Temporada de castañas y recuerdos

martes, 12 de octubre de 2010

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Hoy paseando por mi querida Gran Vía he visto un puesto de castañas que me ha recordado que, como todos los años por estas fechas, ya están de temporada. El otoño es con diferencia mi época más nostálgica del año. Puedes sentarte frente a un árbol y observarlo y notarás como con cada hoja llorada cae también un recuerdo tuyo.

Esta tarde, tras impregnarme del olor del puesto de castañas, me senté frente a un árbol. Esta vez no cayó ninguna hoja, sin embargo lloré y el árbol recordó y se estremeció con el viento de esa forma tan nostálgica que hace que uno pierda la noción del tiempo.

De pequeña me encantaba comer castañas en invierno y mi abuela siempre solía llevarme a comprar un cartucho al atardecer, cuando sonaban las campanas de misa. Luego pasábamos por la puerta de la iglesia y ella le guiñaba a la Zamarrilla y me sonreía, y entonces yo sentía que todo saldría bien porque algo nos protegía.

Recuerdo tus dedos negros por el carbón que soltaban las cáscaras al pelarlas, y que siempre comprábamos para las dos pero al final me las pelabas y me las dabas todas porque a mí me encantaban. Recuerdo tu alianza en el anular. Siempre le guardábamos una castaña al abuelo para dársela al llegar a casa, pero él no podía masticarla porque no tenía dientes. Tus arrugas, un auténtico mapa de la vida. Tus manos, roídas de trabajar y sacar adelante a los tuyos, siempre abiertas para dar sin pedir a cambio.

Recuerdo ir cogidas del brazo por el barrio, tú presumiendo de nieta y yo presumiendo de abuela. Recuerdo llegar a casa y acostarme pensando en que ojalá llegase pronto la tarde siguiente para volver a bajar a por castañas.

Ahora que la última misa a la que asistí fue a la de tu funeral pienso que quizás ya no me gusten tanto las castañas y que quizás la Zamarrilla nunca haya sido santa de mi devoción. En realidad lo que adoraba era ese momento de intimidad, el compañerismo, las conversaciones, tu forma de abrigarme, tu sonrisa ante los malos momentos, tu fortaleza y coraje, tu apoyo y ese amor incondicional que sólo tú sabías darme.

Te extraño


Helena Victoria Invernón Martín

2 comentarios:

Silvia dijo...

Preciosa la entrada. Me ha gustado ver a una Helena sensible y frágil.

Se van... Pero nunca su recuerdo.

Helena Invernón dijo...

Gracias por pasarte por aquí y dejar tus comentarios, Silvita. Me alegro de que te gusten los textos.

Mantenerlos en el recuerdo es la mejor forma de hacer que sigan vivos. Ellos se lo merecen más que nadie porque un día, hace ya muchos años, lo dieron todo por nosotros.

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