Tres días

domingo, 20 de febrero de 2011

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[Destrucción]
Just a little more, please

Llorar la pena. Llorarla hasta que no quede nada que llorar. Y luego, seguir llorando. Llorar por el gusto de sentir el agua nacer y caer. Llorar para que cada pequeño milagro me acaricie el rostro, como cuando tu mano fría se escurre de mi piel hasta el alma. Y entonces echarme a temblar. Llorar como si no hubiera gente en el mundo muriéndose de hambre. Llorar sin pasado y sin futuro, desconsoladamente, hasta el amanecer. Llorar como si no existiera en el mundo otra cosa que mi lágrima y yo. Llorar sin entender por qué se llora, sin que importe, sin pensar.

Y notar que el aire me quema, preso en la garganta, como cuando tus manos se anudan a mi cuello y te cuestionas si deberías desatarte. Sólo un segundo más, por favor.

Y sentirme inundada de contradicciones. Soy animal salvaje y fiero, y soy persona mansa y calma, áptera y estéril. Soy yo, la que busca un soplo de aire fresco y la que se niega a respirar. La que sólo quiere complacer, la que siente que no merece la vida que derrama entre sus lágrimas.

Llorar como si no hubiera agua en el mundo. Llorar tanto que las nubes dejen de llover por vergüenza de no ser capaces de llorar más que yo. Llorar sin abrazo, sin abrigo, sin ropa ni motivos. Llorar por haber llorado tanto.

Lloro para sacarme esta entraña astillada, la que tú mismo atrapaste como un perro a su presa. Aquella a la que tú le hincaste el diente. Cada vez más hondo. Inundándome de marcas y recuerdos. Cada vez más dentro. La que lleva tu nombre. Cada vez más daño. La que un día será cicatriz. Cada vez llegamos. La que te agarra a mí y a la certidumbre de que habrá una próxima vez. Cada vez más lejos. Una última vez.

Lloro porque nunca más, porque te odio, porque hasta siempre, porque qué más da. Porque te quiero, lloro, porque me lo puedo permitir. Porque cada día, irremediablemente, amanece.



[Vacío]

No saber lo que se busca. No entender lo que se encuentra. Sumergirse en un mundo de absoluta oscuridad. Desorden y caos. Quedarse mirando un punto en el horizonte y no ser capaz de reaccionar. Contemplar el paisaje desolado. No encontrar las palabras, ni los sentimientos. No existe un estímulo que pueda despertar la más mínima emoción. Sentirse paralizado por el miedo, por el terror más absoluto. No tener certezas, ni respuestas, ni preguntas. Olvidar todo lo aprendido hasta ese mismo instante. Dejarse envolver por la inercia. No buscar soluciones, porque ya no existe el problema. Se ha marchado. Y nada más. No hay espera ni esperanza. No hay vida. Vacío.



[Reconstrucción]

Ha florecido tu semilla

Esa tan oculta, tan camuflada, tan enterrada que ni yo misma era consciente de que existía. Esa que, al igual que pasó con la anterior, parecía más sórdida y perversa, pero eran sólo ramas que me despistaban de su presencia. La verdadera lección es otra muy distinta. La verdadera flor que hoy está naciendo, a la luz del sol, esa no tiene miedo ni debe ser ocultada.

Hoy quiero saberlo todo, de todo y de todos. Siento una curiosidad imposible de frenar hacia todo aquello que me rodea. Quiero entender todos los sentimientos, conocer todos los olores y ver amanecer la ciudad cada día con una luz distinta. Quiero empaparme de libros, películas, música y conversación. Quiero entender el blanco, el negro y todos sus matices. Quiero no parar de preguntarme por qué y no volver a sentir jamás que ya tengo todas las respuestas. Tengo sed de conocimientos, de diccionarios, de idiomas, de ritmos, de sabores, de geografía y de lágrimas.

Déjame saber de todas las alegrías y de todas las tristezas, que no hay mayor pena que sólo saber de risas. Llévame de un lado a otro para que pueda sacar conclusiones. Sácame de quicio, muéstrame la paz absoluta, enséñame a leer mapas y construir hogares. Ven a tomar el sol conmigo y háblame de rayos, ondas, vitaminas y gafas que se rompen. Cógeme de la mano y explícame por qué se me eriza la piel cada vez que me tocas.

Yo mientras tanto guardaré a la sombra, en mis sombras, otra flor. A ella no se le permite la entrada en los jardines del Edén.

La enormidad

viernes, 18 de febrero de 2011

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Estoy a punto de firmar un contrato para editar mi primera novela. Ese papel, trazar un garabato sobre él, me da mucho miedo.

Hoy he madrugado de más. Es sábado y no estoy en Granada. En este momento si bajo la basura veo contenedores, asfaltos y un perro que se despereza. Hay abajo un camión de SUPERSOL en el que un hombre todas las mañanas escucha a Federico. Mi calle es fea. Solo que, de tarde en tarde, llega la primavera y a los árboles que la circundan les da por parir flores, como aquella montaña que parió un conejito. Es entonces un manto amarillo, de pétalos pisados, de esquirlas diminutas, que alientan los sueños de todos los residentes de esta burbuja burguesa, del campo de acción en el que siempre, desde que fui un cigoto con demasiados pájaros en la cabeza, crecí y traté de ligar.

Pero este instante ha sido precioso. Me he asombrado al balcón y me he conmovido como la primera vez. Ha salido el sol de un modo prodigioso. Me he sentido culpable, de hecho, de no haber presenciado este reflejo a lo largo de estos años. ¿Acaso tengo algo más hermoso que hacer? Desde el balcón de mi infancia, justo aquí, los primeros leños del día nos llegan revueltos de un halo dulce que acaricia la retina, que nos sabe inmortales, que nos hace creer que este sábado, que será como cualquier otro, es una puerta abierta a la inmortalidad, como cualquier otro. No sé describirlo. Salió y... ¡ya es de día! Como si se hubiera abierto una persiana descomunal que casi nadie ha presenciado, pues la ciudad aún duerme. Y yo, como un gilipollas, con la mirada dispersa, con los pájaros de mi cabeza batiendo alas, me he puesto a llorar con los pelos de punta.

Estoy a punto de firmar el contrato de publicación de mi primera novela y me ha dado por pensar que, siendo yo adolescente, en ese mismo balcón, salía por las noches a escribir. Pasaba sobre los folios tantas horas que al final no sabía distinguir el blanco de la oja y el blanco de mis hojos (sic). Tenía una tradición que jamás le he contado a nadie. Aguardaba en la baranda hasta que los muchachos del camión de la basura aparecían. Entonces ellos, que recorrían esta calle tan fea, en la que cuando bajo la basura no veo la Alhambra, vaciaban los contenedores de mierda, y yo sabía que había legado mi momento. En ese instante había llegado el momento de irme a la cama, siempre a la misma hora. Mi madre andaba en su quinto sueño y pensaba de mí que estaba loco. Pero yo veía la costelación del Nesquik en los posos de la leche, y sentía entre las sábanas que algún día sería escritor y que la gente me diría que escribía bien. Sentía que viviría en Granada, que besaría a mujeres bonitas, que tendría permiso para llorar, de forma desordenada, porque la gente siempre respeta el llanto de aquellos a los que consideran artistas.

Estoy más mayor, es innegable. Ahora, en este destello, he recordado todo aquello. Es muy probable que me haya acostumbrado a madrugar. Anoche los muchachos de la basura pasaron, pero yo no los escuché. Da fe de ello que los contenedores amanecen vacíos, y que todo espera el inicio de nuevas esperanzas.

Pienso yo que nadie, en este momento, puede ser más feliz que yo. Es cierto que dentro de un rato, cuando me toque vestirme, se me pasará. Llenaré todo esto de cosas por hacer, de multas de tráfico, de titulares de prensa, de exámenes repletos de faltas de ortografía. Es cierto que durará poco pero, precisamente por eso, me he echado sobre el ordenador como el notario marica que soy, siempre tan deseoso de relatar la constatación de mis estados de ánimo.

Supongo, me imagino, llegados a este punto, que la enormidad da tanto miedo porque todos hemos vivido momentos de felicidad antes. (Obviedad). ¿Acaso no me asusta dejar de sentirme como me siento ahora? Quizá sea solo eso.

Se abre la puerta. Alguien se ha despertado. Hubiera hecho bien apagando la luz. Por desgracia, ya es tarde. Aunque acabe de amanecer.

La despedida de Maria y Terence

jueves, 17 de febrero de 2011

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Estoy muerta de miedo, lo reconozco. Tengo miedo de escribir. No es porque el texto no vaya a salir bien y todo eso, o quizás sí, también. Tengo miedo de escribir porque vas a saber que tengo miedo de perderte. Porque lo leerás entre cada una de las líneas que yo dibuje con este malhecho y maltrecho trazo que hoy se derrama de mi pulso tembloroso.

Estoy muy tía hoy, tanto que no me aguanto ni yo misma. Y ahora debería escribir cosas sobre por qué él es el hombre perfecto, adorable y que lo entiende todo, aunque yo no me aguante, y por qué tú eres idiota y no te enteras de nada ni me comprendes. Pero todo eso da igual, porque yo no quiero escribir y tampoco quiero que me comprendas.

Yo sólo quiero echar a volar. Cogerte de la mano y saltar juntos al borde del precipicio. Sentir cómo me falta el aire cuando me inunda el vértigo, y esa primera caída frenética desde lo más alto. Sujétame fuerte para que pueda estarme quieta un minuto. Agárrame del pelo, hazme mirar el suelo y ayúdame a perder el control. Hoy no quiero saber quién soy. Guíame, domíname, déjame andar tras tus pasos. Quiero que lo seas todo para mí, que no exista más universo que el que va de tus pies a tu cabeza. Quiero tenerte tan cerca que seas lo único que mis ojos alcanzan a ver. Quiero que seas el único y quiero que tengas todo el poder. Quiero que seas capaz de destruirme.

Y cuando nos cansemos del sube y baja, quiero que me des un abrazo y nos olvidemos del mundo, una vez más. Una última vez más. Tan sólo respirar y dejarme llevar por la épica de los grandes momentos, de las despedidas y de los “nunca más”.

Un poema

martes, 15 de febrero de 2011

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Aquí, de pronto, en mitad de la noche,

del frío roto, terco, miserable y azuloso,

tu lumbre oxidada me recuerda el todo

que compone su pasión con los trozos de otras.


De la ropa tendida, de los labios preñados,

de miles de azogues portadores de nadie.

No hay, ni habrá: cervezas, flores, nudillos,

de susurros verdes y esquirlas sucios.


Y tú, de pronto, que me miras,

que me cambias la sal con tus heridas,

que esquilmas firme tus entrañas,

abrasando las bridas de mi alma.


Y tú, que cantas ronca, turbia y lenta,

que te tiras al suelo y la germinas,

la semilla del viento, luz que guía,

lánguida y firme, la paz de tu guadaña.


Cambia el veneno de tu copa,

pierde tu tiempo, dame el estaño,

perdona mi estrés de mercenario,

cala mi hombro con tu lluvia.

Fría.

Maldice mi sombra, con la luz de tu llanto.

Currículum vitae

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Soy Helena Invernón, de Málaga, aunque en este momento estoy estudiando magisterio en Granada. Ciudad de la que, por cierto, me declaro enamorada. Escribo prácticamente desde que tengo uso de razón y, como podrá comprobar a lo largo de este texto, nunca se me va una coma. Entiendo, desde mi forma de ver la literatura, que escribir es algo más que juntar letras. Escribir es alcanzar la precisión absoluta en cada una de las palabras que se eligen, no sólo a nivel de su significado, sino también en planos como la estructura, los dobles sentidos, la sonoridad o el ritmo. Cada palabra tiene su lugar y su momento, y corregir un texto no es más que resolver un puzzle en el que, en el instante preciso, el escritor siente que todo encaja y el proceso está finalizado.

Actualmente vivo en el Paseo de los Tristes con un escritor que lleva cinco años publicando en El Mundo. Añado este dato como aval de que realmente la literatura está presente en cada instante de mi vida, día a día, mes a mes. Conozco la magia del proceso creativo y la urgencia del producto comercial que sólo necesita unos arreglos, ya que soy consciente de que no todos los proyectos literarios tienen la misma finalidad y por tanto no siguen el mismo proceso. Comprendo la esencia de las palabras y también su fachada, su valor y su justa trascendencia.


Estas son mis herramientas, y con ellas me adapto al tipo de trabajo que de mí se requiera a cada momento. Soy responsable, ambiciosa y formal. Siempre cumplo con los plazos de trabajo, sea cual sea el precio. Para mí la presión no es un problema, sino un aliado que, como si se tratase de un jarro de agua fría, me mantiene despierta y eficiente.

Por todo esto, le pido una oportunidad. No estudio filología ni periodismo, como ya sabe, pero adoro resolver puzzles literarios. Ilusión, responsabilidad, fiabilidad, profesionalidad e interés: Esto es lo que le garantizo, a cambio de su voto de confianza.

A telón cerrado

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Casi todo es verdad. Las guerras son de verdad. El odio es de verdad. El rencor es de verdad. Es de verdad el rostro de todos los que mueren en el Atlántico tratando de venir a España. Es de verdad el dolor de las chicas que abortan y el de aquellas que vomitan para perder peso. Es de verdad la sangre de las mujeres maltratadas. Es de verdad la indiferencia de los que miran para otro lado. Es de verdad la mirada rota de todos los que se limitan a andar, que se arrastran, que son grises y cuya muerte no cambia nada.


Casi todo es verdad. Muere gente de hambre y sus cuerpos, que son de verdad, se descomponen, no dejando ni rastro. Las lágrimas son de verdad. Los suicidios son de verdad. Las lágrimas que caen en la tierra y que irrigan todos los campos de los que nada surge… son de verdad.


Casi todo es verdad. Es cierto: vas a ver una obra de teatro, pero casi todo en ella es verdad. Tú miras, escuchas una historia. Oyes música. Para ti será solo un paréntesis antes de volver con todo lo de siempre. Y, sin embargo, muchas personas viven cada día atrapadas entre los barrotes de ese paréntesis. Todos los que estamos aquí tenemos la opción de cambiar el mundo o de mirar para otro lado.


Esta historia va de ti y de mí. Piénsalo. ¿Cambiamos el mundo?


[La chica de blanco deja un ramo de flores en uno de los laterales del escenario. Ese ramo, tras la última escena, recaerá en los brazos de la actriz principal]


[TELÓN]

¿Pareja sin amor?

lunes, 14 de febrero de 2011

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Entiendo, seguramente como el resto de la humanidad, que la pareja es una de las cosas más importantes en la vida de las personas. Pero… ¿qué es lo que la hace tan especial?

En primer lugar, es innegable que existe una cuestión biológica. Un miedo a morirnos solos, un “necesito reproducirme” y un “dime que vas a estar a mi lado para siempre”. Por eso nos contamos mentiras y nos compramos promesas, con tal de mantenernos atados a la otra persona sólo un día más.

Pero bueno, dejando de lado la parte más cruel del asunto, me pregunto qué hace que mientras nosotros nos reímos porque acabamos de recoger un paquete de pegatinas de pies para pegar en el techo de nuestro dormitorio, el resto de parejas de una tetería se miren acaramelados, con las manos cogidas y sin decir nada. ¿Será que están enamorados? ¿Será que en realidad no saben de qué hablar, porque no hay nada que decir? ¿O será que fingen muy bien y en realidad sólo tratan de enmascarar su miedo a estar solos? Algo de eso debe haber.

Lo primero que me pasa por la cabeza es preguntarme dónde estarán estas felices parejitas dentro de unos años. ¿Discutiendo sobre de qué color debe ser el azulejo del baño? ¿Llevando a los críos a la guardería? ¿O quizás felizmente divorciados y buscando otros nuevos ligues a los que seducir y mirar románticamente? Es intrigante, la verdad.

Me planteo, tal y como funciona nuestra relación, que en realidad la gente no entiende nada. Me refiero a todo eso de “el amor es muy bonito”, “eres la persona perfecta” y “voy a estar a tu lado para siempre”. Todo mentira. Lo bonito es tener al lado a una persona con la que la vida tiene algo de sentido, con la que cada segundo es una aventura y con la que, simplemente, ocurren cosas cada día. Me importa un pimiento si mañana te vas, porque hoy hemos sido felices. No necesito que me cuentes, no-novio mío, que quieres envejecer a mi lado, porque yo sólo quiero ser feliz ahora y pegar pies en el techo para que todo siga en orden.

Supongo que simplemente son modelos de pareja y de vida distintos. La gente tiene lo que busca, así que no sería políticamente correcto decir que algo es mejor o peor que lo otro. Simplemente son maneras distintas para necesidades distintas. Pero bueno, hoy es San Valentín y yo tengo que escribir 3 textos, así que esta es la excusa perfecta para librarme de toda la empalagosidad y azucaramiento que he sufrido hoy. En el fondo no se me da bien ser políticamente correcta.

Se me ocurre pensar en voz alta sobre qué es lo que hace que nuestra relación funcione tan bien. Por un lado, como personas individuales tenemos una conexión que hace que cuando estamos juntos ocurran cosas. Debe ser la Magia. Por otro siento, y sé que tú también, que hemos construido una relación cada vez más sólida y estable. Pero estable no significa quieta. Estable significa adaptable, cambiante, algo así como un conjunto de energías administradas de tal forma que en lugar de chocar se unen para formar un engranaje compacto. Y fruto de ese engranaje nace una convivencia de sobresaliente que sobresale, como nosotros, que de repente somos populares. Pero bueno, sobre eso hablaré en el próximo capítulo, que ahora quiero darte un abrazo.

Culos y alambres

miércoles, 9 de febrero de 2011

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No me he vestido todavía. Son las seis y veinte y me espera el frío, la Cuesta, una hora de coche, dos clases, otra hora de coche, y un reencuentro contigo. Son las seis y veinte y todavía no estoy despierto, aunque esté escribiendo. Son las seis y veinte y sé que duermes en tu lado de la cama, mientras yo acaricio motivos nuevos para que vuelva a salir el sol. A ver si lo convenzo.

Haciendo no sé muy bien qué con C., prefiero no saberlo, te sentaste sobre tus propias gafas. Se rompieron los hilos que sujetan el cristal a la montura. Por ese motivo tan excéntrico, os fue necesario arreglarlo provisionalmente con un poco de alambre. Hace dos días, con la promesa de tomar unos buñuelos después, llegamos a una óptica. Al consabido "¿puede arreglarme las gafas?", el hombre respondió con una mueca del tipo Loca Academia de Policía. "Es el mejor arreglo que he visto en muchos años...". Y solo le faltó llamar al resto de sus compañeros, al hombre del cartel de "VENDO ORO" y a todos los transeúntes de PLAZA NUEVA para mostrarles lo bien que estaba hecho el arreglo casero. "Yo me tengo por mañoso... ¡pero yo no lo hubiera hecho mejor! ¿Estás segura de que quieres que te lo arregle? Te lo voy a dejar peor de lo que ya está...". ¡Qué cosas!

Ayer me di cuenta de que la convivencia es, entre otras cosas, comerte el culo del pan, aunque a ti tampoco te apasione. De hecho, creo que a nadie le apasiona, de ahí el mito. Bueno... a mí al menos me gustaba. Yo, cómo no, en otro tiempo, tuve una infancia. En esa infancia, lo juro, imaginaba un sándwich perfecto, formado por las dos rodajas extremas. Siempre me han gustado los amores imposibles, aquellos que requieren de una gran expiación. Eso sí, me comí la última corteza ayer con la certeza de que no siempre es todo como se desea, que la convivencia tiene mucho de comerte el culo del pan, aunque a ti tampoco te apasione... quizá porque te recuerda que todo se acaba.

Hemos comprado plantillas con forma de pisadas para ponerlas en el techo del cuarto. Como si alguien hubiera estado andando sobre él, por el techo. Alguien que ha tomado demasiado café. "El hombre alegórico que ha tomado demasiado café", diré. Me pregunto por qué dejé de contar cosas cotidianas, con lo chulo que está mostrar eso o explicar que estamos diseñando un cabecero para la cama y que no terminamos de ponernos de acuerdo sobre qué frase va a ir en él.

Son las seis y veintinueve y tú sigues durmiendo. Acabo de recibir un correo, otro más, sobre mi novela. Las de hoy son buenas noticias. Ayer PLANETA me dio calabazas, lo cual parecía lógico, aunque yo no quería creerlo, pero sigo a pocos días de firmar el contrato con otra Editorial. Me esperan muchas sensaciones nuevas, pero yo lo que siento en este momento es una mezcla de cansanción, dudas, miedo y, sobre todo, remordimiento. No hay quien me entienda. Ni yo mismo me entiendo.

Ayer te tocó a ti ayudarme. Y lo hiciste muy bien. Aguantarme, cuando me pongo así, no es fácil. Por ese motivo, te doy las gracias. Antes de salir a trabajar. Antes de coger el coche y marchar para la gasolinera del turno, quería decírtelo.

Ya voy tarde.

Sonaba mejor en mi cabeza

lunes, 7 de febrero de 2011

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Hay una cierta magia en las ideas que aún no han sido paridas. No tienen forma ni aroma, sólo esencia. Reconozco que me da miedo ponerme a escribir. No hablo de cuando aún no he empezado ni de cuando ya tengo la primera mayúscula. Hablo de ese preciso instante intermedio en el que me siento ante la hoja, en blanco, y cojo aire dispuesta a dejarme caer por el precipicio. Es como si todo el universo se detuviera de repente dispuesto a esperarme, ansioso de mi palabra. Como si todo fuera importante. Entonces el cursor me saca de mi letargo. Parpadea expectante devolviéndole ritmo al tiempo y tratando de sonsacarme alguna palabra humilde o el comienzo del mejor texto de todos los tiempos, quién sabe.

Me da vértigo no encontrar la palabra exacta, no alcanzar a entender si se requiere una coma o un punto, no ser capar de formar una estructura adecuada para alojar aquello que quiero transmitir. Así como en arquitectura los edificios tienen columnas y arcos, entiendo que los textos tienen sus pilares y sus estructuras básicas, que no todo es el contenido sino que también hay mucho de forma. Por tanto, escribir un texto no es sólo pintarlo bonito, sino también edificarlo, cimentarlo y lograr que tenga una cierta coherencia y cohesión. Vaya, últimamente siempre acabo hablando de cosas sólidas y estables, parece que me he hecho un propósito de perfección: hacer las cosas, nunca mejor dicho, despacio y con buena letra.

Me da miedo no ser capaz de plasmar lo que tengo en la cabeza. Escribir algo y que ni yo misma lo entienda, que no se parezca a lo que yo visualizaba. Me da miedo porque implica que no me entiendo, que no he podido sacarlo porque no lo comprendo con claridad. Me da miedo porque cuando escribo a veces no soy yo, y otras lo soy más que nunca. Y en esas otras, el folio se convierte en un espejo en el que uno ve, a veces, más de lo que necesita. Me da miedo escribir porque implica fracasar. Porque mi mente conoce sensaciones, aromas y texturas para los que no consigo encontrar palabras, porque a veces el papel se me queda pequeño y otras yo misma me quedo grande y porque esta vez, como tantas otras, sonaba mejor en mi cabeza.

Y tú, a mi lado

sábado, 5 de febrero de 2011

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Entiendo que la convivencia funciona si compartimos con la otra persona lo mejor de nosotros mismos. Ahora, en este momento, pienso en lo bien que escribes y en que cada vez se parece más nuestro estilo, a la hora de exponer nuestras vivencias sobre este blog. Ni yo, creo, si me tapas el subtítulo, sabría dilucidar qué es tuyo y qué es nuestro. Siento, lo siento de veras, que nuestras palabras son nuestras, que nuestros textos son, en fin y a la postre, de los dos.

Recuerdo la noche en que cruzaste la ciudad para darme un abrazo. Aida se había negado a cogerme el teléfono y tenía una multa de trescientos euros que todavía no he pagado y que seguramente me embargarán de la nómina. Yo temblaba como un bebé. Recuerdo que, a pesar de estar al borde del colapso, me sentía vivo. Tenía la impresión de que todo, en nuestro universo, era (y es) apasionante. Y ya has aprendido a vivir de ese modo tan poco cuerdo, tan esquizoide, dotado de tanto desorden, descomunalmente disperso, de notas con listas de tareas por hacer. ¿Qué más? Ya cumples y madrugas. Madrugas poco, pero madrugas. Y has aprendido a jugar al ajedrez, y ya me ganas, pues las paso canutas para ver un golpe táctico que tú no hayas visto previamente. Mi hemisferio cerebral derecho está para poner botellines de cervezas Alhambra encima.

Poco me queda por enseñarte. En ese mundo, que diseñé sin conocerte, que fermenté contigo, que levantamos juntos, como la tele, que hemos sembrado, sombreado y recogido, no he guardado secretos. No me quedan cantautores, más allá de MANUEL CUESTA o de CARLOS CHAOUEN, con los que poder sorprenderte. Los que están por venir, que los habrá, serán nuestros. Porque ya, en este punto, para aportarte algo más, he de aprenderlo contigo... o de ti. Porque a veces, a qué negarlo, siento que te enseño cosas que he aprendido de ti. En ese movimiento de pescadilla que se auto-deglute. Sí, así es: sacamos lo mejor de nosotros mismos por el propio placer de descubrírselo al otro. Y descubrir es quitar el velo, mostrar, y adquiere a tu lado un sentido pleno, pues te lleno el fregadero de platos y la conciencia de entrañas. Te lleno el pasillo, en caso de haberlo, de maletas abiertas, de restos de ropa desordenada, que precisan ser desveladas, obviando que mi desorden, ese tan mío, te mantiene en orden, por esos avatares presurosos que demuestran que para todo yim hay un yang.

Sobre el alero, en este sábado de fútbol en la tele, de variables por trazar, sobre el friso del portátil, me siento en deuda contigo, por enseñarme tanto. Has de saber que tu esfuerzo, tu ansia por mejorar, tu forma de sostener mis ánimos, la introversión de tu liturgia, siempre tan rica y fecunda, me hace sentir por ti lo que Conge siente por Frigo. Me hace sentir que, en fin y a la postre, estamos juntos porque el mundo, de no compartirlo, molaría mucho menos de la mitad. Eres, ni más ni menos, mucho más de la mitad de este universo que es mi vida, que anuda mis pies a la tierra, cuando me salgo de madre, que me devuelve la inmortalidad cuando pierdo el cielo. Tú, y solo tú, configuras mi entorno, mi eterno retorno, siempre a la espera de un abrazo, a la vuelta al hogar. Tú, y solo tú, eres mi vida, parte y todo, un manantial de luz y de esperanza.

Y ahora, llegados a este punto, con todo por recorrer, con las manos manchadas de tu bondad, con el ansia propia de codiciar tus tetas, por pura suerte, vigilia, bendición y anhelo, corto las cuerdas, que prenden mis alas, de querubín áptero, de ángel gilipollas, y te miro a los ojos de forma directa. Con gratitud y con paz. Te quiero mucho, Helena. A día de hoy, te lo aseguro, eres lo mejor que tengo en la vida.

Luces y sombras

jueves, 3 de febrero de 2011

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"Mirá tu antorcha cómo se difumina a lo lejos y arde"


Helena significa luz, luz de luna en griego. Y creo que en mi mundo y en mi forma de hacer las cosas todo está muy relacionado con la luz y con las sombras. Cuanta más luz proyecta uno más sombras lleva por dentro. Más oscuridad, más profundidad, más miedo, más vértigo.



[Las sombras]


Básicamente, en la vida hay dos tipos de personas: Los ganadores y los perdedores. Yo, a pesar de que fui educada en la derrota, sigo fracasando cuando intento dejarte marchar porque, en el fondo, nunca he tenido buen perder sí, es irónico, pero hasta perder te sale mal


El problema de perder es que te acabas acostumbrando. Lo normalizas, lo asimilas y, en el fondo, lo usas como una excusa con la que alimentar tu propia compasión y callar tus ansias de volar —maldito áptero…—. Tu único consuelo es creer que algún día te olvidarás de que hay vida más allá de arrastrar las alas y aprenderás a conformarte. Al fin y al cabo, no nos engañemos, la felicidad no es para todos.

Pero claro, imagínate que, de repente, un día te ves convertido en un ganador. Coño, qué vértigo, sí que acojona —bueno, no te confíes, que tú todavía no has ganado nada, algo saldrá mal en algún momento. Recuerda que ganar no es una opción real para ti…— Qué rápido va todo, ¿y si me caigo?Sí, tienes razón, quizás sería mejor parar, ahora que aún estás a tiempo…—.


Desconfianza. Falta de autoestima. Pesadillas. Cansancio y tristeza. Miedo. Inseguridad. Sensación de inferioridad. Demasiadas necesidades —y pocas ambiciones—. Por no hablar de esta maldita bipolaridad que me está volviendo loca —¡oh!, vamos, no te pongas así. No somos bipolares, simplemente convives abiertamente con todas tus facetas interiores—.


Éstos, mis miedos. Éstas, mis sombras.



[La luz]


“Las estrellas brillan sin preocuparse de la opacidad de los planetas.”


Y mientras yo escribo sobre mis sombras, maldigo y protesto por mis debilidades, a una estrella se le han alineado los planetas de camino a la compra. Un Casio suena, como todos los días a esta hora, mientras pienso en su maldición: No hay posibilidad de error porque perder no es una opción. No hay lugar para las manos temblorosas sobre su cuerda floja. Duerme tranquilo porque sueña cuando está despierto. Todo desde el momento en el que nació está claro. Una meta, un camino y un paso tras otro. Y si acaso le flaquearan las fuerzas, tal y como su dios le prometió, pide y se le concede. Siempre más y siempre mejor. La maldición hecha genialidad. ¡Brillante!


Éste, el elegido.