Querida abuela:

lunes, 25 de abril de 2011

| 6 comentarios
¿Cómo te va? Por aquí todo sigue más o menos como siempre. Supongo que en lo esencial la vida no suele cambiar mucho, aunque a veces parezca lo contrario. Yo me fui a Granada, a estudiar magisterio. He aprobado el primer cuatrimestre y he conseguido la beca. Vivo en un pisito precioso en el Paseo de los Tristes, al lado de la Alhambra, con un chico más bonito todavía. Eso sí, no tiene tarjeta del Corte Inglés, aunque es funcionario, ¿tú qué dices? ¿Eso sirve, o busco otro?

Siempre que paseo por el Sacromonte veo platos decorados con mosaicos, de esos de colgar que tanto te gustaban, y me acuerdo mucho de ti. Bueno, en realidad los platos no son más que una excusa para dedicarte un pensamiento. Te tengo muy presente.

El abuelo está bien, lo cuidamos entre todos y él va aprendiendo a dejarse cuidar. Aunque le cuesta aprender a vivir sin ti, después de tantos años. Tito Paco murió hace poco, aunque tú esto ya lo sabrás.

No te voy a engañar: Te echo mucho de menos. Pienso en ti tras cada paso que doy, tras cada logro. Y a veces, supongo que como todos, me lamento por todo aquello que quedó por decir o hacer, o simplemente porque ya no puedo mostrarte todo lo que ha ocurrido durante tu ausencia. Ojalá estuvieras aquí y pudieras decirme que estás orgullosa de mí, que lo estoy haciendo bien. Ojalá pudiera verte salir a comprar cada mañana, haciendo como que tiras del carro, ese que en realidad te servía de bastón, y que parases por el camino en cada tiendecita para contarles a todas las vecinas lo lista que es tu nieta, la universitaria, lo bien que le va y la vida tan bonita que tiene.

No te voy a engañar: Volver a casa duele. Duele el barrio, las macetas, las comidas caseras, las fotos, el 25 de abril y sus días cercanos, el Cautivo, tu balcón, tu portal y las escaleras de tu casa, seguir viendo “Abuela” en la agenda de teléfonos del móvil, el jamón cocido y los huevos con pan migado, el recuerdo de tus manos y de tu incansable sonrisa, el olor de tu casa, las damas de noche y los jazmines, la manguera en la terraza, las almendras fritas, los perros que se llaman “Yaqui”, los hospitales y la avenida de Carlos de Haya. Duele cada atardecer que contemplo y que tú ya no puedes ver. Duele saber que el mundo es un lugar tan injusto como para ser capaz de abandonarnos a nuestra suerte llevándose a alguien como tú de nuestro lado. Duele no tener tu abrazo, no volver a ver nunca más tu sonrisa.

Duele conocer el fin y saber que nada queda. Que la gente buena se muere igual que la mala, que los méritos no te salvan del dolor ni de la agonía. Duele recordarte luchando contra la muerte, peleando por cada sorbo de aire sin saber cuál sería el último. Duele saberte quieta, para siempre.

SMS

sábado, 23 de abril de 2011

| 0 comentarios

¡Vamos a morir todos! El lenguaje que los jóvenes utilizan en los SMS hará que la ortografía se resienta. Pronto empezarán a utilizar esos códigos obscenamente deficientes en los exámenes y en documentos públicos. Paralelamente el nivel de tolerancia de la población irá creciendo y llegará un momento en el que la RAE no podrá controlar qué está bien y qué está mal, pues su cometido es “registrar” los usos de la gente y esa gente, precisamente, estará aquejada por el “espíritu LOGSE” y utilizará toda suerte de abreviaturas y apócopes. Los políticos. Las leyes. Pronto una constitución puede estar escrita con caracteres abreviados. Quizá las obras literarias también lo estén. Todo ello hará que las prisas y el ansia de concisión se extrapole a todo. Empezarán los saqueos, los atentados, las redadas de grupos reaccionarios marginales que defenderán una correcta ortografía a la antigua usanza. Habrá luchas entre bandas, guerras civiles, y puede que se llegue al punto de que muchos estén dispuestos a morir por alguno de los dos flancos. La guerra a escala. Ataques cada vez mayores. Y moriremos todos.



O tal vez no ocurra nada eso... y la situación no sea tan grave, después de todo.



En Pompeya, morir a manos de un volcán hace que no te dé tiempo de limpiar la mierda de debajo de tu alfombra, se encontraron miles de abreviaturas y de faltas de ortografía en las inscripciones que abarrotaban la localidad. Abreviaturas de la misma naturaleza que las que mi tía, que es secretaria y que tiene más de sesenta años, utilizaba para comunicarse con sus amigas en la escuela. Estudiaron taquigrafía. Arte muy útil y que se parece muy mucho al código restringido, a los usos ortográficos del TUENTI y del mésenyer. Y ahora que lo pienso llegué a ser filólogo a base de abreviaturas. Porque nadie, ni siquiera los más audaces, eran capaces de tomar nota de todo lo que los profesores indicaban.


Si siempre han estado, y si nunca ha pasado nada, ¿por qué nos asustamos de pronto? No sé si todos estamos de acuerdo en que el objetivo de los docentes es que nuestros estudiantes sepan utilizar la ortografía académica en aquellos contextos que la requieren. Pero... ¿es sano que nos metamos en todos los demás? ¿Qué secuelas reales pueda dejar la utilización prolongada de estas fórmulas? ¿Acaso el objetivo del lenguaje no es “comunicar”, “transmitir información”, siendo la ortografía un uso arbitrario apoyado solo en la tradición? ¿Acaso no ha de evolucionar el lenguaje y adaptarse a los tiempos nuevos... como siempre ha hecho? ¿Acaso no ha habido siempre abreviaturas... pero también un número muy superior al que ahora hay de analfabetos?



Mi intuición me dice que los hablantes se sienten amenazados por los nuevos usos siempre. Siempre sentimos que el eje normativo lo estipula nuestra generación y que las posteriores están “degradando” nuestros usos (correctos). Siempre pensamos que el modelo de infancia y de adolescencia más adecuado es el que nosotros llevamos y, por descontado, pasamos por alto que en nuestros tiempos, en los de cada generación precedente, también se consumían drogas y había embarazos precoces. Pero nos sentimos amenazados, supongo, y todo lo nuevo nos parece una degeneración, porque asumir el cambio nos exige entender que ya no estamos “en la onda”, que nuestro momento pasó. ¡Qué sé yo! Quizá tengan razón todos esos profesores carcas y estemos a punto de morir todos. Quizá que caiga la ortografía sea más peligroso que una caída de bursátil. Solo el tiempo podrá decirlo. Lo que está claro es que como pille algún texto adolescente de todos esos melones que tanto critican ahora el código de los SMS, quizá los publique en mi blog para dejar a más de uno en vergüenza... y administrar un poco de justicia, de paso.

Camino a la inmortalidad

viernes, 22 de abril de 2011

| 0 comentarios
Hoy mientras bajaba de clase, como cada mañana, me detuve especialmente en contemplar la belleza del Paseo de los Tristes. Puse todo mi afán en descifrar cuál era la clave, el eje sobre el que giraba ese paisaje tan sobrecogedor. Unos saltimbanquis habían instalado sus cuerdas de equilibrismos entre dos columnas de las que sujetan los toldos, ahora florecidos por la primavera, bajo los que los guiris se resguardan del sol.

Uno de los chicos se subía e intentaba caminar por la cuerda, mientras otro hacía el pino y un tercero se paseaba por el paseo sobre una de esas bicicletas sin manillar y de una sola rueda. En realidad no sé por qué lo llamo bicicleta si le falta todo lo que suele llevar una, pero bueno, vosotros me entendéis.

Mientras tanto, a mi alrededor había unas 50 ó 60 personas reposando en las terracitas, tomando una cerveza y contemplando incrédulas la belleza de todo cuando los rodeaba. Y era tal esta incredulidad que, de haber pasado yo misma por allí con los ojos cerrados, apenas habría acertado a intuir que en toda la calle había no más de dos o tres personas: El camarero que recita el menú del día, alguien a quien el flash de la cámara de fotos se le ha saltado deseando impregnarse de la Alhambra y la chica con tacones que pasa por mi lado.

El resto, silencio absoluto. Es tanta la belleza que se queda uno absorto, sin palabras. Es tanta la magia que hablar, mostrar un mínimo atisbo de normalidad, indigna. Es tan bello el momento que el tiempo se detiene y la escena queda quieta, fotografiada para la posteridad. Todos están vivos y sin embargo nadie se mueve lo más mínimo. Insuperable.

El paseo de los Tristes es un lugar quieto, callado, porque cuando la belleza habla el hombre no tiene nada que decir. Este es el secreto: El silencio, la calma y la grandeza, reflejada en cada pupila y en cada copa, de la Alhambra; que nos hacen sentir, apenas durante los pocos minutos que dura el paseo, inmortales.

Definición de libertad

| 0 comentarios

Hablando de imágenes bonitas, ayer vi una fascinante. Hay un hombre que vive en el paseo marítimo en una caravana. Vive aquí todo el año. Lo conozco, todo el pueblo lo conoce, porque ayuda a los operarios del Ayuntamiento. ¡Ese sí que es un bohemio! Es un tío súper guapo, con el pelo largo y los músculos duros, que tiene pegado en el cristal de su “casa” la definición de la palabra “libertad”, en una fotocopia ampliada. Tiene un niño pequeño. A veces veo a la mujer con él y se bañan desnudos en el mar. Pero ella no se queda. Supongo que no están juntos. La mujer está buenísima y me imagino lo que vio en él. Da gusto que un tipo así sea el padre ilegítimo de tu hijo. Aunque también es obvio a lo que te expones por escoger, si es que eso se escoge, enamorarte de él.



Pues bien: ayer hacía aire, soplaba poniente, y él iba recorriendo el paseo marítimo sobre una bicicleta con los pies extendidos sobre el manillar. Llevaba abierto un paraguas roto, con una varilla quebrada. Lo utilizaba de vela. Orientaba el paraguas y, sin dar pedales, la bicicleta se movía hacia donde él quería... Se desplazaba girando el paraguas de dirección, sin utilizar las piernas y sin perder el equilibrio. Todo el mundo lo miraba con incredulidad y envidia, aunque todo el mundo se esforzaba por revestir esa envidia de desprecio. Llevaba los pantalones cortos y rotos. Como el paraguas. Como las olas, revueltas y convulsas, rezumando salitre.


En ese momento, que fue uno de los más bonitos que he vivido últimamente, me di cuenta de lo ridículos que son los hombres casados de cuarenta y dos años. Me fijé en los chiringuitos, en la gente que tomaba cerveza en la baranda, y en que no sería capaz de pasar con ellos ni dos minutos... Sin embargo, hubiera sido capaz de mirar al hombre libre el resto de la tarde, pues me pareció hermosísimo de pronto. Él no miró a nadie, pero todos lo miraban a él. Yo no me esforcé por sonreír. Al fin y al cabo, no sentí envidia y no tenía, por tanto, que revestirla de indiferencia ni de vanidad. Creo, lo sospecho como poco, que mi ideal de madurez es ser mirado también de ese modo por la gente gris. Por eso sonreí.

Hoy no

martes, 19 de abril de 2011

| 0 comentarios
Tengo ganas de escribir sobre los vuelos de los pájaros de Portugal. Sobre lo que se siente después de hacer 2500 kilómetros en una semana. Sobre personas que balancean sobre sus hombros el peso de las creencias de otros. Y cosas así.

Esta noche no. Ya no más. Hoy elijo, por una vez en mucho tiempo, descansar, quedarme quieta y dejar que pase el tiempo. No hacer nada, no forzar más. Elijo tirarme en la cama a ver la tele sin más, sin pensar, sin necesidad de más trascendencia ni atisbos de productividad. No más épica. Elijo darle al cuerpo de guerrero el descanso de héroe fallecido, desfallecido. Elijo echar el ancla en este puerto, roído como las piedras que ayer pagaron la ira de Neptuno, pero familiar al fin y al cabo.

Me gusta la cadencia de las gaviotas sobrevolando acantilados. Me gusta mi vida, con sus carencias y sus excesos. Y qué sé yo. Podría buscar un párrafo más redondo. Enganchar un par de ideas y hacer algún juego de palabras. Pero no, hoy no.

Elijo no dar lo mejor de mi misma. Elijo irme a dormir.

Buenas noches.

Tú sabrás

miércoles, 6 de abril de 2011

| 0 comentarios

Me pasa con frecuencia que me olvido de mis sueños y que, de pronto, se vuelve todo más sucio y más oscuro. En esos momentos, siempre, ocurre algo que me hace reflexionar. En esos momentos, cuando todo me hace salir a enfrentarme con el mundo y me alejo de ese ideal tan mío de que estamos aquí para dar espectáculo y para pasarlo bien, algo me zarandea y me habla del vacío, del extremo, de los cambios sutiles que de pronto se buscan entre sí para volverse bruscos. Siempre, cada vez que algo parece tener más importancia de la que realmente tiene, ocurre algo que devuelve a la escala de sus posibilidades a todas las cosas que jamás tuvieron peso.


La muerte. A veces me da por pensar que es raro eso de no existir. Me pregunto y me asombro de cuánto tiempo quieto constituye una eternidad. A veces, aunque no me pase siempre, me da por olvidar que somos seres con una caducidad limitada, y que un volantazo nos convierte en leyenda. A veces se me olvida lo duro que es esconderte bajo el “era un buen tipo” pues, siempre después de ese comentario, llega otro sobre fútbol, sobre toros, sobre la política y los sindicatos, y en esos consecuentes temas no puedes estar presente. No vuelves a estar presente. No lo vuelves a estar ya más porque de ti solo queda el legado, la estela de amor, el fruto que has dado, cuánto brillaste y en qué empleaste tus momentos y tiempos muertos. Nunca mejor dicho.


Siempre se muere alguien, a mi alrededor, cuando me pongo un poco tonto. Siempre surge, del letargo, alguien que me recuerda que somos mortales, que la vida tiene demasiada tela por cortar como para malgastarla con pensamientos de rencor y de miedo. Tenemos poco tiempo. Somos efímeros. No compensa, por tanto, revolvernos contra todo, pues nos descargamos de razón, nos ahonda el odio, y perdemos todo lo que recogimos por el camino. Al fin y al cabo, y después de todo, solo quedará de nosotros nuestra capacidad para amar. Lo único que nos transciende, que nos concede la inmortalidad, es la fuerza con la que supimos vivir. Lo único capaz de vencer las distancias y las dudas, de situarnos en el lugar que verdaderamente buscamos, es la pasión que le ponemos a los días impares, a todos los momentos que están entre dos momentos importantes. Son las semanas grises, aquellas previas a unas vacaciones, los momentos bajo los que nada bueno aguarda, aquello que verdaderamente echaremos de menos luego, cuando ya no podamos echar de menos. ¿Por qué no volver atrás? ¿Por qué no hacerlo bien desde el principio? ¿Por qué no aprovechar el momento? ¿Por qué no llorar, sentir, sufrir, vivir y amar a la primera?


La ciudad está en silencio. La vida y la muerte. Y este silencio. Las batallas del diario. Y este silencio. Los reproches y las palabras feas. Responder cuando te tienen cansado. La paz que llega, cuando todo se desmorona. El aguacero que limpia la atmósfera y devuelve los espectros a sus camas. Todo: el coma y la coma, la realidad y el deseo. Todo es una partícula de luz que alumbra el favor del milagro de estar vivos. Porque estamos vivos y, de tarde en tarde, de noche en noche, no está de más recordar que la certeza bien merece una cerveza. O una sonrisa.


Me gustan las tetas. Y los arcoiris. La vida es hermosa, pero la muerte nos enseña, después de todo, que los días malos son una grieta diminuta sobre las líneas infinitas de la palma de una mano gigantesca.

Cuando los juguetes despiertan

domingo, 3 de abril de 2011

| 0 comentarios
Uno siempre imagina que, si los juguetes tuvieran vida, serían cada noche el héroe de una trepidante historia de acción, la reina del baile o los dueños de la casa perfecta; decorada con mil y un accesorios impecables, hechos a medida para sus pequeñas y rígidas manos.

Pero, ¿qué pasaría si los muñecos, nuestros adorados y favoritos juguetes, esos que nos acompañan durante toda nuestra vida, no tuvieran más que unas vidas normales y corrientes?

No me puedo imaginar a mamá click de playmobil yendo a hacer la compra, o llevando a lo niños al cole, con su traje de reina del castillo o de jefa del barco viquingo.

Tampoco querría ver a un action man ejerciendo de banquero o de albañil, ni a barbie en casa, en pijama y con resaca.

Y es que hay cosas que es mejor no saber. Por eso, cuando mis juguetes despiertan, yo me voy a dormir.

¿Duermo o me levanto?

sábado, 2 de abril de 2011

| 0 comentarios

Tengo ganas de dormir, pero de pronto se me ha olvidado cómo se hacía. Es como si el reloj hiciera sonidos guturales, como la paloma del balcón, para reclamarme que viva, que aproveche el rato, aunque sea de madrugada, que ambicione, que saque algo provechoso de esta madurgada de domingo. Supongo que casi todos mis conocidos duermen en este momento. La ciudad, de tanto que exprime el diario, aguarda con las alas plegadas. Y yo, escribiendo con el portátil sobre las rodillas, meditando si salir de la cama, siento el corazón a mil, repleto de ilusiones, que zarandean mi calma y mis ganas de descanso.


OPCIÓN A. Puedo seguir durmiendo. En cuyo caso me sentiré mejor a lo largo de la semana. Un uno por ciento más descansado. Además, estas horas, tampoco han de ofrecerme demasiado. El partido del Betis es a las doce. Todavía restan muchas horas y no está escrito que haga en ellas nada heroico. Puedo cerrar el portátil, darme la vuelta, y probablemente en cinco minutos estaré dormido otra vez. Serán las once cuando despierte. Me vestiré, desayunaré y podré seguir el partido, sin tanta espera. Y habré descansado.


OPCIÓN B. El cuerpo me pide que despierte. Tengo ganas de hacer algo físico. Recorrer la ciudad, ir al gimnasio, y escribir (de hecho, lo estoy haciendo). Cuanto más duermes, más quieres dormir. Ya he descansado, mucho más de lo que duermo a diario. Mi cabeza se encuentra bien. No necesito más horas de sueño y, de hecho, si sigo durmiendo, luego me dolerá la cabeza y mañana me costará más levantarme más. Cuanto más dormimos, más queremos dormir. Y yo no puedo dormir tanto, porque eso quita tiempo.


Sin tomar la decisión, opto por levantarme y apoyarme en el balcón. Me gustan los sonidos nocturnos de las ciudades: las sirenas lejanas, los perros que ladran, el paso de los coches. Me gusta mucho el frío, o este algo semejante, de ese visillo traslúcido que pronto será nublado. Mi pecho se altera, y me siento vivo y firme, sabedor de que todos, en este momento, tenemos una misión por cumplir. ¿Acaso puedo seguir durmiendo? ¿Acaso es prudente despertar ya?


Regreso a la cama. Vuelvo a sentarme. ¿Me levanto o me duermo? ¿Trato de seguir durmiendo o me decido a hacer cosas? Y al final, pasadas las dudas, me decido a hacer lo de siempre. ¿Qué tal si hago ambas cosas? Al fin y al cabo, todo el mundo escoge. Pero yo no quiero ser todo el mundo. La opción correcta, y más completa, será siempre seguir durmiendo y seguir haciendo cosas.


Y esta es, cariño, la explicación de por qué soy sonámbulo, de por qué me levanto de madrugada y te meto mano, de qué me lleva a hacer tantas cosas mientras duermo.