Requiem para los vivos

domingo, 31 de octubre de 2010

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- El otro día fui a comprarme mi disfraz de halloween. Vamos a hacer una fiesta.
- ¿Una fiesta? ¿Y eso?
- Pues… por nada en especial. ¿Tú no te disfrazas?
- No. Yo no tengo nada que celebrar.


A raíz de esta conversación, que tuvo lugar hace un par de días, empecé a cuestionarme ciertas preguntas sobre el día de todos los santos. ¿No es curioso que elijamos un día al año para acordarnos de nuestros difuntos, y ese día acabe convirtiéndose en una fiesta de disfraces? Es injusto que no seamos capaces de respetar tan sólo esas 24 horas al año en las que hemos acordado honrar y tener presentes a los que ya se fueron. Es realmente cruel que no signifiquen nada para nosotros esos 1440 minutos que son tan largos y dolorosos para aquellos que sí sienten que este día es para recordar y llorar a los que no están.

Será que la muerte ya no nos duele y los funerales son una fiesta con tantos disfraces como halloween. Será que es más importante pasarlo bien y festejar los inventos americanos sin cuestionarlos, que dar las gracias a aquellos que nos hicieron existir. Será… qué se yo.

Quizás tenga sentido, sí. Le lloramos al perro cuando se pierde o al novio de turno cuando nos deja, pero enseguida nos olvidamos de aquellos a los que tanto lloramos en el velatorio. Debe ser que ya hemos adquirido una comprensión tan plena sobre la muerte que no nos afecta. O quizás es que ya no nos afecta nada porque estamos un poco muertos.

Hablando de gente que está un poco muerta. ¿Qué hay de los que siempre llegan tarde, los que pierden el tren, los que andan con la cabeza y las alas bajas, los que desaparecen, los que no aguantan el ritmo, los que arrastran los pies por el suelo, los que no dan la cara ni la talla? ¿Acaso esos no se merecen un funeral? Mira a tu alrededor. El mundo entero está lleno de caras pálidas, de muertos de hambre de abrazos; de ojeras secas, devastadas como un campo de trigo por el que nunca corrió una lágrima; de manos, puños y corazones cerrados que contienen y causan dolor; de seres inanimados que deambulan por la ciudad sin mirar atrás, ni tampoco adelante. Muertos vivientes que no sienten, sólo asienten y padecen su mal.

Por todos ellos sí me compadezco. Por los de los nichos no, para esos ya no hay vuelta atrás.

Himno a la vida

sábado, 23 de octubre de 2010

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Me gusta acostarme con la cabeza revuelta de pájaros, como los aledaños de un aeropuerto. Me gusta encontrar botellas rotas a los pies de la cama, botes de medicamentos, un cerco de pus sobre los vasos, que tiran piedras al letargo fugaz de esta madrugada rota. Me gusta medir los pasos y descubrir que van muchos, que me fui de más, que avancé hasta el lugar desde el cual es imposible regresar. Me gustan las heridas que no recuerdo haberme hecho. Me gustan las mujeres a las que no recuerdo haber besado. Me gustan los barrancos y asomar el coche demasiado. Me gusta marcar tu piel de tiralíneas, romper los muebles del IKEA, tirar las instrucciones del montaje de aquella mesa de madera sobre la que tratamos de hacer el amor, olvidando que tenía ruedas, o que nuestros cuerpos pesan demasiado.

Me gustan los charcos, porque reflejan las estrellas. Me gustan las cadenas, porque romperlas da placer. Me gustan los pelos que derramas sobre mi cama porque me recuerdan que estuviste a mi lado. Me gustan las garras, los rasguños, las alarmas, la fiebre turca que añade su espesura de paz a las noches de invierno. Me gusta el frío porque me aproxima a tus aledaños cálidos, a la proximidad sugerente de tus manos, del cartapacio que me impide perder los papeles. Aunque me gusta perder los papeles, claro, y perder el tiempo, y perderme en el tiempo, y dar de comer a esta madrugada los motivos que encuentro para llorar, para prender las antorchas diminutas con las que inflamas la ciudad cada noche.

Óyeme, no estés triste, ni lejos. Creo verte y toco tus miserias y silueta en la espesura.

Mientras te beso alcanzo a recordar que no lo he hecho todavía. Alcanzo a recordar lo lejos que estamos todavía de estar cerca. Mientras te beso recuerdo que no estás a mi lado, que carece de sentido decir que te tengo aquí, cuando no estás. Me gusta dejar a la mitad, las palabras, los parajes, pues las parejas y los silencios siempre nos dejan a medias. Y no sé qué más. Algo hay. Un sonido roto, en mitad de la noche, que me recuerda que ha llegado el momento de meterme en la cama para olvidarme de golpe del golpe, mientras cae el telón, mientras las tablas se rompen, del delirio granate de esta estación preciosa. Mi estación. Mi punto de partida. Tú.

Confesión

sábado, 16 de octubre de 2010

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No soporto a la gente que tiene miedo a volar. Perdón, a VOLAR. No soporto a esos que arrastran los pies a ras del suelo cabizbajos sin importarse de las estrellas, los planetas y los sueños. A esos que andan sin el compromiso de que un paso implique otro después, a los que vagan sin rumbo, a los que pierden el tiempo y mi tiempo.

No, de verdad que no me interesa saber qué viste ayer en la tele ni que me hables de tu última camisa. ¿Por qué eres tan triste? Es más, me irritan tus resoplidos, tus malas caras, tu falta de gana, que siempre vayas a medio gas. Y me irrita mucho no te irrite todo esto.

Te odio durante cada momento de tu vida en el que no sacas lo mejor de ti mismo, que no creas tu propia historia, que pasas desapercibido, que no alzas una palabra por encima de otra, que apenas ni respiras para que no sienta que estás ahí.

Me saca de mis casillas la gente que no se esfuerza, que no tiene capacidad de sufrimiento, que no ve más allá ni anhela un futuro grande. Los que nacen cansados y mueren cansinos. Los mantenidos. Los que se quejan ante el trabajo, los nuevos retos, los plazos de entrega y los compromisos. El “no puedo”, que no es otra cosa que “no quiero”. La mediocridad.

Vamos, di algo, lo que sea. Grítame, háblame de tus mejores insultos, arrástrame contra el suelo y demuéstrame que no tengo razón. Arriesga. Quiero sentir que estás ahí, que existes.

No soporto a la gente vulgar.

Gato y araña

jueves, 14 de octubre de 2010

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Cubre el pueblo una neblina torpe. Distingo los contornos de los edificios, los trazos finos de los pasos de las aves, de los contadores de luz, las sirenas suaves, de caderas anchas, de colas puntiagudas, con la frente repleta de humedades y de granos. Miro la brisa, como el loco que padece sinestesia. Araño un clarividente escorzo de sombra, de lumbre, de alumbre, que me arrulla y me desgrana. Me agrado, me limpia, mirarme desde fuera, como el guerrero victorioso que dejó a un lado la muerte y se decantó por vivir de pie, como si pudiera dormirse de pie, como si los verdaderos sueños, los más íntimos, se cimentaran de pie.

Vuela alto. Solo busco una mujer que vuele, tampoco pido tanto. Vuela alto. Nadie, en esta estación, en este otoño grave, comatoso, bien parecido (al invierno), resuena con voz nueva, como si las palabras importaran algo sin un tono adecuado. Vuela alto. En grises y blancos, tonos marrones, con algún turquesa, con algún quejido, violeta, como los labios que impregna el frío, de un pato roto, que naufraga en alguna maceta, de paquetes sin protección, sin soledad, sin bendición, sin fe. Vuela alto. Signifique lo que signifique. Como si mañana, ese mañana bien parecido (a hoy), fuera a ser un día nuevo, sin tanta niebla, sin tanto frío, sin el letargo propio de este otoño de mierda.

No me gusta la gente que se siente superior. Me encanta la gente que es superior, pero no me gustan los listillos. Y tú, óyeme, eres una listilla. Tú te crees mejor que tú, cuando fuiste tú la que compró acciones de mi vida baratas. Yo, cuando tú llegaste, no era nada. Estaba roto, rendido, herido y gastado. (Por no ser no era ni yo mismo). Entonces llegaste, con tu culo bonito, con tu halo de mujer fatal que ni ha leído tanto ni tiene polvos maravillosos. (Ni echa polvos fantásticos, creo). Y como yo estaba echo polvo, me dejé comprar y vendí mi productor barato, como si no tuviera pedigrí, como si no fuera un ave rara que te supera en vuelo, en fuerza, en potencia y resistencia. Pues yo sí echo polvos y tengo polvos mágicos. Yo sí hablo desde dentro y he leído lo que he leído, pero aparento menos de lo que soy porque mi certeza última es demasiado potente para ti, zorra fiel, cabeza de mosquito, croqueta sin relleno, que solo tienes el rebozado y tú, en ti misma, estás empanada por tu propia protección, que no te deja ver tu falta de relleno, ese relleno que finges tener tan dentro, está sin cocer, tan sin hervir. El único relleno que no te falta es el de la copa de tu sujetador. Te falta un hervor, aunque estés buena.

Lamento la rabia, pero no la retiro. La rabia es un medio de expresión como la pena o el llanto, como la vida misma. El llanto lo entiendes mejor, porque la gente torpe comprende hasta la pena. La rabia no se puede comprender porque es políticamente incorrecta. Porque es políticamente incorrecto te vomito mi rabia y te construyo desde la rabia un personaje turbio, como tus ojos diminutos. Eyaculo sobre lo políticamente correcto porque tengo fe, esa fuerza que sé que algún día me llevará a conquistar mis propios sueños, mientras tú seguirás eternamente tejiendo y destejiendo, como una Penélope sin pene, estúpida, ojerosa, cansada de vivir, pero sin valor para saltar, para tirarte del barco o para tirarte a alguien del barco.

Eres los rescoldos de una hoguera del Carranza apagada por las meadas de los borrachos al llegar el alba. Eres el plástico tirado de un Kinder Sorpresa, que no llevaba en su interior embarazo alguno, ni regalo por montar. Eres la huida de un hurón condenado a muerte: escapar de la caja para morir en una esquina por pura ataraxia, vagueza existencial, asqueado de su propia podredumbre. Eres, en ti misma, la ataraxia amarga del replicante que jamás llegó a enfrentarse con su creador. Eres, sin lugar para las duda, la peor versión de ti misma, la menos elegante, la menos lucida. Solo un cacho de carne con dos tetas bien puestas y con miles de dudas que jamás serás capaz de afrontar porque te falta valor para reconocer cuán imperfecta eres.

Tú no sabes volar. Eso es todo. Lamento el tono. Tú no tienes la culpa de ser incapaz de volar. El problema, y eso sí te lo reprocho,

Temporada de castañas y recuerdos

martes, 12 de octubre de 2010

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Hoy paseando por mi querida Gran Vía he visto un puesto de castañas que me ha recordado que, como todos los años por estas fechas, ya están de temporada. El otoño es con diferencia mi época más nostálgica del año. Puedes sentarte frente a un árbol y observarlo y notarás como con cada hoja llorada cae también un recuerdo tuyo.

Esta tarde, tras impregnarme del olor del puesto de castañas, me senté frente a un árbol. Esta vez no cayó ninguna hoja, sin embargo lloré y el árbol recordó y se estremeció con el viento de esa forma tan nostálgica que hace que uno pierda la noción del tiempo.

De pequeña me encantaba comer castañas en invierno y mi abuela siempre solía llevarme a comprar un cartucho al atardecer, cuando sonaban las campanas de misa. Luego pasábamos por la puerta de la iglesia y ella le guiñaba a la Zamarrilla y me sonreía, y entonces yo sentía que todo saldría bien porque algo nos protegía.

Recuerdo tus dedos negros por el carbón que soltaban las cáscaras al pelarlas, y que siempre comprábamos para las dos pero al final me las pelabas y me las dabas todas porque a mí me encantaban. Recuerdo tu alianza en el anular. Siempre le guardábamos una castaña al abuelo para dársela al llegar a casa, pero él no podía masticarla porque no tenía dientes. Tus arrugas, un auténtico mapa de la vida. Tus manos, roídas de trabajar y sacar adelante a los tuyos, siempre abiertas para dar sin pedir a cambio.

Recuerdo ir cogidas del brazo por el barrio, tú presumiendo de nieta y yo presumiendo de abuela. Recuerdo llegar a casa y acostarme pensando en que ojalá llegase pronto la tarde siguiente para volver a bajar a por castañas.

Ahora que la última misa a la que asistí fue a la de tu funeral pienso que quizás ya no me gusten tanto las castañas y que quizás la Zamarrilla nunca haya sido santa de mi devoción. En realidad lo que adoraba era ese momento de intimidad, el compañerismo, las conversaciones, tu forma de abrigarme, tu sonrisa ante los malos momentos, tu fortaleza y coraje, tu apoyo y ese amor incondicional que sólo tú sabías darme.

Te extraño


Helena Victoria Invernón Martín

Prototipo de canción (derechos registrados ya)

martes, 5 de octubre de 2010

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Planeo por los estados

de la conciencia alterados,

conduzco sin echar cuentas,

oculto está en la maleza

un pelotón de mosquitos

que celebran una fiesta:

van dando palmas y gritos

brindan con sangre de orquesta.


ESTRIBILLO

Como amores de mosquitos,

que mueren y vuelan deprisa,

que pican al cielo en la noche,

ardiendo remotos, tejiendo condenas,

madera de estrellas fugaces


Como amores de mosquitos,

que se nutren de la brisa,

que bañan las lunas del coche,

dejando su sombra, escombro de arena,

talando mosaicos lunares.

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Estaciono frente al vado

casi entro contramano

conduciendo casi a ciegas

el cristal está de pena

han muerto diez mil mosquitos

he despertado sus penas

he sepultado sus gritos

dejo muertos en la acera.


***ESTRIBILLO***


Todo lo que no he amado

querido, sentido y luchado,

si se envejece la vida,

si nos derrumba en tres días,

se pudre lo que guardamos,

los sentimientos se olvidan,

cambio líneas de mi mano

para repetir partida.

Madres e hijas

sábado, 2 de octubre de 2010

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Esta tarde estando en el supermercado presencié una curiosa y cotidiana escena sobre la que no me he podido resistir a escribir. Las actrices protagonistas son dos madres con sus respectivas hijas, de unos 5 ó 6 años, haciendo cola en la caja para pagar. En esta escena una de las mujeres le pide a su hija que se esté quieta y vaya con ella, a lo que la pequeña, meneando la cabeza, le responde que no de una forma que me pareció un poco sistemática. Entonces la otra madre de forma instintiva, como para tantearla, hace lo mismo con su niña y la llama; pero ésta le responde que sí y le da la mano. Las dos mujeres se miran con cara de resignación y la segunda madre, para compensar a la primera por su sensación de frustración como educadora, se limita a cambiar de tema y halagar el color tan bonito de su blusa nueva.

¿Qué triste, no? La verdad es que me llama muchísimo la atención esta última parte, casi tanto que me escandaliza. ¿En qué momento los padres han olvidado que a ser padre también se aprende? ¿Qué clase de actitud es esa de evadir el tema hablando de cosas triviales en lugar de tratar de pedir ayuda y buscar consejo? Bueno, tengo que aclarar que la actitud de las niñas me parece de lo más natural. Los niños pequeños tienen que aprender a decir “no” y a tantear las situaciones para saber medirlas y comprender qué es correcto e incorrecto, y la forma que tienen de hacer esto es practicando a lo largo del día a día.

Lo que realmente me parece preocupante es la actitud de incomprensión e indignación de la madre, que parece no entender que su hija esté haciendo algo tan bonito como es experimentar y buscar la línea exacta en la que se sitúan sus límites. Quizás deberíamos tener más presente que nuestro papel de adultos con respecto a los niños pequeños, sean nuestros hijos o no, es ejercer de lo único que ellos no tienen, ya que es una cuestión ética y social: Una consciencia capacitada para diferenciar lo bueno de lo malo y preparada para medir y asumir las consecuencias de sus actos.

Por último, ya que he analizado el comportamiento de la hija, me voy a detener a analizar también el de la madre. ¿Qué es lo que ocurre para que se sienta mal? Bajo mi punto de vista, el problema no es la respuesta de la niña sino el sentimiento de inferioridad que la madre siente con respecto a su amiga, ya que ésta aparentemente sí “domina” a su hija. Qué malas son las comparaciones. ¿Y qué nos dice su forma de reaccionar ante el problema? Creo que esta situación, como casi todas en realidad, sólo tiene dos posibles soluciones: Aceptar la respuesta como válida o hacer comprender al niño que ha ido más allá del límite y que esa puerta aún no puede cruzarla. Habrá quien sostenga que a los niños hay que disciplinarlos y enseñarlos a obedecer y por tanto la madre tenía la obligación de regañar a la pequeña. Yo personalmente soy de la opinión de que los niños tienen el deber de experimentar y moverse por el máximo número de registros posibles aunque a veces esto suponga desafiar a la figura de autoridad que tengan más cerca.

Eso sí, hay que ser consecuente con uno mismo, y aquí es donde nace el sentido de este texto. Tanto una solución como la otra son perfectamente válidas y respetables, pero lo que me parece intolerable es que la madre elija la opción de aceptar el “no” como respuesta valida y no disciplinar a la pequeña mientras se siente mal por ello y piensa que está educando mal a su hija. Ya que los niños tienen el deber de experimentar, los padres tienen el deber de educar. Y educar significa enseñar a aprender, a medir, a avanzar y también a frenar. En definitiva, educar significa fomentar un criterio lógico y a la vez particular que garantice que esa personita en un futuro podrá usar su sentido común para sobrevivir.

Huelga de celo(s)

viernes, 1 de octubre de 2010

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Después de cinco o seis noches quedando, y después de que le había mandado tres o cuatro mensajes diciéndole que me gustaba, le hice una insinuación más directa y ella me respondió... ¡que en ningún momento me había dado indicios de tener por mí ese tipo de interés! Me he indignado mucho. Es que verás, volvemos a lo de siempre. Me siento terriblemente utilizado. Como ella no conoce a más gente en la ciudad, me asigna funciones que no me corresponden. Ella sabe lo que yo quiero y, pese a todo, sigue en la misma línea. Y cuando por fin le digo lo que quiero yo, encima se indigna. Es inaceptable. Inadmisible. Mi amistad vale mucho y yo se la doy a quien yo quiero.

Pero el ser humano es egoísta y muchas mujeres son egoístas y orgullosas. Y estoy cansado de sentirme utilizado, de llenar huecos, de ser querido para escuchar problemas y chorradas. No me lleva a ningún lado. Porque a mis amigas las escojo yo y sois todas una bendición del cielo, las mejores del mundo. Estoy harto de que cuando una tía me gusta trate de ser mi amiga. Estoy cansado. No lo voy a tolerar. No lo voy a aceptar. No voy a dejar que me suceda más. Y si tengo que tratarlas con la punta del pie, o dejarlas con la palabra en la boca, lo haré. Si he de ser desagradable, cortante, dejar los correos sin contestar, pienso hacerlo. Si he de ser como el resto de tíos de la tierra para que se vea que quiero lo mismo que el resto de tíos de la tierra, pienso ser como el resto de tíos de la tierra. Porque estoy hasta los mismísimos de ser tratado como una "amiga" por mujeres que me interesan.

Para mí la amistad es mucho más valiosa que un rollo, lógicamente. Pedir amistad a alguien a quien has negado un rollo es como tratar de cambiar un CASIO por un ROLEX e indignarte porque no te dan lo que tú deseas. Desde hoy, me voy a volver misógino. Y no quiero conocer mujeres, más allá de las amigas que ya están. No quiero que entre nadie. No quiero conocer a nadie. No quiero entrarle a nadie. Estoy harto de aguantar contradicciones, de aguantar sus neuras, de justificar cosas que no son justificables, de fingir que escucho lo que oigo, de fingir incluso que me interesa. Estoy harto de hacer de consejero, de transmitir confianza, aunque ellas busquen a alguien que les trasmita seguridad, o de acompañarlas a las camas de otros. Estoy harto de aconsejar sobre las reacciones de otros tíos, de escuchar historias rancias, que ellas piensan que son originales, pero que no valen ni para envolver pescado en el mercado.

Desde este momento, me declaro en huelga. Para según qué gente, dejo de estar disponible.