Y tú, a mi lado

sábado, 5 de febrero de 2011

|
Entiendo que la convivencia funciona si compartimos con la otra persona lo mejor de nosotros mismos. Ahora, en este momento, pienso en lo bien que escribes y en que cada vez se parece más nuestro estilo, a la hora de exponer nuestras vivencias sobre este blog. Ni yo, creo, si me tapas el subtítulo, sabría dilucidar qué es tuyo y qué es nuestro. Siento, lo siento de veras, que nuestras palabras son nuestras, que nuestros textos son, en fin y a la postre, de los dos.

Recuerdo la noche en que cruzaste la ciudad para darme un abrazo. Aida se había negado a cogerme el teléfono y tenía una multa de trescientos euros que todavía no he pagado y que seguramente me embargarán de la nómina. Yo temblaba como un bebé. Recuerdo que, a pesar de estar al borde del colapso, me sentía vivo. Tenía la impresión de que todo, en nuestro universo, era (y es) apasionante. Y ya has aprendido a vivir de ese modo tan poco cuerdo, tan esquizoide, dotado de tanto desorden, descomunalmente disperso, de notas con listas de tareas por hacer. ¿Qué más? Ya cumples y madrugas. Madrugas poco, pero madrugas. Y has aprendido a jugar al ajedrez, y ya me ganas, pues las paso canutas para ver un golpe táctico que tú no hayas visto previamente. Mi hemisferio cerebral derecho está para poner botellines de cervezas Alhambra encima.

Poco me queda por enseñarte. En ese mundo, que diseñé sin conocerte, que fermenté contigo, que levantamos juntos, como la tele, que hemos sembrado, sombreado y recogido, no he guardado secretos. No me quedan cantautores, más allá de MANUEL CUESTA o de CARLOS CHAOUEN, con los que poder sorprenderte. Los que están por venir, que los habrá, serán nuestros. Porque ya, en este punto, para aportarte algo más, he de aprenderlo contigo... o de ti. Porque a veces, a qué negarlo, siento que te enseño cosas que he aprendido de ti. En ese movimiento de pescadilla que se auto-deglute. Sí, así es: sacamos lo mejor de nosotros mismos por el propio placer de descubrírselo al otro. Y descubrir es quitar el velo, mostrar, y adquiere a tu lado un sentido pleno, pues te lleno el fregadero de platos y la conciencia de entrañas. Te lleno el pasillo, en caso de haberlo, de maletas abiertas, de restos de ropa desordenada, que precisan ser desveladas, obviando que mi desorden, ese tan mío, te mantiene en orden, por esos avatares presurosos que demuestran que para todo yim hay un yang.

Sobre el alero, en este sábado de fútbol en la tele, de variables por trazar, sobre el friso del portátil, me siento en deuda contigo, por enseñarme tanto. Has de saber que tu esfuerzo, tu ansia por mejorar, tu forma de sostener mis ánimos, la introversión de tu liturgia, siempre tan rica y fecunda, me hace sentir por ti lo que Conge siente por Frigo. Me hace sentir que, en fin y a la postre, estamos juntos porque el mundo, de no compartirlo, molaría mucho menos de la mitad. Eres, ni más ni menos, mucho más de la mitad de este universo que es mi vida, que anuda mis pies a la tierra, cuando me salgo de madre, que me devuelve la inmortalidad cuando pierdo el cielo. Tú, y solo tú, configuras mi entorno, mi eterno retorno, siempre a la espera de un abrazo, a la vuelta al hogar. Tú, y solo tú, eres mi vida, parte y todo, un manantial de luz y de esperanza.

Y ahora, llegados a este punto, con todo por recorrer, con las manos manchadas de tu bondad, con el ansia propia de codiciar tus tetas, por pura suerte, vigilia, bendición y anhelo, corto las cuerdas, que prenden mis alas, de querubín áptero, de ángel gilipollas, y te miro a los ojos de forma directa. Con gratitud y con paz. Te quiero mucho, Helena. A día de hoy, te lo aseguro, eres lo mejor que tengo en la vida.

0 comentarios:

Publicar un comentario