Culos y alambres

miércoles, 9 de febrero de 2011

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No me he vestido todavía. Son las seis y veinte y me espera el frío, la Cuesta, una hora de coche, dos clases, otra hora de coche, y un reencuentro contigo. Son las seis y veinte y todavía no estoy despierto, aunque esté escribiendo. Son las seis y veinte y sé que duermes en tu lado de la cama, mientras yo acaricio motivos nuevos para que vuelva a salir el sol. A ver si lo convenzo.

Haciendo no sé muy bien qué con C., prefiero no saberlo, te sentaste sobre tus propias gafas. Se rompieron los hilos que sujetan el cristal a la montura. Por ese motivo tan excéntrico, os fue necesario arreglarlo provisionalmente con un poco de alambre. Hace dos días, con la promesa de tomar unos buñuelos después, llegamos a una óptica. Al consabido "¿puede arreglarme las gafas?", el hombre respondió con una mueca del tipo Loca Academia de Policía. "Es el mejor arreglo que he visto en muchos años...". Y solo le faltó llamar al resto de sus compañeros, al hombre del cartel de "VENDO ORO" y a todos los transeúntes de PLAZA NUEVA para mostrarles lo bien que estaba hecho el arreglo casero. "Yo me tengo por mañoso... ¡pero yo no lo hubiera hecho mejor! ¿Estás segura de que quieres que te lo arregle? Te lo voy a dejar peor de lo que ya está...". ¡Qué cosas!

Ayer me di cuenta de que la convivencia es, entre otras cosas, comerte el culo del pan, aunque a ti tampoco te apasione. De hecho, creo que a nadie le apasiona, de ahí el mito. Bueno... a mí al menos me gustaba. Yo, cómo no, en otro tiempo, tuve una infancia. En esa infancia, lo juro, imaginaba un sándwich perfecto, formado por las dos rodajas extremas. Siempre me han gustado los amores imposibles, aquellos que requieren de una gran expiación. Eso sí, me comí la última corteza ayer con la certeza de que no siempre es todo como se desea, que la convivencia tiene mucho de comerte el culo del pan, aunque a ti tampoco te apasione... quizá porque te recuerda que todo se acaba.

Hemos comprado plantillas con forma de pisadas para ponerlas en el techo del cuarto. Como si alguien hubiera estado andando sobre él, por el techo. Alguien que ha tomado demasiado café. "El hombre alegórico que ha tomado demasiado café", diré. Me pregunto por qué dejé de contar cosas cotidianas, con lo chulo que está mostrar eso o explicar que estamos diseñando un cabecero para la cama y que no terminamos de ponernos de acuerdo sobre qué frase va a ir en él.

Son las seis y veintinueve y tú sigues durmiendo. Acabo de recibir un correo, otro más, sobre mi novela. Las de hoy son buenas noticias. Ayer PLANETA me dio calabazas, lo cual parecía lógico, aunque yo no quería creerlo, pero sigo a pocos días de firmar el contrato con otra Editorial. Me esperan muchas sensaciones nuevas, pero yo lo que siento en este momento es una mezcla de cansanción, dudas, miedo y, sobre todo, remordimiento. No hay quien me entienda. Ni yo mismo me entiendo.

Ayer te tocó a ti ayudarme. Y lo hiciste muy bien. Aguantarme, cuando me pongo así, no es fácil. Por ese motivo, te doy las gracias. Antes de salir a trabajar. Antes de coger el coche y marchar para la gasolinera del turno, quería decírtelo.

Ya voy tarde.

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