Gato y araña

jueves, 14 de octubre de 2010

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Cubre el pueblo una neblina torpe. Distingo los contornos de los edificios, los trazos finos de los pasos de las aves, de los contadores de luz, las sirenas suaves, de caderas anchas, de colas puntiagudas, con la frente repleta de humedades y de granos. Miro la brisa, como el loco que padece sinestesia. Araño un clarividente escorzo de sombra, de lumbre, de alumbre, que me arrulla y me desgrana. Me agrado, me limpia, mirarme desde fuera, como el guerrero victorioso que dejó a un lado la muerte y se decantó por vivir de pie, como si pudiera dormirse de pie, como si los verdaderos sueños, los más íntimos, se cimentaran de pie.

Vuela alto. Solo busco una mujer que vuele, tampoco pido tanto. Vuela alto. Nadie, en esta estación, en este otoño grave, comatoso, bien parecido (al invierno), resuena con voz nueva, como si las palabras importaran algo sin un tono adecuado. Vuela alto. En grises y blancos, tonos marrones, con algún turquesa, con algún quejido, violeta, como los labios que impregna el frío, de un pato roto, que naufraga en alguna maceta, de paquetes sin protección, sin soledad, sin bendición, sin fe. Vuela alto. Signifique lo que signifique. Como si mañana, ese mañana bien parecido (a hoy), fuera a ser un día nuevo, sin tanta niebla, sin tanto frío, sin el letargo propio de este otoño de mierda.

No me gusta la gente que se siente superior. Me encanta la gente que es superior, pero no me gustan los listillos. Y tú, óyeme, eres una listilla. Tú te crees mejor que tú, cuando fuiste tú la que compró acciones de mi vida baratas. Yo, cuando tú llegaste, no era nada. Estaba roto, rendido, herido y gastado. (Por no ser no era ni yo mismo). Entonces llegaste, con tu culo bonito, con tu halo de mujer fatal que ni ha leído tanto ni tiene polvos maravillosos. (Ni echa polvos fantásticos, creo). Y como yo estaba echo polvo, me dejé comprar y vendí mi productor barato, como si no tuviera pedigrí, como si no fuera un ave rara que te supera en vuelo, en fuerza, en potencia y resistencia. Pues yo sí echo polvos y tengo polvos mágicos. Yo sí hablo desde dentro y he leído lo que he leído, pero aparento menos de lo que soy porque mi certeza última es demasiado potente para ti, zorra fiel, cabeza de mosquito, croqueta sin relleno, que solo tienes el rebozado y tú, en ti misma, estás empanada por tu propia protección, que no te deja ver tu falta de relleno, ese relleno que finges tener tan dentro, está sin cocer, tan sin hervir. El único relleno que no te falta es el de la copa de tu sujetador. Te falta un hervor, aunque estés buena.

Lamento la rabia, pero no la retiro. La rabia es un medio de expresión como la pena o el llanto, como la vida misma. El llanto lo entiendes mejor, porque la gente torpe comprende hasta la pena. La rabia no se puede comprender porque es políticamente incorrecta. Porque es políticamente incorrecto te vomito mi rabia y te construyo desde la rabia un personaje turbio, como tus ojos diminutos. Eyaculo sobre lo políticamente correcto porque tengo fe, esa fuerza que sé que algún día me llevará a conquistar mis propios sueños, mientras tú seguirás eternamente tejiendo y destejiendo, como una Penélope sin pene, estúpida, ojerosa, cansada de vivir, pero sin valor para saltar, para tirarte del barco o para tirarte a alguien del barco.

Eres los rescoldos de una hoguera del Carranza apagada por las meadas de los borrachos al llegar el alba. Eres el plástico tirado de un Kinder Sorpresa, que no llevaba en su interior embarazo alguno, ni regalo por montar. Eres la huida de un hurón condenado a muerte: escapar de la caja para morir en una esquina por pura ataraxia, vagueza existencial, asqueado de su propia podredumbre. Eres, en ti misma, la ataraxia amarga del replicante que jamás llegó a enfrentarse con su creador. Eres, sin lugar para las duda, la peor versión de ti misma, la menos elegante, la menos lucida. Solo un cacho de carne con dos tetas bien puestas y con miles de dudas que jamás serás capaz de afrontar porque te falta valor para reconocer cuán imperfecta eres.

Tú no sabes volar. Eso es todo. Lamento el tono. Tú no tienes la culpa de ser incapaz de volar. El problema, y eso sí te lo reprocho,

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