Himno a la vida

sábado, 23 de octubre de 2010

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Me gusta acostarme con la cabeza revuelta de pájaros, como los aledaños de un aeropuerto. Me gusta encontrar botellas rotas a los pies de la cama, botes de medicamentos, un cerco de pus sobre los vasos, que tiran piedras al letargo fugaz de esta madrugada rota. Me gusta medir los pasos y descubrir que van muchos, que me fui de más, que avancé hasta el lugar desde el cual es imposible regresar. Me gustan las heridas que no recuerdo haberme hecho. Me gustan las mujeres a las que no recuerdo haber besado. Me gustan los barrancos y asomar el coche demasiado. Me gusta marcar tu piel de tiralíneas, romper los muebles del IKEA, tirar las instrucciones del montaje de aquella mesa de madera sobre la que tratamos de hacer el amor, olvidando que tenía ruedas, o que nuestros cuerpos pesan demasiado.

Me gustan los charcos, porque reflejan las estrellas. Me gustan las cadenas, porque romperlas da placer. Me gustan los pelos que derramas sobre mi cama porque me recuerdan que estuviste a mi lado. Me gustan las garras, los rasguños, las alarmas, la fiebre turca que añade su espesura de paz a las noches de invierno. Me gusta el frío porque me aproxima a tus aledaños cálidos, a la proximidad sugerente de tus manos, del cartapacio que me impide perder los papeles. Aunque me gusta perder los papeles, claro, y perder el tiempo, y perderme en el tiempo, y dar de comer a esta madrugada los motivos que encuentro para llorar, para prender las antorchas diminutas con las que inflamas la ciudad cada noche.

Óyeme, no estés triste, ni lejos. Creo verte y toco tus miserias y silueta en la espesura.

Mientras te beso alcanzo a recordar que no lo he hecho todavía. Alcanzo a recordar lo lejos que estamos todavía de estar cerca. Mientras te beso recuerdo que no estás a mi lado, que carece de sentido decir que te tengo aquí, cuando no estás. Me gusta dejar a la mitad, las palabras, los parajes, pues las parejas y los silencios siempre nos dejan a medias. Y no sé qué más. Algo hay. Un sonido roto, en mitad de la noche, que me recuerda que ha llegado el momento de meterme en la cama para olvidarme de golpe del golpe, mientras cae el telón, mientras las tablas se rompen, del delirio granate de esta estación preciosa. Mi estación. Mi punto de partida. Tú.

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