De inicios y comienzos

lunes, 12 de septiembre de 2011

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Estoy un poco asustado. Cuando era alumno siempre pensaba que los profesores lo tenían todo claro y que para ellos los inicios los cursos eran semanas normales, en las que todo está bajo control, como siempre. Ahora, que me he acostumbrado a estar en el lado de los malos, que ya no me sorprende entrar en el servicio de los adultos, y que siento que los conserjes me miran hasta con cierto respeto, me doy cuenta de que una persona se mantiene joven si (y solo si) es capaz de ponerse nervioso en los momentos más incómodos. Los retos, las victorias y las derrotas, nos reviven si nos tomamos en serio todo lo que es grave, pero también los detalles tontos. Por eso me sigo poniendo nervioso, con la esperanza de seguir teniendo por delante primeras veces y ciclos abiertos. Me sigo poniendo nervioso con la esperanza de mantenerme también un poco loco. Al fin y al cabo, si el loco se mantiene en su locura, se convierte en sabio.

Cada año comienzo el curso como si pudiera ser el último y mantengo mis obsesiones en el mismo lugar. Entro en el aula, el primer día, y siempre pienso que puede ser el último primer día. ¡Lo pienso realmente! Cada año, doy las gracias por estar y por haber regresado. Pero también me pregunto por cuánto tiempo seguiré en el mismo lugar. Tengo asumido que no seré profesor de secundaria durante toda mi vida. Sé que hay para mí otro camino diferente (mucho más duro y confuso, quizá). Pero… ¿cuánto tiempo más seguiré sintiéndome orgulloso de hacer lo que hago? ¿Cuánto tiempo podré aguantar estándome quieto? ¿Cuántas veces podré escribir la palabra “funcionario” sin llegar a agobiarme?

Resulta mágico cuestionarnos las certezas, porque las leyes de la lógica son solo indicaciones vagas, si nos fijamos en los pequeños matices. Me encantan esos nervios de quien se sabe en la obligación de demostrar a cada paso que los anteriores no fueron una casualidad. Por eso me paro. Por eso me preocupa seriamente que verdaderamente este sea mi último curso, tal vez. Porque alguna vez, será. Por eso quiero disfrutar y aprovechar cada día, por si acaso. Quiero sentirme vivo, por si acaso. Quiero derrochar alegría y vida. Porque pienso que lo que no derroche ahora, lo guardaré para mí. Y será una pena. Y será la fuerza que no entregue, la que arderá conmigo.

Me preocupa agotar tan rápido los ciclos. Me asusta que las cosas no me divierten demasiado rato seguido. Me da pánico que cada año necesite tantos cambios para mantenerme despierto. Soy adicto al vértigo, más que al café. Y a veces hago cosas que no debo hacer, y dejo cadáveres en la cuneta, por ir demasiado deprisa. A veces me equivoco y al mirar atrás me siento gilipollas por no haber sabido pararme a tiempo. Porque es inhumano exigirte tanto, pero aún es peor ser siempre tan consciente de todos tus errores, de todos tus fracasos, del lugar exacto en que debiste dar un paso atrás.

Esta semana empezamos un curso nuevo, pero ya no lo siento nuevo. Como cada año he hecho una lista de objetivos. El más importante de todos es ser coherente con mi forma de ver el mundo y seguir aprovechando las oportunidades, aunque no vea claro a qué me llevan. Aunque me haga daño. Aunque me queme, quiero seguir adelante. Y fingir que todo va bien. Y que tengo las respuestas. Por si alguien, que ande más cegato que yo, decide creerme.

Querido fernando:

miércoles, 7 de septiembre de 2011

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Estoy en la terraza, como todas las tardes últimamente. Hay una caída de sol preciosa que ha dejado un ambiente mágico. El cielo se debate entre el amarillo, allí al fondo, detrás de esa iglesia en la bautizan a los niños a los casarán unos años más tarde; hasta el azul que queda a mi espalda, arriba en el Sacromonte, donde subirán los recién casados a despedir a sus abuelos. El azul se mezcla sutilmente con pinceladas de negro conforme parpadeo, como si mis pestañas actuasen a modo de pincel, y baña cada rincón del Albaicín con su triste tragedia. Los secretos sobre la vida y la muerte han venido a mostrarse ante mí en esta tarde tan igual a las demás, tan poco esperada. Entre medio se dejan ver los celestes, morados, rosas y naranjas, como si a un pintor se le hubiera derramado la paleta sobre mí. Y encima de todo, como si se tratase de polvos de talco, hay pompones de nubes disolviéndose tras los tejados. Cuando bajo la vista hacia la pantalla y vuelvo a mirarlas ya no están en el mismo lugar, ni de la misma manera. Todo cambia a cada momento. De repente me siento consciente de mi respiración y del milagro de estar viva, aquí en la terraza, mientras veo a los farolillos encenderse para desafiar a la propia naturaleza.

Hay un contraluz precioso entre las ondas de los tejados. Se marcan ya completamente negras las partes más oscuras de la pared, los rincones que no quieren ser vistos porque tienen algo que ocultar. Quién sabe qué serie de pecados mortales habrán sujetado esos muros. Se dejan ver, por su parte, las siluetas de las tejas como dientes simétricos y desgastados. El suelo se copia de su mayor en altura, el cielo, y comienza a vestir los huecos que quedan entre los ladrillos de negro luto. En realidad, la piedra existe porque hay un hueco a su alrededor que la dibuja. Me molestan los faroles, porque no me dejan distinguir la realidad de lo imaginario: las sombras de la gente que camina provocadas por la noche y las que forma el reflejo artificial de una bombilla. Quizás el secreto sea que ninguna parte es más real que las demás, que todo forma parte de una misma ilusión. La ilusión de que regreses pronto y te sientes aquí, a mi lado, a compartir conmigo 365 atardeceres nuevos.

El pintor desordenado se ha servido de las nubes para limpiar su estropicio, dejando un borrón negro por cielo de tanto mezclar los colores. Se han marchado las nubes, y la luz. Me quedo sola, a oscuras, con el puntero ansioso de continuar. Aún veo al fondo una luz amarilla y, dibujado con trazos de carboncillo negros, la copa de dos árboles y dos campanas enmarcadas por unos ventanales que están bañados en su interior de un amarillo aún más intenso. Arriba, en la punta, una veleta girada convenientemente crea la ilusión de ser una cruz, y eso me hace pensar en ti. Después de tantos años dando tumbos y de tantos giros inesperados, hoy el atardecer acaba en ti.

La Nacional

domingo, 4 de septiembre de 2011

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Antes me ha dado por evitar la autopista. He recordado que tú siempre decías que te aburría. Te gustaba más la Nacional porque corren los coches en ambos sentidos y ese reto evitaba que perdieras la concentración.

Esta carretera, con sus curvas y con sus baches, me ha hablado de ti. Me ha recordado que muchas veces los retos nos sientan bien. Nos ayudan a crecer. Nos ayudan a vivir. Nos construyen y nos motivan como una buena crítica. A tiempo.

He tomado la Nacional. Iba solo y escuchaba la voz del GPS advirtiéndome de que no había tomado el camino correcto. Sin embargo, estaba en el lugar adecuado. He recordado que masticabas chicle cuando conducías, que tu radio se escuchaba fatal porque la tiré al suelo el día mismo en que te la regalaron. Jamás me lo reprendiste. Jamás te quejaste. Y me enseñaste, con tu radio rota, que quejarse no sirve para nada cuando hay opciones de comenzar otra vez, de seguir luchando, de levantarte temprano y con más rabia. Eso me lo enseñaste tú y por ello tengo todo lo que tengo y soy todo lo que soy. Y ya pueden matarme a palos que jamás dejaré de luchar. Porque tú estás dentro de mí.

Sin embargo, hoy he sentido ganas de tomar un café contigo. Nunca me pasa, ya ves. Cuando era niño, cuando te marchaste, yo no tomaba café todavía. Tú y el café estáis en etapas diferentes de mi vida. Pero me ha dado por pensar en pedirte consejo, en juntar ambas etapas. ¿Te gusta ver mi nombre escrito sobre la portada de un libro? Estoy seguro de que me dirías que esto es un trabajo más, que si se me sube a la cabeza estoy perdido. Estoy seguro de que me dirías que vender libros es una estupidez porque lo verdaderamente importante es ser feliz mientras los escribes.

Hoy voy a comenzar a escribir mi tercera novela. Si Dios quiere, y los editores quieren, se publicará también. Hasta hoy no he sido capaz de dedicarte un texto. Jamás escribo sobre lo mucho que me diste ni sobre lo mucho que me quitaste. Hoy, por primera vez, al detener el coche, supe que eso tiene que cambiar. No tengo nada. Ni el título, tengo. Solo el hambre. Sin embargo, tengo claro que esta va a ser tu novela, aunque no se hablará de ti en ella, ni contaré todo aquello que vivimos.

Papá, esta es tu novela, pero esta es la única página de todo el libro que muestra algo verdaderamente mío. Me gusta ficcionar porque le das la vuelta a la vida y resucitas a los muertos, enamoras a los vivos, gestionas el tiempo y administras el amor. Ante todo, y sobre todo, la literatura es mi forma de obtener y de regalar inmortalidad. Esa que tanto necesito. Escribiendo dejas constancia. Todo, absolutamente todo, te pertenece, incluso aquello que alguien te arrebató, lo que dejaste sin gastar o te quitaron demasiado pronto.

Las dedicatorias suelen tener dos o tres líneas, pero nunca se me dio demasiado bien la tarea de resumir. Ahora te necesito y no te tengo. ¿Cómo se plasma eso en una dedicatoria? ¿Pongo tu nombre y espero a que la gente se imagine el resto rebuscando en mi biografía y descubriendo que falta algo?

Quiero dedicarte esta novela. Porque me miro y en mis ojos veo los tuyos. Porque a veces, en días como hoy, le cojo miedo a los puntos finales. Porque a veces, en días como hoy,

Aviones de papel

lunes, 25 de julio de 2011

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Hacía ya un par de horas que habían llegado a Florencia. La habitación era el lugar más acogedor y romántico que ella había visto nunca. Bueno, en realidad no, pero sí que es cierto que aquel espacio hueco formado por dos columnas y un dintel le provocaba unas ganas inmensas de follar. Nunca una ventana provocó tantas fantasías.

Repartieron las maletas, ordenaron y guardaron los recuerdos, así como los regalos y souvenires. Él salió a inspeccionar el lugar y trajo papel robado del salón del hotel: Guías turísticas, mapas, publicidad y periódicos. Un rollo.

Ella sólo pensaba en follar. En todas y cada una de las posturas en las que se podían compenetrar en aquella ventana con vistas al Duomo, lugar sagrado por excelencia. La ciudad más bonita del mundo, el hotel más romántico del lugar, paraíso de enamorados y enamoradizos, con aquellas vistas… ¡Y ella pensando en follar! No quería hacer el amor. Quería follar como una perra en celo. Gritar de forma que la oyera toda la ciudad. Aullar como una loca en aquella imponente y provocativa ventana. Y él lo sabía.

Se acercó a donde estaba ella, la abrazó por la espalda y la besó. Le susurró al oído, tal y como ella esperaba…

- Cariño… Vamos a…
- ¿Sí?
- ¡Vamos a hacer una competición de aviones de papel! Se trata de hacer lanzamientos e intentar tocar la pared de enfrente desde la ventana.

Aviones de papel, cómo no. Él lo sabía. Claro que lo sabía. Pero es divertido hacer esperar a alguien que quiere follar.

Arrancaron hojas de papel con anuncios de ópera, teatro y otros eventos y comenzaron los montajes y los lanzamientos. Primero preparación técnica. En la cama, dobleces y mejoras deducidas del lanzamiento anterior. A continuación vuelo. En la ventana, puntería y precisión.

Al poco rato la calle empezaba a estar llena de papeles doblados y la gente miraba raro. En realidad eran aviones, pero la gente sólo veía papeles retorcidos y desfallecidos tras un vuelo complicado. Es algo difícil de entender eso de que lluevan aviones como caídos del cielo sin que se trate de una campaña publicitaria. De nuevo a la cama. Miradas desconcertantes. Ella imaginándose que aquellas sugerentes puntas afiladas de los aviones eran embestidas lanzadas por él. Él, distraído. Ella mordiéndose el labio. Él mirándola como se mira cuando se va a preguntar algo:

- Cariño…
- ¿Sí?

Sin duda, era el momento. Él lo sabía. Ella también.

- ¿Puedo…?
- ¿Sí?
- ¿…utilizar este mapa para hacer otro avión?

El mapa. Claro. Cuando uno quiere follar no pregunta, sólo desgarra la ropa y arranca de cuajo tiras de piel con hambre de mordiscos y arañazos. Traza dobleces y resta una y otra capa, tratando de configurar al amante perfecto, como aquellas pruebas de vuelo en la cama. Hasta llegar al corazón. Ahí ya no hay manera de guardar la ropa.

- Sí, cielo, coge el mapa.

El siguiente lanzamiento fue espectacular. El nuevo avión, lleno de capitales y fronteras, sobrevoló la calle decidido a hacer cima. Estaba en vena. En el momento de máxima elevación, se abrieron los dobleces y el mapa quedó suspendido en el aire, cayendo lentamente en vaivén hasta el suelo. Un mal lanzamiento, pensó él, por aquello de los pliegues que no se aguantan.

Sin embargo, el avión cumplió su objetivo. Apenas unos minutos después del lanzamiento caminaban por la avenida unos turistas perdidos por la ciudad y, desde arriba, estos jóvenes lanzadores de sueños observaban anonadados cómo estos desconocidos tropezaban con su mapa, lo abrían y lo utilizaban para orientarse y llegar a su destino. Alucinante. El polvo fue alucinante.

Antonio

jueves, 16 de junio de 2011

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Hoy, de momento, estamos aquí.

Tenemos la frente vacía. Mi cuerpo responde, sin enfermedades, y me siento joven y con ganas de ganar y de perder. El vértigo y las guerras labradas no hacen que olvide las horas que he dejado sin llenar, pero sí las aprecio más. Está todo por venir, pero ya no soy un niño que gotea: el tiempo es un recurso finito. Fino y finito, que se agota.

Entra ligero el sol por la ventana y pienso que me gusta el sol. Escucho la brisa y el oleaje. En esta cama, de todos los veranos, bajo el faro más alto de toda España, me da por pensar que me gusta el olor a salitre, el tacto de la arena, todavía caliente, como los seres que piensan y que sienten.

Hoy, pues mañana será tarde, añado trazos sobre el calendario. El lastre de la cuenta del “debe” es pequeño. El “haber”, mayor. El “tener”, minúsculo. Minuciosamente paso revista y sonrío sobre los tiempos muertos. Sobre los muertos sin tiempo. Aquí y ahora sale el sol y me gusta el olor a salitre y la textura de arena incandescente. Aquí y ahora. Mañana, quizá, sea tarde. Mañana, como poco, ya no será hoy.

Hemos vivido tanto que nos olvidamos de que todos los días son tan importantes como aquel. Los desconocidos, las miradas nuevas… Cualquier camiseta puede ser la camiseta. Cualquier moneda, un talismán. De tanto que pasé contando historias sobre el pasado, la noria me dio náuseas al ponerse a marchar. Me marca. Se marcha. Me olvido de que está por llegar el momento del que siempre hablamos. Y que llegue ya.

El último compás recoge la fuerza de los anteriores. Tras él, el silencio. La duda sobre qué habrá después, sobre los cómputos y las horas. Tras el último compás queda la férrea nostalgia y música resonante en la memoria. Miro, pervierto, pervivo. Me siento extraño y aturdido. Hay que ver lo puto que es que siempre se vayan los mejores.

Ahora lo veo distinto. Correré menos con el coche. Diré más verdades. Mostraré con más frecuencia qué me gusta y qué me ilusiona. Seré menos cruel. Viajaré más. Pensaré más en los que piensan menos. Seré honesto y desarmado. Y tendré presente que la vida se comparte, se disfruta, se consume y se recicla.

Descansa en paz, Antonio.

This is the way

miércoles, 15 de junio de 2011

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Sin duda, hay momentos en la vida en los que algunas personas consiguen que recupere la fe en la humanidad. Esta mañana, en el bus que me sube a clase cuando me da por asistir, observé una escena impecable de relaciones entre padres e hijos.

Una madre iba en el autobús con sus dos hijos, de unos 6 y 8 años. Ambos estaban sentados, uno a cada lado del bus, y la madre los miraba atenta, de pie. El resto de asientos estaban todos ocupados. Entró, entonces, una señora mayor con su carro de la compra, y la madre le pidió al hijo mayor que se levantara para dejarle sitio.

El niño se indignó, gritó y protestó por aquella fatal injusticia, pero se levantó. La madre, en lugar de gritarle y montarle un numerito en medio del bus, se limitó a decirle en un tono suave y casi imperceptible “a mí no me vuelvas a decir eso, si te pido algo debes hacerlo”. El niño refunfuñó tratando de llamar la atención, pero ella no le dio la menor importancia y el conflicto se acabó.

Mientras tanto, otra madre iba al fondo del autobús con su hija. Se ve que eran conocidas, porque se saludaron y analizaron la escena, sabedoras de la complicidad que sólo unas madres poseen sobre este tipo de situaciones. Sin duda, lo más brillante, además del comportamiento ejemplar de la primera madre, fue que estas, tras saludarse y comenzar la conversación en español, pasaron a hablar automáticamente en inglés sobre lo ocurrido para no hacer partícipe al niño del diálogo que mantenían.

La primera madre, a la que desde ese momento admiro profundamente, dijo literalmente:

- The way isn't ask “why you do this?” The way is: you have to do THIS. This is the only way.

Sublime. Eso sí, muy a mi pesar, la señora a la que se le cedió el asiento no fue capaz de dar las gracias. Pero yo sí. Esto sí que es una lección de magisterio.

Atando los zapatos

martes, 14 de junio de 2011

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De tanto como he dicho que esto se acaba, empiezo a creer que llegará un momento en el que al mirar hacia arriba no vea pisadas en el techo, sino un somier, y me encuentre en Chipiona, juntando estados y chapas de kas, con la esperanza de que alguien me regale un motivo para decir bien algo que estoy vivo.

Será que después de todo, tras tanta guerra, tras tantos escarnios y milagros de adobe, de esos de pega, que se vencen por pura inercia, ahora me siento a los pies de la cama y las fuerzas faltan, y cuesta trabajo brillar y luchar, seguir convenciendo, mandar bien lejos ese pesimismo que siempre delata que nos encontramos cansados.

Pero nos encontramos. Y es raro, a estas alturas, mirar al espejo y ver frente a mí a alguien parecido a mí. Me resulta extraño, y casi sorprendente, seguir sintiéndome yo, a pesar del frío que hemos parecido, de los cominos que recorrimos y de los caminos que nos importaron. Porque aquí, después de todo, tras tantas decepciones, tras tantos gritos y victorias, tras el filo cortante de una nueva lluvia, que ha durado millones de veranos, después de todo, no se está tan mal.

Contemplo el calendario. Las semanas tachadas. En este mes de junio, que me habla de cervezas oxidadas, de lunas caducas, de cenas con pendientes y pendientes de septiembre. Ahora, que la madriguera suena a voz de terral y no de tierra, que las guindas son bridas y las bridas coyotes. En este momento, llegados a este punto, me toca atrapar mis zapatos a mis pies, pensarlo poco, peinarme un poco, y saltar a la calle.

Parodia de redactora de artículos

sábado, 11 de junio de 2011

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Empiezo a estar encorsetada. Ya no veo letras, ni palabras, ni siquiera oraciones. Sólo distingo párrafos, módulos blanquinegros formados por letras que alguna vez decidieron que estarían mejor juntas que solas. Títulos asépticos seguidos de subtítulos descriptivos y encabezados de aproximadamente sesenta palabras, que preparan suave y progresivamente al lector para lo que va a leer a continuación. Como éste.

He sido acorralada y forzada a escribir sobre todo aquello de lo que no sé de manera sistemática e impersonal, como si fueran los propios dedos los que piensan cada una de las palabras que debo añadir. Ya no hay etimologías, ni metáforas, ni giros retóricos, ni textos redondos. Sólo quedan párrafos de cuatro a cinco líneas que deben contener la palabra clave y no presentar frases demasiado extensas. Hay que cuidar al lector.

Escribir en realidad es fácil. Detrás de una vocal va una consonante, después del marco ha de venir siempre incomparable y a continuación de los verbos agentes es imposible quedarse sin palabras. Es lógico, todo muy lógico. Como caminar. Un paso, y otro después. Una palabra, y otra después.

Todos algún día, hasta yo misma, nos hemos creído esa imagen del escritor bohemio que se ensueña en los rizos mentales de su musa y se siente violado por un golpe de inspiración en mitad de la calle, no quedándole más remedio que salir corriendo a por su pluma y su pergamino.

Lo cierto es que, hoy por hoy, me parece tan cómica y fantasiosa esta escena que no puedo evitar parodiarme a mí misma escribiendo este texto personal que, como si se tratase de un artículo sobre las utilidades de la pintura de aluminio, ha de acabar ni más ni menos que con un total de trescientas palabras. ¿Contará el título?

Enseñar es mostrar

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En medio de este agitado y mezclado mes de junio, descubro entre mis apuntes que enseñar significa, entre otras cosas, “Mostrar o exponer algo, para que sea visto y apreciado”. Por esto, entiendo que ya que enseñar es mostrar, y enseñarle a los demás ha de ser mostrarse a uno mismo.

A raíz de este pensamiento siento que, cuanto más me cultivo, más crecen en mí las ganas de mostrarme a los demás, de exponer la materia y exponerme ante los chavales para que puedan llevarse lo mejor que encuentren en mí. ¿Qué mejor forma de conocerse a uno mismo? Si ellos se dedican a explotar lo mejor de mí, yo podré averiguar qué es lo mejor y lo peor que he hecho durante todos estos años de mi vida.

Hoy he descubierto un método nuevo de estudio que a mi cabeza le sienta tremendamente bien. Me vuelve efectiva y me ayuda a concentrarme, y no puedo evitar sentir que esta nueva forma de estudio, más madura y eficaz, me acerca un poco más a mi año de oposiciones. Me imagino a mí misma durante esos meses poniendo en práctica todo lo aprendido estos años, y no me refiero a la materia, sino a las técnicas de estudio; pudiendo acostarme cada noche satisfecha con el trabajo realizado. Toda una utopía.

El método en sí es muy sencillo. Consiste en planificar y crear rutinas. Primero apunto todo lo que tengo que hacer a lo largo del día, o del fin de semana, y luego creo un registro en el que voy tomando nota, hora por hora, de lo que he hecho. La clave de que funcione tan bien es, cómo no, la música. He seleccionado una serie de canciones para las horas de estudio, y otras totalmente distintas para cuando realizo otras tareas como escribir, comer o descansar. Gracias a esto, el cerebro entiende rápidamente lo que toca hacer en cada momento según el tipo de ritmo que siente, por lo que me resulta muy fácil cambiar de una tarea a otra sin perder la concentración.

Por ejemplo, el registro de hoy es este:

13:00 --> Patrimonio T.2
15:00 --> Artículos. Corregir caricatura, escribir juguetes inflables
16:00 --> Comer y descanso
16:30 --> Patrimino T.6
18:00 --> Artículo manualidades niños
18:40 --> Ducha y descanso
19:00 --> Corrección artículos pendientes
19:15 --> Patrimonio T.7
20:00 --> Artículo casa de muñecas
21:00 --> Didáctica T.2 y repaso T.1
22:00 --> Cenar y descanso
23:00 --> Fundamentos T.1
00:00 --> Artículo Almería

Garrafón

lunes, 6 de junio de 2011

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"A la niña le gusta su cerebro". Esta es una frase estelar, propia de Kent Brockman. Me la quedo para mí hoy. Lisa estaba agobiada porque había descubierto que tiene el gen Simpson y va a la televisión a contar que se está volviendo lerda.

Yo me siento un poco así hoy. Me duele la cabeza y creo que se debe a que tras la cena de segundo de bachillerato nos dieron garrafón. No bebo mucho (de hecho, tomé dos copas en diez horas), pero ayer me pegué casi todo el día durmiendo y hoy me faltan las palabras. Estoy lento y me expreso con más dificultad de la habitual (no suelo tener dificultades para expresarme, de hecho. ¡Para algo que hago bien...!).

Por si este estado me dura, y aunque confío en que no sea así, quería dejar una lista de mis cinco... ¿afirmaciones? ¿Enseñanzas? ¿Postulados? ¡Joder! ¡No encuentro la palabra que busco! Esta degeneración va más rápido de lo normal y he de darme prisa. Voy a hacer una lista de cinco cuestiones que otro día normal, en que mi cerebro (que pese a todo me gusta) no fuera dando saltitos como un CD deteriorado, hubieran podido conformar una entrada digna.

1. Si haces mil buenas acciones y una mala, tu error borrará todo lo positivo que hayas hecho. Este modelo existencial de ponderación de conductas beneficia, por tanto, a los mediocres. La vida tiende a tildar de "buenas personas" a los que generalmente son grises. El mundo está lleno de "buena gente" que no hizo nada interesante y de proscritos que se hartaron de hacer cosas positivas.

2. Nos infringimos dolor de forma gratuita porque es difícil asumir que hay semanas en las que no ha de pasar nada. Los estados emocionalmente activo son más atractivos que los valle. El placer es tan atrayente como el dolor, y el dolor tanto como el placer, solo que no siempre está a nuestro alcance sentir placer y siempre tenemos a mano algún foco de dolor.

3. Si has perdido algo, lo más inteligente es comenzar mirándote en los bolsillos (esta mañana he perdido quince minutos buscando la cartera porque olvidé aplicar este postulado de vida...).

4. La gente que te dice "sé tú mismo" generalmente están pensando "sé como yo".

5. La capacidad para odiar es proporcional a la capacidad para amar. No me creo a la gente que ama mucho y que odio poco. Tampoco me creo a la gente que odia y que parece no mostrar afecto. La gente extraodinaria es aquella que rompe los límites. Aquellos, los que van siempre un paso más allá, poco entienden del bien o del mal, de la grandeza o de la derrota. Cuando rompes ciertas barreras, todo se junta. Los límites siempre son difusos. Casi todo lo realmente hermoso oculta algún detalle atroz. Ser elegante es difuminar aquello que no ha de verse. La falta de sutileza te deja fuera del sistema.

Los padres son los reyes

domingo, 5 de junio de 2011

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A veces uno se levanta, y se siente, y se sienta, triste, sin más.

El día hace un esfuerzo por sonreír, con sus lluvias furtivas de pájaros sinuosos y el canto atareado de las nubes que pasan y no se quedan, que vienen pero no vuelven. Como siempre.

Y la vida y el amor y la trascendencia y los intelectuales y el arte y la palabra se vuelven de mentira. Como los padres, que en realidad no son padres, sino reyes. Y si no que se lo digan a Felipe. Gira una veleta y todo cambia de color.

- Sofía, el príncipe ha vuelto muy triste del colegio. Quizás deberías ir tú a hablar con él. –Una vez más el monarca volvía a hacer gala de su forma impecable de resolver los problemas de palacio–
- Felipe, cariño, ¿puedo pasar? ¿Qué te sucede? ¿Es que no te gustaron los regalos?
- Estoy muy triste porque me he enterado en el colegio de que tengo un hermano, y vosotros no me habíais contado nada.
- ¿Un hermano? ¿Por qué dices eso, vida mía?
- Porque Juanito me ha dicho que los reyes son sus padres.



Definitivamente, hoy soy incapaz de tomarme en serio. Debe ser que sólo estoy triste para llamar la atención y no me apetece hacerme mucho caso, no vaya a ser peor el remedio que la enfermedad. O será que no tengo ganas de trabajar y busco una excusa para no sentirme mal. O que el mundo es un lugar horrible en el que unos se mueren de hambre mientras otros compramos ordenadores portátiles y tenemos la nevera llena de fiambreras de mamá. Eso sí, en nuestra nevera nunca hay cenas, pero visto así tampoco parece tan grave.

Todo va bien, como siempre. Nada ha cambiado. Definitivamente, hoy no me apetece trabajar.

La noche más larga

martes, 31 de mayo de 2011

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Acabo de llegar al piso, tras todo el día fuera y trabajando. Reviso en mis estados, en los de mis contactos, y descubro mucho miedo. Mensajes tales como "se hizo lo que se pudo" (que reflejan derrota) y otros tales como "lo peor ha pasado" (que no dejan vislumbrar que lo mejor llegará pronto). Alguno que otro habla del verano, de lo largo que será, de lo mucho que va a tocar estudiar.


Sin embargo, y eso me apena, no veo estados que digan "mañana acabaré el bachillerato" o "estoy un paso más cerca de cumplir mis sueños". Todavía no he visto ningún estado que hable de "tras esta noche, toca fiesta" o "lo he dado todo y me siento un campeón". Y, sin embargo, y por algún motivo, pienso que todos sabéis que para la mayoría los resultados serán buenos. Todos habéis hecho todo lo posible. Todos, sin excepción, estáis mejor ahora que hace una semana.


Será cosa de esta noche, que es la noche más larga. Significa, me temo, que mañana la sangre correrá espesa y la adrenalina, esa fea de hoy, no permite que fluyan los sueños. Es la noche más larga, ¿acaso eso no merece un estado ya de por sí que diga "nos sentimos vivos" o "esta noche es importante porque nos hacemos adultos"? ¿Acaso no merece la pena saber que, debajo de todo ese dolor, no hay nada? Solo sueños y proyectos. El rencor está hueco. No hay dolor. Mañana, de nuevo, y pasado más, volverá a salir el sol. Seguiréis respirando del mismo modo.


Tomadlo como la noche de Reyes, cuando (todavía) teníais una fe inmensa en el regalo que está por venir. Para muchos el regalo mañana llegará. No tengáis miedo porque el miedo solo impide sentir el frío, el calor, la calidez de un abrazo. No sintáis miedo porque hoy, después de todo, después de tanto trabajo, estáis a salvo.


Casi nadie os dice nunca que se siente orgulloso de vosotros. Los padres no lo dicen porque son tímidos. Los amigos porque son tímidos. Los profesores, muchos profesores, porque saberse en su papel nos hace sentir más seguros (supongo). ¿Y qué? Yo os lo digo y que valga por mí y por todos mis compañeros (como cuando jugaba al escondite). Me siento orgulloso de vosotros, de vuestro trabajo... por mí, y por todos mis compañeros.


Ah, a todo esto... ¿Recordáis los años que pasastéis jugando al escondite en el pueblo? Uf... ¡ya mismo eso se acaba! Y llega la universidad y el mundo de los adultos. Ahora, en este momento, os toca escoger qué coño queréis ser. Os toca escoger entre ser aburridos y brillar poco o incendiar con vuestra luz todos los lugares que recorráis. No os escondéis, como entonces. Salid afuera y levantad las persianas. No dejéis de brillar. No dejéis de jugar.


Ya queda poco. Esta será la noche más larga y... ¿viste? Pasará igual que pasa todo. Dad un paseo. Respirad fuerte. Saberos inmortales porque este instante, la voz que retuerce vuestros cuerpos, no se callará. Salid a la calle, caminad despacio, saberos portadores de estrellas y de sueños.


Al fin y al cabo, y solo por esta vez, el mundo os pertenece.

Reloj de sol

lunes, 30 de mayo de 2011

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La chica amaneció cansada, dolorida y con mal cuerpo. El frío la despertó. Intentaba buscar la manta aún medio dormida, pero estaba tirada en los pies de la cama. Quizás era demasiado tarde para desayunar, o tal vez fuese demasiado temprano para merendar. ¿Cómo podía saberlo? No sabía dónde estaba, ni qué día era, ni tampoco qué minutos estaría marcando el reloj en ese preciso instante.

Un momento, ¿por qué pienso en tercera persona? Es cierto que suena como más épico, pero ahora me siento como si fuera la protagonista de una peli de suspense.

Miró a su alrededor. Estaba en la habitación de matrimonio de un piso pequeño, tal vez treinta metros. La cama yacía desecha, como si alguien hubiese saltado de ella para callar el pitido insoportable de alguno de los despertadores que habitaban la mesita de noche, deshaciéndolo todo con más prisa que cuidado. La decoración era algo peculiar, llena de cuadros del principito, alguna que otra frase de Benedetti y Coelho y post-its por las paredes.

Dios, qué hambre tengo. Es imposible resolver un rompecabezas como este sin antes llevarse algo a la boca. ¿Qué hora será? Bueno, qué más da. Cogeré unas tostadas, que eso siempre sienta bien.

Salió al salón y encontró un post-it en el que se leía: “Té (y te) quiero, Helena
”. Entonces, como si le proyectasen una película ante los ojos, empezó a recordar. Pasaron por su mente aquellas primeras citas en Gran Vía; sus relojes Casio, los de él; su risa nerviosa, la de ella; la primera vez que follaron, las conversaciones interminables, el ataque de risa en el rellano al acabar la mudanza más difícil de la historia; su habilidad para dormir y sus sueños, los de él; y su insomnio, el de ella; los paseos por la ciudad, los mensajes, emails, post-its, cartas, recibimientos y sorpresas de cada domingo, la primera vez que hicieron el amor; su felicidad, la de ellos; su amor, el de ellos; los abrazos y bienvenidas de cada regreso a casa, su hogar, sus horarios… Los de ellos.

¡Eso es! Ya sé dónde estoy. En casa, claro. Ahora voy a tratar de recordar a qué hora llegaba él del trabajo para averiguar qué día es hoy.

Lunes no debe ser. Los lunes vuelves del trabajo a las 16:30, cansado y hambriento a pesar de haber empezado la semana comiéndote el mundo, como si nunca antes te hubieras levantado a las 6 de la mañana. Como si no doliera saltar de la cama y saberte lejos de tu hogar tantas horas.

Paseó por el piso tratando de encontrar alguna pista, y se le ocurrió que abrir las ventanas podría ser un buen comienzo. El paseo de los Tristes estaba, haciendo honor a su nombre, más triste y oscuro que nunca. Había caído la noche y él no había regresado, por lo que quedaban descartados todos los días salvo el domingo.

Quizás sea domingo. Los domingos nunca amaneces en el piso, pero regresas por la noche para acompañarme en mis sueños paranoicos de niña perdida, de chica sin infancia o de mujer indecente.

De repente, más recuerdos. Escenas de patio de colegio, de mudanzas y maletas, de adolescente rebelde por obligación, de muertes y pérdidas, de miedo y horrores. La chica se sintió perseguida por los fantasmas de su pasado y empezó a ponerse nerviosa. Necesitaba respuestas para dar estabilidad a aquel momento que cada vez la hundía más en su propio miedo. Había perdido, en un instante, el norte y todos los sentidos. Quería correr, gritar, llorar y por un momento pensó en que saltar por la ventana no era tan mala opción.

Vale, creo que hablo en voz alta porque me hace sentir acompañada. Eso es, no pares de hablar. ¿Cómo te sientes? Me siento… Vaya preguntas tengo, ¡yo que sé cómo me siento!…

Está bien, intenta relajarte. Piensa un poco. Las cosas no están tan mal, ¿qué es lo peor que puede pasar? Error. Sus traumas más profundos la mordieron como la presa débil que era. En su imaginación, dos encapuchados echaban abajo la puerta del piso y entraban a robar y pasárselo bien a su costa.

… No, no te calles, cuando piensas eres aún peor que cuando hablas. Está bien… Me siento como si mi vida fuese un reloj de sol al que le han quitado el péndulo en mitad de la noche. La persona que da luz a mis días y sombra a mis horas no está. El mundo se ha detenido y hoy no puede ser ningún día, ni ninguna hora, porque no es necesario que lleguen las doce para que te acompañe a la cama y te abrace mientras duermes.

El sonido del ordenador al encenderse la sacó de su monólogo. Tininí… Bienvenido a Windows profesional. Tiene usted (1) mensaje:

“Hola cari. He salido temprano porque tenía una excursión con los niños del cole. Te veo en unos días.

Te voy a echar de menos. ¡Te quiero!”


Es miércoles 11 de mayo y son las 23:06h, pero podría ser perfectamente viernes, o agosto, o salado, porque cuando tú no estás, cuando no regresas cada día a una hora distinta del trabajo, yo no sé ni qué hora es.

Por lo visto, resulta que ya es de noche. Pero, ¿sabes qué? Hoy para mí no amaneció, porque cuando tu luz no me acompaña todo está oscuro. El piso está desordenado, tal y como lo dejaste. Hay una coca cola en la mesita de noche, libros por todo el sofá, restos de comida en la cocina y otros objetos anecdóticos, pero tú no estás aquí.

Digo anecdóticos porque todo en este piso guarda alguna historia que contar, algún recuerdo que emerge cuando menos me lo espero, cuando todo está oscuro y no puedo abrazarte.

Y esta, cariño mío, es la razón por la que como tostadas a cualquier hora. Porque eres mi reloj y mi sol. Y porque cuando tú no estás, yo no sé ni qué hora es.

27

jueves, 26 de mayo de 2011

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Generalmente es verdad eso de que el cansancio modifica los estados de ánimo. Sería lógico que hoy, a pesar de ser viernes y sobre todo por serlo, aunque muchos de los objetivos están cumplidos y tal vez por ello, me haya levantado triste por puro agotamiento. Al fin y al cabo, dormir tan poco y hacer tantos kilómetros, no es sano. Nuestro cuerpo y nuestra alma van de la mano y, ya puestos a abusar de los tópicos, debo reconocer que la falta de sueño debilita siempre los sueños.


Peor, no. Pero no. No es eso. Estoy triste, con la maleta en la puerta, a punto de recorrer un camino nuevo. Estoy triste frente al reto de compartir con el mundo mis deseos e ilusiones. Luego, a la postre, la gente está llamada a conformarse y a confirmarse, sin luchar por algo puro y bello. La mayoría de los que asienten y asisten luego entregan la cuchara, se quedan callados, se vuelven grises y estudian carreras con muchas entradas, con la esperanza de tener también muchas salidas. Olvidando sus sueños.


Estoy triste porque pienso en los que se van. Me acuerdo de muchos, esta mañana y de golpe, que me han dicho estar, que fingieron pertenecer, que se quedaron solo cuando tocaba, para pedir luego explicaciones. Al fin y a la postre, ¿de qué va esto? ¿De qué va la vida? ¿Dónde pongo todo lo encontrado y cómo me como todo lo perdido? ¿De qué sirve conseguir muchas cosas si la envidia y el odio le evitan a otros la opción de compartirlas con nosotros.


Fluye a borbotones la adrenalina y casi nunca, de un tiempo a esta parte, me permito estarme quieto. Sin embargo, y sin embarque, al pie de un viaje nuevo, me siento un viejo nuevo, un tizón de azur, sin palabras, sin esperanzas para hoy, pues algo me dice que estamos lejos de nosotros mismos, que los lugares comunes dejaron de significar algo, que algo me aleja de ti. Y cuando hablo de ti, hablo de ti. Y no de ti.


Qué cosas. Será mejor salir a la calle. A ver qué tal me recibe el mundo.

El piso está desordenado

miércoles, 4 de mayo de 2011

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Está desordenado como si nunca antes hubiera habido ley, orden ni justicia en este lugar. Como si vivieran treinta niños, uno por metro cuadrado, y se dedicaran a jugar a indios y vaqueros a todas horas… O como si fuéramos dos personas ocupadas que se dedican a cumplir sus sueños, y para las que todo es más importante que estirar las sábanas.

Hay un microcosmos curioso en este lugar. Un estado de caos permanente, de desorden controlado que a veces, y sólo a veces, se nos va de las manos. Creo que ya no estoy habando del piso, sino de nuestra vida.

Me gusta la gente que no necesita seguridades. Que entiende que sólo son una imagen, un concepto irreal e insustancial al que uno no puede estar agarrándose toda la vida. Me gusta perder el control, llegar al límite y ver que, una vez pasado, las cosas no son tan graves y todo va bien. Me gusta correr riesgos, experimentar y dejarme llevar. Me gusta el caos, aunque ello implique vivir sin tazas limpias para desayunar y con un cartel permanente de “Poner la lavadora”.

Uno de los componentes principales del caos es la incertidumbre, la espera. Hoy mismo esperamos, aunque no a partes iguales, a que el piso tenga a bien recibir mi nuevo portátil y tu primera novela: “Menta y nata”. Es curioso que seamos tan iguales estando en puntos tan distintos. Tú eres escritor profesional, profesor y diriges una obra de teatro. Yo estudio y aún trato de averiguar qué carajos quiero ser de mayor, qué quiero hacer con mi vida.

Pero bueno, hablaba yo de la espera. Es divertido ver la cara de tus niños del teatro esperando a que me presentes, deseando saber quién soy, tratando de intuir algo sobre mí por la forma de vestir, los gestos o el lugar en el que me siento. Es divertido pensar qué esperan de mí, que crean que soy “la novia del profe famoso que escribe libros”, la que lo espera en el piso y lo abraza cuando vuelve de comerse el mundo. Es maravilloso ser la que duerme a tu lado cada noche, la que respeta tu oscuridad cuando escribes y cambia la música cuando todo va mal.

Debería ponerme a ordenar el piso, pero me da miedo que cambiar algo pueda romper este estado de inspiración permanente en el que sale todo lo que intentamos. La magia tiene unos estados un poco caprichosos.

Supongo que si alguien lee esto ahora mismo estará esperando un final apoteósico, una guinda perfecta para cerrar el texto. Esta es la magia de la espera: No ocurre nada. Desayuno, miro el correo, recibo alguna buena noticia y compruebo el estado del envío del portátil. El editor acaba de avisar de que el libro llegará probablemente el viernes. Eso es todo. Toca esperar.

De un tiempo a esta parte

lunes, 2 de mayo de 2011

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No es que me crea mejor que nadie. Es, más bien, que he dejado de creer(me) a la gente. De un tiempo a esta parte casi ninguna mirada me transmite algo. Las desconocidas me dan pereza y solo de cuando en cuando algo de alguien me llama la atención. Me hacen más gracia que nunca los que se sienten llenos de ego, los que te miran firme, las que te rechazan como si tuvieran algo que los hiciera especiales, como si verdaderamente tuvieran algo que te haga recordarlas.


De un tiempo a esta parte empiezo a sospechar que aquellos que tienen algo que decir, no hablan. Empiezo a sospechar que la gente que brilla lo hace en casa, con las persianas bajadas, para que nada ni nada pueda corromperlos. Será que me hago mayor, o que he leído poco últimamente, pero soy cada vez más torpe para encontrar el don, el punto interesante, lo que de bueno toda persona ha de tener. ¿Acaso ha dejado de importarme o han dejado de tenerlo? Los gritos de la calle, que me despiertan de madrugada, que me recuerdan que no se es mejor por tener la boca llena de palabras, que no se transmite algo por pedir la palabra, que todo se vuelve muy frío si se nos olvida que tenemos la necesidad, casi física, de pelear por aquello que nos llama, han dejado de llamarme la atención. Casi nadie dice nada. Casi nunca escucho algo.


Yo, de pronto, en este sábado, en Granada, tan cerca de cumplir un buen puñado sueños, me planteo si ir o no ir al gimnasio. Lo decidiré en función de los posos del café. Hoy, y solo hoy, quiero quedarme en casa y brillar con las persianas bajadas. Por si funciona.

Querida abuela:

lunes, 25 de abril de 2011

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¿Cómo te va? Por aquí todo sigue más o menos como siempre. Supongo que en lo esencial la vida no suele cambiar mucho, aunque a veces parezca lo contrario. Yo me fui a Granada, a estudiar magisterio. He aprobado el primer cuatrimestre y he conseguido la beca. Vivo en un pisito precioso en el Paseo de los Tristes, al lado de la Alhambra, con un chico más bonito todavía. Eso sí, no tiene tarjeta del Corte Inglés, aunque es funcionario, ¿tú qué dices? ¿Eso sirve, o busco otro?

Siempre que paseo por el Sacromonte veo platos decorados con mosaicos, de esos de colgar que tanto te gustaban, y me acuerdo mucho de ti. Bueno, en realidad los platos no son más que una excusa para dedicarte un pensamiento. Te tengo muy presente.

El abuelo está bien, lo cuidamos entre todos y él va aprendiendo a dejarse cuidar. Aunque le cuesta aprender a vivir sin ti, después de tantos años. Tito Paco murió hace poco, aunque tú esto ya lo sabrás.

No te voy a engañar: Te echo mucho de menos. Pienso en ti tras cada paso que doy, tras cada logro. Y a veces, supongo que como todos, me lamento por todo aquello que quedó por decir o hacer, o simplemente porque ya no puedo mostrarte todo lo que ha ocurrido durante tu ausencia. Ojalá estuvieras aquí y pudieras decirme que estás orgullosa de mí, que lo estoy haciendo bien. Ojalá pudiera verte salir a comprar cada mañana, haciendo como que tiras del carro, ese que en realidad te servía de bastón, y que parases por el camino en cada tiendecita para contarles a todas las vecinas lo lista que es tu nieta, la universitaria, lo bien que le va y la vida tan bonita que tiene.

No te voy a engañar: Volver a casa duele. Duele el barrio, las macetas, las comidas caseras, las fotos, el 25 de abril y sus días cercanos, el Cautivo, tu balcón, tu portal y las escaleras de tu casa, seguir viendo “Abuela” en la agenda de teléfonos del móvil, el jamón cocido y los huevos con pan migado, el recuerdo de tus manos y de tu incansable sonrisa, el olor de tu casa, las damas de noche y los jazmines, la manguera en la terraza, las almendras fritas, los perros que se llaman “Yaqui”, los hospitales y la avenida de Carlos de Haya. Duele cada atardecer que contemplo y que tú ya no puedes ver. Duele saber que el mundo es un lugar tan injusto como para ser capaz de abandonarnos a nuestra suerte llevándose a alguien como tú de nuestro lado. Duele no tener tu abrazo, no volver a ver nunca más tu sonrisa.

Duele conocer el fin y saber que nada queda. Que la gente buena se muere igual que la mala, que los méritos no te salvan del dolor ni de la agonía. Duele recordarte luchando contra la muerte, peleando por cada sorbo de aire sin saber cuál sería el último. Duele saberte quieta, para siempre.

SMS

sábado, 23 de abril de 2011

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¡Vamos a morir todos! El lenguaje que los jóvenes utilizan en los SMS hará que la ortografía se resienta. Pronto empezarán a utilizar esos códigos obscenamente deficientes en los exámenes y en documentos públicos. Paralelamente el nivel de tolerancia de la población irá creciendo y llegará un momento en el que la RAE no podrá controlar qué está bien y qué está mal, pues su cometido es “registrar” los usos de la gente y esa gente, precisamente, estará aquejada por el “espíritu LOGSE” y utilizará toda suerte de abreviaturas y apócopes. Los políticos. Las leyes. Pronto una constitución puede estar escrita con caracteres abreviados. Quizá las obras literarias también lo estén. Todo ello hará que las prisas y el ansia de concisión se extrapole a todo. Empezarán los saqueos, los atentados, las redadas de grupos reaccionarios marginales que defenderán una correcta ortografía a la antigua usanza. Habrá luchas entre bandas, guerras civiles, y puede que se llegue al punto de que muchos estén dispuestos a morir por alguno de los dos flancos. La guerra a escala. Ataques cada vez mayores. Y moriremos todos.



O tal vez no ocurra nada eso... y la situación no sea tan grave, después de todo.



En Pompeya, morir a manos de un volcán hace que no te dé tiempo de limpiar la mierda de debajo de tu alfombra, se encontraron miles de abreviaturas y de faltas de ortografía en las inscripciones que abarrotaban la localidad. Abreviaturas de la misma naturaleza que las que mi tía, que es secretaria y que tiene más de sesenta años, utilizaba para comunicarse con sus amigas en la escuela. Estudiaron taquigrafía. Arte muy útil y que se parece muy mucho al código restringido, a los usos ortográficos del TUENTI y del mésenyer. Y ahora que lo pienso llegué a ser filólogo a base de abreviaturas. Porque nadie, ni siquiera los más audaces, eran capaces de tomar nota de todo lo que los profesores indicaban.


Si siempre han estado, y si nunca ha pasado nada, ¿por qué nos asustamos de pronto? No sé si todos estamos de acuerdo en que el objetivo de los docentes es que nuestros estudiantes sepan utilizar la ortografía académica en aquellos contextos que la requieren. Pero... ¿es sano que nos metamos en todos los demás? ¿Qué secuelas reales pueda dejar la utilización prolongada de estas fórmulas? ¿Acaso el objetivo del lenguaje no es “comunicar”, “transmitir información”, siendo la ortografía un uso arbitrario apoyado solo en la tradición? ¿Acaso no ha de evolucionar el lenguaje y adaptarse a los tiempos nuevos... como siempre ha hecho? ¿Acaso no ha habido siempre abreviaturas... pero también un número muy superior al que ahora hay de analfabetos?



Mi intuición me dice que los hablantes se sienten amenazados por los nuevos usos siempre. Siempre sentimos que el eje normativo lo estipula nuestra generación y que las posteriores están “degradando” nuestros usos (correctos). Siempre pensamos que el modelo de infancia y de adolescencia más adecuado es el que nosotros llevamos y, por descontado, pasamos por alto que en nuestros tiempos, en los de cada generación precedente, también se consumían drogas y había embarazos precoces. Pero nos sentimos amenazados, supongo, y todo lo nuevo nos parece una degeneración, porque asumir el cambio nos exige entender que ya no estamos “en la onda”, que nuestro momento pasó. ¡Qué sé yo! Quizá tengan razón todos esos profesores carcas y estemos a punto de morir todos. Quizá que caiga la ortografía sea más peligroso que una caída de bursátil. Solo el tiempo podrá decirlo. Lo que está claro es que como pille algún texto adolescente de todos esos melones que tanto critican ahora el código de los SMS, quizá los publique en mi blog para dejar a más de uno en vergüenza... y administrar un poco de justicia, de paso.

Camino a la inmortalidad

viernes, 22 de abril de 2011

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Hoy mientras bajaba de clase, como cada mañana, me detuve especialmente en contemplar la belleza del Paseo de los Tristes. Puse todo mi afán en descifrar cuál era la clave, el eje sobre el que giraba ese paisaje tan sobrecogedor. Unos saltimbanquis habían instalado sus cuerdas de equilibrismos entre dos columnas de las que sujetan los toldos, ahora florecidos por la primavera, bajo los que los guiris se resguardan del sol.

Uno de los chicos se subía e intentaba caminar por la cuerda, mientras otro hacía el pino y un tercero se paseaba por el paseo sobre una de esas bicicletas sin manillar y de una sola rueda. En realidad no sé por qué lo llamo bicicleta si le falta todo lo que suele llevar una, pero bueno, vosotros me entendéis.

Mientras tanto, a mi alrededor había unas 50 ó 60 personas reposando en las terracitas, tomando una cerveza y contemplando incrédulas la belleza de todo cuando los rodeaba. Y era tal esta incredulidad que, de haber pasado yo misma por allí con los ojos cerrados, apenas habría acertado a intuir que en toda la calle había no más de dos o tres personas: El camarero que recita el menú del día, alguien a quien el flash de la cámara de fotos se le ha saltado deseando impregnarse de la Alhambra y la chica con tacones que pasa por mi lado.

El resto, silencio absoluto. Es tanta la belleza que se queda uno absorto, sin palabras. Es tanta la magia que hablar, mostrar un mínimo atisbo de normalidad, indigna. Es tan bello el momento que el tiempo se detiene y la escena queda quieta, fotografiada para la posteridad. Todos están vivos y sin embargo nadie se mueve lo más mínimo. Insuperable.

El paseo de los Tristes es un lugar quieto, callado, porque cuando la belleza habla el hombre no tiene nada que decir. Este es el secreto: El silencio, la calma y la grandeza, reflejada en cada pupila y en cada copa, de la Alhambra; que nos hacen sentir, apenas durante los pocos minutos que dura el paseo, inmortales.

Definición de libertad

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Hablando de imágenes bonitas, ayer vi una fascinante. Hay un hombre que vive en el paseo marítimo en una caravana. Vive aquí todo el año. Lo conozco, todo el pueblo lo conoce, porque ayuda a los operarios del Ayuntamiento. ¡Ese sí que es un bohemio! Es un tío súper guapo, con el pelo largo y los músculos duros, que tiene pegado en el cristal de su “casa” la definición de la palabra “libertad”, en una fotocopia ampliada. Tiene un niño pequeño. A veces veo a la mujer con él y se bañan desnudos en el mar. Pero ella no se queda. Supongo que no están juntos. La mujer está buenísima y me imagino lo que vio en él. Da gusto que un tipo así sea el padre ilegítimo de tu hijo. Aunque también es obvio a lo que te expones por escoger, si es que eso se escoge, enamorarte de él.



Pues bien: ayer hacía aire, soplaba poniente, y él iba recorriendo el paseo marítimo sobre una bicicleta con los pies extendidos sobre el manillar. Llevaba abierto un paraguas roto, con una varilla quebrada. Lo utilizaba de vela. Orientaba el paraguas y, sin dar pedales, la bicicleta se movía hacia donde él quería... Se desplazaba girando el paraguas de dirección, sin utilizar las piernas y sin perder el equilibrio. Todo el mundo lo miraba con incredulidad y envidia, aunque todo el mundo se esforzaba por revestir esa envidia de desprecio. Llevaba los pantalones cortos y rotos. Como el paraguas. Como las olas, revueltas y convulsas, rezumando salitre.


En ese momento, que fue uno de los más bonitos que he vivido últimamente, me di cuenta de lo ridículos que son los hombres casados de cuarenta y dos años. Me fijé en los chiringuitos, en la gente que tomaba cerveza en la baranda, y en que no sería capaz de pasar con ellos ni dos minutos... Sin embargo, hubiera sido capaz de mirar al hombre libre el resto de la tarde, pues me pareció hermosísimo de pronto. Él no miró a nadie, pero todos lo miraban a él. Yo no me esforcé por sonreír. Al fin y al cabo, no sentí envidia y no tenía, por tanto, que revestirla de indiferencia ni de vanidad. Creo, lo sospecho como poco, que mi ideal de madurez es ser mirado también de ese modo por la gente gris. Por eso sonreí.

Hoy no

martes, 19 de abril de 2011

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Tengo ganas de escribir sobre los vuelos de los pájaros de Portugal. Sobre lo que se siente después de hacer 2500 kilómetros en una semana. Sobre personas que balancean sobre sus hombros el peso de las creencias de otros. Y cosas así.

Esta noche no. Ya no más. Hoy elijo, por una vez en mucho tiempo, descansar, quedarme quieta y dejar que pase el tiempo. No hacer nada, no forzar más. Elijo tirarme en la cama a ver la tele sin más, sin pensar, sin necesidad de más trascendencia ni atisbos de productividad. No más épica. Elijo darle al cuerpo de guerrero el descanso de héroe fallecido, desfallecido. Elijo echar el ancla en este puerto, roído como las piedras que ayer pagaron la ira de Neptuno, pero familiar al fin y al cabo.

Me gusta la cadencia de las gaviotas sobrevolando acantilados. Me gusta mi vida, con sus carencias y sus excesos. Y qué sé yo. Podría buscar un párrafo más redondo. Enganchar un par de ideas y hacer algún juego de palabras. Pero no, hoy no.

Elijo no dar lo mejor de mi misma. Elijo irme a dormir.

Buenas noches.

Tú sabrás

miércoles, 6 de abril de 2011

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Me pasa con frecuencia que me olvido de mis sueños y que, de pronto, se vuelve todo más sucio y más oscuro. En esos momentos, siempre, ocurre algo que me hace reflexionar. En esos momentos, cuando todo me hace salir a enfrentarme con el mundo y me alejo de ese ideal tan mío de que estamos aquí para dar espectáculo y para pasarlo bien, algo me zarandea y me habla del vacío, del extremo, de los cambios sutiles que de pronto se buscan entre sí para volverse bruscos. Siempre, cada vez que algo parece tener más importancia de la que realmente tiene, ocurre algo que devuelve a la escala de sus posibilidades a todas las cosas que jamás tuvieron peso.


La muerte. A veces me da por pensar que es raro eso de no existir. Me pregunto y me asombro de cuánto tiempo quieto constituye una eternidad. A veces, aunque no me pase siempre, me da por olvidar que somos seres con una caducidad limitada, y que un volantazo nos convierte en leyenda. A veces se me olvida lo duro que es esconderte bajo el “era un buen tipo” pues, siempre después de ese comentario, llega otro sobre fútbol, sobre toros, sobre la política y los sindicatos, y en esos consecuentes temas no puedes estar presente. No vuelves a estar presente. No lo vuelves a estar ya más porque de ti solo queda el legado, la estela de amor, el fruto que has dado, cuánto brillaste y en qué empleaste tus momentos y tiempos muertos. Nunca mejor dicho.


Siempre se muere alguien, a mi alrededor, cuando me pongo un poco tonto. Siempre surge, del letargo, alguien que me recuerda que somos mortales, que la vida tiene demasiada tela por cortar como para malgastarla con pensamientos de rencor y de miedo. Tenemos poco tiempo. Somos efímeros. No compensa, por tanto, revolvernos contra todo, pues nos descargamos de razón, nos ahonda el odio, y perdemos todo lo que recogimos por el camino. Al fin y al cabo, y después de todo, solo quedará de nosotros nuestra capacidad para amar. Lo único que nos transciende, que nos concede la inmortalidad, es la fuerza con la que supimos vivir. Lo único capaz de vencer las distancias y las dudas, de situarnos en el lugar que verdaderamente buscamos, es la pasión que le ponemos a los días impares, a todos los momentos que están entre dos momentos importantes. Son las semanas grises, aquellas previas a unas vacaciones, los momentos bajo los que nada bueno aguarda, aquello que verdaderamente echaremos de menos luego, cuando ya no podamos echar de menos. ¿Por qué no volver atrás? ¿Por qué no hacerlo bien desde el principio? ¿Por qué no aprovechar el momento? ¿Por qué no llorar, sentir, sufrir, vivir y amar a la primera?


La ciudad está en silencio. La vida y la muerte. Y este silencio. Las batallas del diario. Y este silencio. Los reproches y las palabras feas. Responder cuando te tienen cansado. La paz que llega, cuando todo se desmorona. El aguacero que limpia la atmósfera y devuelve los espectros a sus camas. Todo: el coma y la coma, la realidad y el deseo. Todo es una partícula de luz que alumbra el favor del milagro de estar vivos. Porque estamos vivos y, de tarde en tarde, de noche en noche, no está de más recordar que la certeza bien merece una cerveza. O una sonrisa.


Me gustan las tetas. Y los arcoiris. La vida es hermosa, pero la muerte nos enseña, después de todo, que los días malos son una grieta diminuta sobre las líneas infinitas de la palma de una mano gigantesca.

Cuando los juguetes despiertan

domingo, 3 de abril de 2011

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Uno siempre imagina que, si los juguetes tuvieran vida, serían cada noche el héroe de una trepidante historia de acción, la reina del baile o los dueños de la casa perfecta; decorada con mil y un accesorios impecables, hechos a medida para sus pequeñas y rígidas manos.

Pero, ¿qué pasaría si los muñecos, nuestros adorados y favoritos juguetes, esos que nos acompañan durante toda nuestra vida, no tuvieran más que unas vidas normales y corrientes?

No me puedo imaginar a mamá click de playmobil yendo a hacer la compra, o llevando a lo niños al cole, con su traje de reina del castillo o de jefa del barco viquingo.

Tampoco querría ver a un action man ejerciendo de banquero o de albañil, ni a barbie en casa, en pijama y con resaca.

Y es que hay cosas que es mejor no saber. Por eso, cuando mis juguetes despiertan, yo me voy a dormir.

¿Duermo o me levanto?

sábado, 2 de abril de 2011

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Tengo ganas de dormir, pero de pronto se me ha olvidado cómo se hacía. Es como si el reloj hiciera sonidos guturales, como la paloma del balcón, para reclamarme que viva, que aproveche el rato, aunque sea de madrugada, que ambicione, que saque algo provechoso de esta madurgada de domingo. Supongo que casi todos mis conocidos duermen en este momento. La ciudad, de tanto que exprime el diario, aguarda con las alas plegadas. Y yo, escribiendo con el portátil sobre las rodillas, meditando si salir de la cama, siento el corazón a mil, repleto de ilusiones, que zarandean mi calma y mis ganas de descanso.


OPCIÓN A. Puedo seguir durmiendo. En cuyo caso me sentiré mejor a lo largo de la semana. Un uno por ciento más descansado. Además, estas horas, tampoco han de ofrecerme demasiado. El partido del Betis es a las doce. Todavía restan muchas horas y no está escrito que haga en ellas nada heroico. Puedo cerrar el portátil, darme la vuelta, y probablemente en cinco minutos estaré dormido otra vez. Serán las once cuando despierte. Me vestiré, desayunaré y podré seguir el partido, sin tanta espera. Y habré descansado.


OPCIÓN B. El cuerpo me pide que despierte. Tengo ganas de hacer algo físico. Recorrer la ciudad, ir al gimnasio, y escribir (de hecho, lo estoy haciendo). Cuanto más duermes, más quieres dormir. Ya he descansado, mucho más de lo que duermo a diario. Mi cabeza se encuentra bien. No necesito más horas de sueño y, de hecho, si sigo durmiendo, luego me dolerá la cabeza y mañana me costará más levantarme más. Cuanto más dormimos, más queremos dormir. Y yo no puedo dormir tanto, porque eso quita tiempo.


Sin tomar la decisión, opto por levantarme y apoyarme en el balcón. Me gustan los sonidos nocturnos de las ciudades: las sirenas lejanas, los perros que ladran, el paso de los coches. Me gusta mucho el frío, o este algo semejante, de ese visillo traslúcido que pronto será nublado. Mi pecho se altera, y me siento vivo y firme, sabedor de que todos, en este momento, tenemos una misión por cumplir. ¿Acaso puedo seguir durmiendo? ¿Acaso es prudente despertar ya?


Regreso a la cama. Vuelvo a sentarme. ¿Me levanto o me duermo? ¿Trato de seguir durmiendo o me decido a hacer cosas? Y al final, pasadas las dudas, me decido a hacer lo de siempre. ¿Qué tal si hago ambas cosas? Al fin y al cabo, todo el mundo escoge. Pero yo no quiero ser todo el mundo. La opción correcta, y más completa, será siempre seguir durmiendo y seguir haciendo cosas.


Y esta es, cariño, la explicación de por qué soy sonámbulo, de por qué me levanto de madrugada y te meto mano, de qué me lleva a hacer tantas cosas mientras duermo.

Pájaros en la cabeza

jueves, 31 de marzo de 2011

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--o--


¡Buenas tardes, familiares y amigos!


Tras la presente invitación, tengo a bien invitaros al nacimiento del hijo de Pollo y Polla, que tendrá lugar, si todo va bien, sobre el 15 ó 18 de abril.


Sí, como lo leéis, Pollo y Polla van a tener un pollitito... ¡de verdad! Bueno, va, es cierto, es hijo de una tal Paloma, pero ellos no lo saben y sí que se saben muy felices, así que dejémoslos seguir soñando, con sus pájaros en la cabeza.


Os iré documentando esta preciosa historia de amor y, espero, el próximo nacimiento y miembrecito de la familia, que ya todos esperamos con ilusión e impaciencia.


Ro y Germán, ¿me haréis el honor de ser los padrinos de la criatura?

--o--


Resulta un poco irónico que te regalen unos pollitos de peluche para San Valentín, como "mascota" para el piso, hacer la coña de que han tenido pollititos dejando fotos impresas en papel por toda la cama, y a los pocos días encontrarse con que a una paloma se le ha ocurrido anidar en tu cesta de tender la ropa. La vida te da sorpersas, sorpresas te da la vida...


Por otro lado, Conge y Nevera tienen una relación cada vez más íntima y sólida, a pesar de que Nevera se esté derritiendo por sus resistencias. El señor de madera hace el pino y realiza unas increíbles posturas y proezas hasta ahora nunca vistas. Se forman tetris que nunca acaban de ser resueltos, un señor invisible camina por nuestras paredes y se nos cuelga del techo; y, en fin, el piso vive en un continuo orden y desorden que parece algo así como un universo dinámico en el que no pasa ni un sólo día sin que deje de ocurrir algo. A veces me pregunto si no habrá una cámara oculta, y será este uno de esos programas de la tele en los que observan a la gente mientras les ponen pruebas y los ponen a prueba. Es un poco intrigante todo esto. Será que la vida llama a la vida, o qué se yo.


Pero bueno, esta vez no me voy a extender mucho. Como bien se dice, a veces una imagen vale más que mil palabras, así que dejo un breve reportaje gráfico que he podido hacer esta mañana, a lo Félix Rodríguez de la fuente, pero desde la ventana y con la cámara del móvil:


Pollo y Polla

Aquí la criatura. Erf... Llamémoslo... Huevo:


Mamá Paloma

A los que leen en la sombra

lunes, 28 de marzo de 2011

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De tanto que te metes en la dinámica, en los horarios, en la pauta de los días, con sus minutos y con sus segundos, con los ejes tapados, y las entrañas fijas, en lo cotidiano, en páramos estrechos, con las fronteras del funcionario, se te olvida. De los goznes de la semana, que echan a rilar sin mucho entusiasmo, sin color, sin textura, sin lienzos por llenar ni enjambres elásticos... he perdido el norte. De tanto que me da por fugarme hacia adelante, sin voz ni sombra, sin migajas de vida, en una guardia de día, con tanto estrés y tan poco caudal de horizonte, me olvido de que hay otra frontera, otro destino, otro lugar y otras manos. Me olvido de que los lunes lo son en todas partes, pero que muchas personas duermen, desconocen la hora, y para ellos este lunes de relax, de siesta simpreviva, de interrogante capado, habla de mañanas de cine, de museos vacíos, de muchos periódicos por ojear, sin tanto agobio, sin tanto sueño, con más sueños y más incertidumbres.


Veo rostros grises, que se cruzan conmigo en el pasillo, que olvidan lo que son, lo que quieren, que ambicionan poco, o tienen los nudillos con el celofán puesto. Olvidan la ira y son los replicantes que perdieron las puertas y las naves, que se anidan en el tedio, por pura burocracia, porque no está bonito regalar pasto a las estrellas, con los pies desnudos y la mierda en ellos. Aquí, en este lugar de briega, en esta sala vacía, de cuartel y de cartel, de volúmenes asépticos y huraños, en los que los infinitivos siempre se conjugan bien, sin que nadie los recite. Aquí, de pronto, en esta podredumbre de mansedumbre de masacre que araña la espesura de un nuevo amanecer, de la semana más anodina del mundo, en un lugar cualquiera, tras sueños cualesquiera, en el que nadie pierde la cabeza, pues es feo, salir del lienzo, del orden, con las manos atadas y los labios troquelados tras besar los quicios de las puertas... no hace ni hará jamás frío.


No hablo en orden porque todo está ordenado. Dejo los rieles y todo se muere fuerte. Con tanto silencio y con tan poca verdad. Los coches, y los turnos, las reglas invertidas, los miembros recluidos, los pelotas reclutados por muchos tipos enculados. Aquí, por de pronto, en esta fábrica de borregos, que es el mundo, que es esta metáfora del mundo, que deviene en mi nombre, por pura paranoia, por la gratitud de los gramos de polen que están por engendrar estornudos, la voz del cuerpo, que se escapa del alma, y esta del mundo, que nos pervierte e ilumina, que inspira un movimiento rápido, certero, sabroso y colorado... sigue siendo lunes. Todo eso, que sea lunes, que las palabras tengan que encajar, y que no haya espacio, para reglones torcidos, ni para un Dios que los encauce, que me pierda el respeto, por negarle el respaldo, por añadir a voz en grito glosas celestes, cortinas sacras, miserias para este momento en que tanto voy, por tanto me contemplo, amando desde lo más oscuro del play-off las bufandas, los filos de las mangas, me saco los mocos de aquellos niños que pronto se fugarán de casa.


Hoy, como siempre que lo es, es lunes. Me cuesta trabajo abrir los ojos y mantenerlos abiertos. Aquí todo está en orden y no quedan restos de luz, pues las ventanas tienen barrotes, y este cielo enmarañado de primavera, con cierto estiércol de alumbre,

Atesorar sensaciones

domingo, 27 de marzo de 2011

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Hasta hoy mismo, yo siempre me había creído ese tópico de que las canciones tristes son las que nos hacen llorar; y las alegres, las que nos dan ganas de saltar y reír. Pero ya somos un poco mayorcitos para creer en los reyes magos, así que no nos engañemos: Una canción no puede hacernos llorar. Lloramos nosotros al recordar algo que ese preciso conjunto de silencios, con alguna que otra nota por medio, nos hace evocar.

Por eso, las personas más sensibles son las que han vivido y experimentado más. Las que empatizan para conocer, no sólo sus propias sensaciones, sino también las de los demás. Es decir, aquellas sensaciones que no pueden vivir por sí mismas, con su modelo de vida. A lo largo de mi vida me he rodeado de personas muy variadas. Unos pasan sin pena ni gloria, sin pulso en las venas, ni pulsos en las miradas, como si eso de vivir no fuera con ellos. Otros, pocos, los que realmente han captado mi atención y han logrado engancharme, tenían un perfil muy concreto: Todos querían sacarle el máximo partido a la vida. Estrujarla, robarle el alma, vivirla tanto que se desgaste del propio uso, hasta que no le queden fuerzas para hacerles pasarlo mal. Y en todo ese vivir y desgastar, el eje principal siempre es el mismo: Atesorar sensaciones. Vivir, experimentar, arriesgar, jugar, hacer de la propia vida una parodia. Y con todo ello, acumular… Uno experiencias y vivencias; otro emociones, sensaciones e información; y otro pieles, texturas, olores y sabores.


Y yo, al compartir mi vida con cada uno de ellos, me siento invadida por todo aquello que han tocado antes. El que viajó me hace volar y sentirme en otro planeta. El que sabe de emociones, el que todo lo entiende, se me planta delante como si de un espejo se tratase, haciéndome ver lo más hondo de mi alma. El que acumulaba experiencias plantó una semilla dentro de mis entrañas y la llenó de vida, para que hoy pueda valorar y entender todo esto.

Pero para que todo eso llegue a mí, muchos intentos han tenido que fracasar antes. Por eso uno corre riesgos, porque merece la pena. Porque hay que experimentar para aprender, leer para saber, y comenzar a caminar para llegar a correr. Experimentar es el proceso que la vida nos brinda para ser mejores, más “persona”, para que podamos sentirnos más vivos y todo tenga un poco más de sentido. ¿Por qué renunciar a una sensación nueva sólo por miedo? Yo no quiero una; las quiero todas todas. Quiero experimentarlo todo, conocerlo todo, atesorar sensaciones como si se tratase de un plan de pensiones: El plan de pensiones de mi felicidad.

Solo por esta vez

sábado, 26 de marzo de 2011

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Estoy pensando que siempre trato de ser el mejor y que eso me lleva, en ciertas ocasiones, a competir cuando no toca hacerlo. Leyendo tu entrada anterior me daba cuenta de que has adquirido muchos de mis giros, tantos que dentro de unos años, si le quitas a esos párrafos tres o cuatro referencias concretas, no sabré si los escribí yo. Tienen la misma textura, el mismo tipo de puntuación, palabras semejantes y un latido único. Solo que, todo sea dicho, ahora mismo tú estás más en forma que yo. Has despertado y yo me siento como un viejo dinosaurio que sabe de la proximidad de otro semejante, más activo y más lozano, más potente y más despierto.


Ahora mismo, no podría competir contigo, aunque quisiera. Solo por esta vez, no competiré. No repararé las comas que falten, y dejaré sin envolver las ideas obvias. Solo por esta vez quiero rendirme y dejar que tus textos brillen más que los míos. Será que ya lo hacen, qué coño, que no siento que esto sea un regalo, sino un reconocimiento, a modo de rendición. Tú, en este momento, eres la escritora. Yo, en este momento, soy el que me empapo de ti. Tú, en este momento, eres la que tira de este carro para convertirlo en constelación, para hacer de nuestro camino, como tú lo llamas, campo de estrellas (Compostela), tierra santa, lugar de eclosión celeste y finita.


¿Dónde aprendiste a vivir tan rápido? ¿Dónde hallaste lo que atesoras? ¿Cómo una niña como tú, si echamos cuentas al cómputo de la vida, puede enseñarle tanto a un viejo como yo? Será que la gente excepcional, y tú lo eres, tiene unos ritmos distintos. Solo que nadie, o no generalmente, tiene la suerte de disfrutarse en tantos niveles, de comulgar de tantas travesuras, de sentirse tan querido, arropado, comprendido y completo. Acaso tú, ¿sabes lo que esto quiere decir? Yo, no. Como te digo cuando jugamos a los pollitos: Hoy, no.


Nuestro universo somos nosotros. Este es el gran secreto y el gran trance. Ahora me siento mejor si tú me miras y todas las cuestiones tienen sentido porque las compartimos juntos. Como una cena en el sitio caro. Como los miles de bucles que hemos recorrido, sin peleas y sin pelas, sin fricciones casi, como almas gemelas que se encuentran, se seducen, se aman, y se engloban. No sé qué significa todo esto. Me declaro agnóstico, ya lo sabes, pero tengo muy claro que te quiero y que nadie, ninguna otra, ningún otro universo paralelo, podría en este momento animarme a arriesgar todo esto. No quiero otros ojos, ni otro despertar, ni otras peleas que no sean contigo. No me apetece, en estos momentos, dar con algo que me haga marcharme. Me gusta mi vida porque es nuestra vida y tú estás en ella. Me gustas tú porque eres eterna. Eterna mientras todo esto dure. Y que dure mucho.


Solo por esta vez no esperes de mí gran cosa. Tengo un tocho enorme de folios y he de corregir mi novela. Faltan pocas semanas para que esto se publique, para que firme ejemplares, para que tenga que decidir por fin qué escribirte. Eres, sin lugar a dudas, la persona más importante de mi vida en este momento. Eres, sin ápice de duda, quien más se merece una palabra cálida. Eres... No sé qué eres para mí. Pero tampoco sé qué no eres para mí.


Solo por esta vez, déjame decirte que me tocó la lotería al conocerte, que eres mi novia, aunque no lo seas, o lo eres por no serlo, o sin terminar de serlo, has llegado a serlo. Tanto, y tan profundo, que en este momento te necesito con todas mis fuerzas. Te echo de menos. Escribo desde Sevilla y la ciudad está bien, pero no es Sevilla, porque tú no estás, y te echo en falta. Solo por esta vez, déjame pedirte perdón, por ser difícil, por dejar las zapatillas tiradas, por amarte de un modo desordenado e incompleto, como todo lo que hago. Solo por esta vez, ¿me oyes?, déjame pensar en un futuro juntos, en lo que está por venir, en lo mucho que podemos crecer desde el otro.

Nos invaden los rusos

viernes, 25 de marzo de 2011

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Resulta que eres incapaz de coger el cutter para rajar un trozo de cinta americana, mientras yo imagino perversiones endiabladas sobre gente maniatada, cortarla, y volver a dejarlo en el mismo lugar que lo encontraste. Acabar un paquete de galletas y dejar el plástico vacío en la basura es una tarea absolutamente titánica. Y ya no hablemos de colocar el pijama siempre en un mismo lugar, a poder ser, doblado. Tienes una incapacidad física y mental para recordar dónde carajos dejaste las zapatillas el día anterior –normal, por otra parte, si las dejas tiradas en medio de cualquier lugar-. Pero bueno, esto no es de extrañar, ¿cómo puede uno recordar dónde dejó las zapatillas si no sabe dónde aparcó el coche? Has aprendido a hacer maletas, pero no a deshacerlas.


Y entre todo esto, la vida pasa. Descorchamos botellas de celebración mientras se nos inundan los pasillos de velas encendidas, de zapatillas, maletas a medio hacer (o deshacer, según sea jueves o lunes), algo de ropa, bolsas, maletines, cajas llenas de trabajo y una garrafa de limpia-cristales para el coche. Y yo hoy, conforme ordeno nuestro caos, voy sintiendo que el piso deja de ser nuestro piso. Lo preparo para la invasión, y no puedo evitar sentir miedo al pensar que dos absolutas desconocidas van a adentrarse en la selva de nuestras entrañas sin ningún tipo de pudor. En realidad siento vértigo. Lo protejo –nos protejo- metiendo cosas en cajones y estanterías, cerrando puertas, vaciando los pasillos para dejar libre el paso y fabricar una entrada acogedora. Pero todo eso da igual, porque ellas van a estar aquí y van a entender que otro universo es posible, que hay un mundo diferente al suyo en el que las cosas van mejor.


Me gusta nuestro piso porque no hay luces de emergencia al final del pasillo, ni frenos de manos a los pies de la cama. Me gusta nuestro caos, porque me equilibra. Me gustan las cosas que cuelgan de las paredes, como trocitos de entraña arrojados contra un lienzo sin el menor cuidado. Me gusta nuestro piso porque es como uno de esos universos paralelos que nadie conoce, de los que dicen que tienen trece dimensiones; y me gusta que el suelo sea, de todas ellas, la más vulgar y menos válida. Me gusta vivir con los pies pegados al techo. Me gusta el olor a victoria que queda derramado entre papeles urgentes tras una noche gloriosa. Me gusta el brillo de las llamas en tus ojos. Y me gusta aún más verte soplar velas y fabricar oscuridad. Y, en ese precioso momento, observar cómo tu alma brilla como si absorbieras toda la maldita luz del universo y la desprendieras en cada poro, en cada paso, en cada gesto, en cada respiración. Fernando Fedriani, te quiero porque brillas y eres brillante. Porque tienes luz.


Te quiero porque me has demostrado que es posible arrojar una cerilla al pozo más oscuro de mis entrañas y que, en lugar de apagarse, esta lo ilumine todo. Porque me has enseñado que merece la pena correr el riesgo e ir al precipicio a recoger la flor más hermosa que encontré jamás, la que todos miran con envidia, y luego atreverme a plantarla en mi jardín, lleno de matojos e hierbas secas. Pero, en lugar de contaminarse, la flor ha brillado aún con más fuerza, como si le fuera la vida en demostrar que una sola flor puede llenar un jardín. Te quiero porque cuando te muestro mi oscuridad, tú, en lugar de dudar o echarte atrás, brillas para que pueda ver y me abrazas para que deje de temblar. Agárrate de mi mano, que tengo miedo del pasado.


Te quiero porque en nuestro mundo está permitido caerse, llorar sin motivo, gritar y maldecir, reír cuando todos se ponen serios, perder el rumbo y las batallas… Y volar sin que nadie te corte las alas. Porque tu desorden me mantiene en equilibrio. Porque no hay nada que necesite más en este momento que tropezar con una de tus zapatillas. Porque me recuerdas la importancia de ganar, de ser el mejor, de luchar y vivir motivado, de no perder ni un solo segundo de vida. Porque tiemblas cada lunes. Porque me haces sentir que todo encaja, que estoy en el lugar correcto y este es el momento. Te quiero, porque te quiero.

San Miguel, cármenes y musas

jueves, 24 de marzo de 2011

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No creo que nunca llegues a leer este texto. No me importa. De hecho, si verdaderamente me importara, el tono sería otro. Cierto es que no ando en mi mejor momento. Durmiendo y leyendo poco es muy difícil estar ágil delante del teclado. Ahora bien, casi que lo prefiero. Al fin y al cabo, llevo toda una vida tratando de encontrarte en los textos. Y es demasiado. No está de más que, solo por esta vez, te redacte algo con el café sobre la mesa, en escasos minutos, sin que cuente algo qué te digo o cómo te lo digo.


Tú, querida musa, estés donde estés... ¡Tú eres tonta! Eres redomadamente tonta. Y me da pena tener una musa tan tonta porque los artistas han de creer y de confiar en sus musas. Pero a mí me ha tocado en gracia la musa más tonta de todas, y eso me duele. Porque, si te das cuenta, lo hago yo todo. No inspiras, no amparas, no dices nada. Simplemente odias, desde la distancia, sin llegar jamás a contestar, sin lanzar señales, dando por hecho que estoy loco. Pero... ¿Acaso tú no ansías ser artista? ¿Acaso tú no debías profundizar en el alma de los demás? ¿Qué te crees? ¿Quién te crees? Condenada majadera, que te vendes sublime y bonita, cuando eres una diva con los brazos peludos, una escarcha mañanera en el cristal, imposible de rascar, pero que no muestra nada, aunque impida ver, aunque joda tanto.


A lo largo de los años me he esforzado por buscarte en los textos. Aquí estoy. Con una novela antes de los treinta. Siendo profesor con veinticuatro. Seré doctor en unos meses, por mis cojones, y se da la casualidad de que he hecho las cosas bastante mejor de lo que piensas. No mato gatos y no los dejo en la puerta de nadie. No acoso, ni se me fue la pinza todavía. Vivo, madrugo, escribo y, en mis ratos libres, que son pocos, maldigo que jamás tuvieras el coño lo suficientemente bien afilado como para tomarte otro café conmigo, para tratar de entender las cosas, para ser mujer cuando verdaderamente eso se esperaba de ti.


Muchas veces aparco muy cerca de donde tomé mi primer café. Veo el cartel que señala tu urbanización y pienso siempre que, si supieras dónde vivo, llegarías a creer que lo hice por ti, que persigo tu estela, que no he sabido ni he podido tenerte ausente. Jamás has sido importante. Tú, querida musa, eres lo que evocas, no lo que eres. Me importan un bledo tus manos o tus brazos peludos. Solo tu símbolo, de un amor platónico, de lo que pudo ser, del querer algo que no se tiene, es lo que te aporta algo de valor y de belleza. Por ti misma, tú, eres una niña cobarde, hija de papá y de mamá, que tiene demasiado dinero como para entender las verdades eternas. Que tiene demasiadas dudas como para encontrar el amor, como para ser feliz por mucho tiempo, que se esfuerza demasiado por ser alternativa, por sentirse única. Dime de qué presumes y me estarás diciendo, en realidad, lo que no eres. Tú no eres nada. Tú nunca serás nada. Por eso presumes tanto.


Algún día aparecerás en los libros de texto. Esa será la venganza. No será por ti, pues no pintas tan bien, ni eres tan buena restauradora. Algún día saldrás en una esquina diminuta de mi biografía y te querrás morir, si no estás muerta ya, por aparecer junto a alguien a quien tanto odiaste. Y tú... ¿De qué te quejas? Tuviste la oportunidad de alumbrar algo puro... y la jodiste. Ahora, en este extraño momento, supuro las ideas y paso a tener claro que mi venganza, porque la habrá, nada tiene que ver con el dolor. Ni físico, ni anímico. Mi venganza, querida musa, va a consistir en que tú jamás podrás olvidarme. Y seguirás mirándome toda la vida con miedo y con rencor, mientras que yo, constantemente, te lanzaré señales torpes, inanes, envueltas de luz y de sombra. Seré la mejor versión de mí mismo, ya lo verás. Lo verás. Y te joderá tanto... que llegarás a obsesionarte por mí tanto como yo me obsesioné de ti.


El equilibrio es imposible

miércoles, 23 de marzo de 2011

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A veces miro a mi alrededor y no soy capaz de soportar tanta belleza. Es un hecho que me resulta absolutamente incomprensible.

Me fascina la textura de las piedras que, una a una, conforman las calles del Albaycín. Y me cuestiono, incrédula, cómo puede variar tanto un mismo lugar simplemente por el tipo luz que recibe o según mi propio estado de ánimo.

Ahora mismo, mientras escribo frente a la Alhambra, con el Darro corriendo a mi izquierda, decenas de personas pasan, pasean y pesan sobre estas mismas piedrecitas que yo estoy mirando fascinada.

Para algunos, estas piedras no son más que un soporte. Pisan una, y luego otra, y atraviesan los Tristes sin pena ni gloria.

Para otros, apenas unos pocos elegidos, esas piedras son, en sí mismas, un fin. Me refiero a personas que durante años sueñan con llegar aquí, vivir en este lugar regalarse un fin de semana con las vacaciones de su vida entre estas piedras.

Pasa una chica corriendo. En su mente: dolor, esfuerzo, respiración, ánimos, música demasiado alta, palpitaciones, sudor, repeticiones… Un paso tras otro, y luego otro más. Rutina. Las piedras taladran sus pies y moldean su figura. La veo contornearse frente al sol hasta que sólo queda su recuerdo y su sombra. Como Ícaro, hoy alguien voló demasiado cerca del sol.

En mi mente, una peonza gira indefinidamente y yo la comparo con la vida. Me planteo si, en caso de que la peonza tuviera consciencia, pensaría que tiene que parar para estar en equilibrio, o por el contrario será consciente de que su equilibrio es el movimiento, y parar implicaría consumirse para siempre.

Así somos las personas, y así se construye mi equilibrio: En forma de movimiento continuo. Girando y tambaleándome de extremo en extremo.

Irónicamente, cuando me siento desordenada y todo va demasiado de prisa, siento miedo e intento pararme de golpe, dejar de girar y rendirme ante el vértigo… ¡Como si esa opción existiera realmente!

La quietud es la muerte. La calma, sólo un descanso en el camino.

El equilibrio es imposible porque no existe. Cada segundo el agua corre, parpadeo, cojo aire, mis células hacen cosas de células, varios músculos de tensan con el simple gesto de esbozar una sonrisa o mover el bolígrafo, la gente pisa las piedras y estas se desgastan un poco más que el momento anterior. Todo está en constante movimiento y cambio, y perseguir la quietud es perseguir la muerte. Al igual que ocurre en la naturaleza, la vida sucede dentro y fuera de nosotros durante absolutamente cada instante en el que estamos vivos.