No sé cómo me llamo (y tu ordenador tampoco)

martes, 14 de septiembre de 2010

|
Nos hemos juntado las dos personas con los apellidos más raros de toda Granada. Y no podía salir nada bueno de nosotros, claro. Este blog, me temo, tiene vocación de continuidad. En cierto modo, supongo, servirá como desahogo y nos permitirá compartir con cuatro o cinco pajilleros japoneses todo lo que nos vaya aconteciendo a los pies de la Alhambra. Aprovecho, por tanto, para saludar a los pajilleros y a todos esos seres ignotos que algún día irán a deambular por estas tierras blogueras, buscando información sobre cualquier otra cosa útil.

He entendido cuán difícil es vivir aquí. Hay un mini-bus que asciende hasta el Albayzin y que hace cierto ese dicho de “chiquitito, pero matón”. Asumo que eso no es un dicho, pero el que lo dijo no podía tener más razón: ¡hijos de la gran puta! Y subrayo el “gran”. Cada vez que pasa el vehículo es como si una tuneladora me atravesara los tímpanos. Sé que la metáfora no es muy lucida, ni convincente, pero es que esta noche no he pegado ojo casi y, además de eso, he tenido unas pesadillas espantosas, probablemente porque el autobusero de los cojones ha hecho un taconeo sobre mi fase REM. Me imagino.

He tardado demasiado en descubrir que este piso no tiene bidé. Era lógico, puesto que los pisos de ¿pongamos veinticinco metros cuadrados? no tiene nada que la madre naturaleza pueda paliar con un poco de lluvia o de rocío mañanero. Tampoco cabe mi tele y hoy he experimentado el placer de abrir por vez primera el sofá cama. Queda holgado. Si lo abres se te queda un pasillo de unos cuarenta y siete milímetros entre la pared y el somier. Perfecto para una procesión de hormigas. Aunque creo que este piso es pequeño hasta para las hormigas.

Gracias a la intercesión de mi madre, que ha venido en mi auxilio, las cajas que Helena fue apilando van desapareciendo. La mudanza más difícil de la historia todavía no ha culminado, pero reconozco que ya va teniendo mejor pinta. Creo que he tirado unas catorce bolsas de cosas. De basura con cosas, quiero decir. Lo cual está bien, porque el mayor aliciente de este piso es que “veo la Alhambra cuando bajo la basura”. Tengo el coche en un calle de la que no sé ni su nombre, solo sé de ella que no está cerca, y todos los días voy a tener que levantarme a las seis de la mañana para llegar a trabajar. El ruido me dejará dormir a duras penas... pero cuando bajo la basura veo la Alhambra. Compensa, sin duda. Le pido a Dios que me conceda mucha basura o mi vida carecerá de sentido.

Hoy he ido al Instituto y me han contado que la superficie del suelo, en contacto con ciertos tipos de zapatos, produce electricidad estática. Pero no un pequeño chisporroteo, no un cosquilleo como el que da una máquina de masajes o un vibrador (del móvil). No: una descarga. Una descarga que dos o tres veces me hubiera llevado a generar palomitas de maíz desde el maíz, sin necesidad de un microondas. Mi jefe de departamento, ya hablaré de él otro día, me ha dicho que no me preocupe: solo ocurre con algunos tipos de zapatos. Lamentablemente, y los que me conocen saben que es cierto, todos mis zapatos son de la misma marca. Por ello, presiento que tendré que aprender a vivir siendo eléctrico o tirar todos mis zapatos (lo cual, teniendo en cuenta lo que pago por este piso, no va a ser posible).

No tengo Internet. El pincho no me va. Mi ADSL está dentro de una caja. Mi tele de 42 pulgadas, que es lo que más quiero en esta vida, si descontamos a mi familia y a tres o cuatro amigos, y tal vez sin descontarlos, está tumbada en el suelo, con menos vida que un mosquito divorciado, de los que habló Helena. No tengo ningún lugar estable donde colgar la ropa y mi madre ha tendido la camiseta de “I love NY” haciendo acrobacias sobre una cuerda de pescar. Podría parecer que venirme a vivir aquí ha sido un error lamentable. Pero no lo creo: cuando bajo la basura, se ve la Alhambra.

Justo antes de tratar de dormirme (me dormiría si desaparecieran el millón de sonidos que voy a describir ahora), miro por la ventana y el empedrado del Paseo de los Tristes brilla como un trozo de asteroide entrando en la atmósfera. De fondo oigo instrumentos raros, gente de fiesta, en pleno martes, lenguas extrañas, y algún que otro beso. No podré dormir y mañana tendré un sueño brutal. Pero también tendré una brutalidad de sueños. Lo comido por lo servido, intuyo. Firmo tratar de dormir con los sones de una ciudad en vilo, pues es mucho mejor que el campanario y las ovejas de mi etapa bucólica anterior.

Mañana es el primer día de clase. Me presento en el instituto, pero no me presentaré a nadie. Trataré de no darle la mano a nadie no vaya a erizarle los pelillos de los cataplines, por la electricidad estática. Mañana es el primer día de clase y estoy nervioso, como siempre me ocurre en esta misma noche. Es preciosa y turbia, no me cambiaría por ningún otro trabajador, en este momento. Tengo una misión por llevar a cabo y no podría ser más bonita. Tengo ganas de conocer a mis alumnos, de comenzar con buen pie, aunque dé calambre, y de darle sentido a mi presencia en este lugar tan caótico.

La chica que me vendió el zumo creo que pensó en ligar conmigo. Y era guapa, ciertamente. Pero yo pienso en Woody Allen, en la chica del vestido rojo, en cientos de canciones que tengo por escribir y que tendrán que hablar de algo más profundo que una chica que sonríe cuando te vende un zumo.

O no.

Me encanta bajar la basura. Y este universo no podría ser más perfecto, con sus contradicciones y su aparente estrépito. O tal vez sí. A decir verdad, sí. Sí podría ser más perfecto. Solo que eso, en este momento, es un enigma demasiado bello como para ser planteado. Podría ser más perfecta mi vida, pero para ello tendría que formular un deseo para el que no estoy preparado.

Le dije a Navarrete el otro día que “si has hecho todo lo que podías hacer y no has conseguido todo lo que buscas... has de aprender a hacer cosas nuevas. Y volver a probarlas”. Creo que probaré con yoga y con clases de guitarra.

Mañana a lo mejor hablo de tríos.

0 comentarios:

Publicar un comentario