Psicoanálisis y recapitulación

martes, 14 de septiembre de 2010

|
Esta noche he tenido mi primera pesadilla desde que llegué a Granada, y ahora me está inundando una necesidad de escribir que hacía mucho tiempo que no sentía. Hace un par de días (o años, no sé…) hablaba con Fernando sobre que hay personas que usan la escritura como terapia para saber qué ocurre dentro de sí mismos y a partir de ahí tratar el problema. Y aquí estoy yo, escribiendo, todavía no sé muy bien sobre qué.

Creo que un buen comienzo sería echar la vista atrás y recapitular. Esta semana ha sido todo un espectáculo de autodescubrimiento y nuevas emociones a partes iguales. Por una parte, pasar un día con Fernando es algo así como dejarse caer cuesta abajo con unos patines: Nunca sabes dónde vas a acabar, y este final no tiene por qué ser necesariamente bueno. Pero a pesar del riesgo y de la incertidumbre, de las absurdeces y las dificultades, Fernando siempre consigue hacer equilibrios sobre la cuerda floja y salvarte de su propio lío.

Por otro lado siento que la Magia está volviendo a mi vida, y eso me resulta fascinante. Vuelvo a tomar decisiones a cara o cruz - eso sí, recordando que es sólo un juego y a veces hay que no hacerle caso para que siga funcionando - y acabo de darme cuenta de que si busco algo y lo visualizo, la vida me lo pone por delante. Me siento muy inspirada, llena de ilusión, de fuerza y de aire fresco.

Últimamente ando dándole vueltas a una teoría a la que llamaré improvisadamente “El filtro”. Según esta teoría cambiarse de ciudad sirve, entre otras cosas, para saber quién forma parte de tu vida realmente y quién no es más que paja y relleno. ¿Alguna vez te has parado a pensar en cuántas de las personas que tienes a tu alrededor no son más que figurantes? Ellos no te importan y tú no les importas a ellos, pero aún así están ahí. Es raro. No nos gustan los desconocidos y sin embargo estamos rodeados de ellos.

También me estoy dando cuenta de que la distancia es una gran herramienta, muy aconsejable para gente que no tenga nada que perder -o que lo tenga todo y esté dispuesto a ponerlo en juego -. La primera noche tras el viaje lloras como un condenado y echas de menos a la gente de tu otra vida, los siguientes días aprendes a comer sólo, cenar sólo, pasear sólo y aguantarte a ti mismo como no lo has hecho nunca, pero en cuanto pierdes ese miedo a lo desconocido y te lanzas al vacío en seguida te das cuenta de que merece la pena. Y no sólo hablo de la distancia física, sino también de la emocional. Esa que hace que puedas sentirte el alma gemela de una persona o que hay un abismo entre vosotros. La verdad es que me está pareciendo muy interesante aprender a jugar con esa distancia para ganar perspectiva y provocar cambios que desencadenen nuevas aventuras.

Y en definitiva así andamos estos días, jugando a hacer trucos de magia y lanzar monedas al aire…


… Y he descubierto que tu perfume y tu voz al teléfono aún me ponen nerviosa…

0 comentarios:

Publicar un comentario