pasando a pocos centímetros de los turistas. Si no maté a nadie entonces, no lo haré nunca. Literalmente, no veía por dónde conducía.

"Ha sido jodido llegar... ¡pues esto es lo que te espera todos los días de tu vida, a partir de mañana". Se nota que el mudancero era auténticamente granaíno y que muy feliz, por mi idea de vivir allí, no estaba. "Las cosas no van a caber en el piso... ¡son demasiadas! ¡Pero ese no es mi problema!". Mientras se desmoronaba el mundo, y se rompía una caja de plástico llenando el Paseo de los Tristes con mis complementos informáticos, la casera fregaba tres o cuatro platos, absorta y sin ningún tipo de prisa. ¿Acaso pensaba dormir allí aquella noche?

Todo entró. Justo cuando mi madre me llamó, con un pasmo similar al de mi casera, para hacer preguntas de madre. "¿Tienes sábanas, hijo?". Y toda la casa estaba repleta de cientos de miles de objetos, todos ellos fuera de sitio. Creo que fue entonces cuando me di cuenta de que estaba cansado, como si llevara casi 24 horas de mudanza. Afortunadamente, Helena estaba en el momento de mayor actividad física de su vida y colocó en cinco minutos algo así como treinta cajas, suficientes para formar un pasillo y permitirnos llegar hasta la cama. Mientras tanto, la casera seguía fregando los platos a un ritmo insólito.

-"Mañana podemos ir a Málaga a llevar la cómoda y así tendrás espacio", me dijo. "¿Te viene bien a las siete de la mañana?". Creo que por mi cara de desaprobación descubrió que hasta yo tengo un límite físico. "Vale, mejor a las once".

Helena y yo fuimos a tomar un helado, que finalmente se convirtió en otra cosa (creo que era un Nestea, pero no estoy seguro), con vistas a la Alhambra. Al salir del piso, nos dio un ataque de risa y terminamos llorando sobre el descansillo de la escalera. Por todo. Porque aquella había sido la mudanza más difícil de la historia, porque la casera seguía fregando los platos y a mí me tocaría al día siguiente llevar una cómoda hasta Málaga.

Sí, la casera pensaba quedarse a dormir allí. Por eso pedí a Helena que se quedara conmigo. Porque en el sofá cama de la otra habitación una señora con los pies descalzos y aspecto de haber pasado a mejor vida hace algunas décadas, seguía invadiendo la casa por la que creía haber pagado una mensualidad completa. Las cosas. Por eso Helena se quedó. Por eso y porque su coche estaba aparcado en el hueco difícil (cómo no, yo me quedé el fácil) y sacarlo suponía otro reto infecundo a horas interpestivas.

Así pasé mi primera noche en el Paseo de los Tristes. Descubrimos que mi reloj, imitación de CASIO, en color amarillo, tiene luces de colores. Me dormí con Helena al lado, llevando una camiseta de FLORIDA con la que pasó metiéndose toda la semana y que ella terminó por estrenar. Eché de menos a mi ex-mujer, aunque tenía a mi lado a una mujer mejor, pues Paula me despertaba con voz ronca en mitad de la madrugada para decirme que no podía dormir o que el "Tantra Bar" hacía mucho ruido (Paula tiene dos carreras y solo 25 años, pero es una vieja prematura). Eché de menos saber que mi coche estaba bien. Eché de menos a mi familia y una conexión con ADSL para contarlo todo. Pero, por primera vez en bastante tiempo, me di cuenta de que todo estaba bien. Todo era perfecto, aunque la casera puediera entrar en la habitación en cualquier momento, con una sierra mecánica.

Había culminado uno de los sueños de mi vida.

De vuelta a Sevilla, sin nada en la maleta, me puse un CD de Quique González y recordé que Sabina tocaba en mi ciudad. Puede que pronto Fran Fernández cante una letra mía y me supe portador de una vida nueva, repleta de travesuras, de nuevos personajes, pero donde siempre habrá un sitio para los de siempre, pues mi lealtad es infinita, ya lo sabéis.

Estoy muy feliz. Pocas veces he estado tan feliz. Todo ha cambiado tan deprisa... Y ahora, cómo no, pienso en la Universidad, en EL MUNDO, en la tesis, y todos los proyectos parecen tener mejor pinta. Y tengo ganas de cambiar el STARBUCKS por el DUKIN, en la única infidelidad que cometeré este año. Tengo muchas ganas de recibir visitas y de ir a conciertos, de dar clases, de darlo todo por los nenes de Alcalá.

Jamás entendí demasiado bien a las personas que escriben un correo, estando de ERASMUS, y cuentan sus batallitas de forma general. Siempre pensé que sería mucho mejor ser más personal y escribir uno para cada persona. Ahora comprendo que no necesariamente da tiempo. Hay que sacar tiempo para vivir, pues eso es lo prioritario.

Tenéis casa. Que lo sepáis. A Ángela le debo el primer café. Todo lo demás irá cayendo, en el orden en que formulés vuestras peticiones. Estáis invitados y hay un sofá cama disponible en el piso más bonito del mundo.
Fernando Fedriani