La Nacional

domingo, 4 de septiembre de 2011

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Antes me ha dado por evitar la autopista. He recordado que tú siempre decías que te aburría. Te gustaba más la Nacional porque corren los coches en ambos sentidos y ese reto evitaba que perdieras la concentración.

Esta carretera, con sus curvas y con sus baches, me ha hablado de ti. Me ha recordado que muchas veces los retos nos sientan bien. Nos ayudan a crecer. Nos ayudan a vivir. Nos construyen y nos motivan como una buena crítica. A tiempo.

He tomado la Nacional. Iba solo y escuchaba la voz del GPS advirtiéndome de que no había tomado el camino correcto. Sin embargo, estaba en el lugar adecuado. He recordado que masticabas chicle cuando conducías, que tu radio se escuchaba fatal porque la tiré al suelo el día mismo en que te la regalaron. Jamás me lo reprendiste. Jamás te quejaste. Y me enseñaste, con tu radio rota, que quejarse no sirve para nada cuando hay opciones de comenzar otra vez, de seguir luchando, de levantarte temprano y con más rabia. Eso me lo enseñaste tú y por ello tengo todo lo que tengo y soy todo lo que soy. Y ya pueden matarme a palos que jamás dejaré de luchar. Porque tú estás dentro de mí.

Sin embargo, hoy he sentido ganas de tomar un café contigo. Nunca me pasa, ya ves. Cuando era niño, cuando te marchaste, yo no tomaba café todavía. Tú y el café estáis en etapas diferentes de mi vida. Pero me ha dado por pensar en pedirte consejo, en juntar ambas etapas. ¿Te gusta ver mi nombre escrito sobre la portada de un libro? Estoy seguro de que me dirías que esto es un trabajo más, que si se me sube a la cabeza estoy perdido. Estoy seguro de que me dirías que vender libros es una estupidez porque lo verdaderamente importante es ser feliz mientras los escribes.

Hoy voy a comenzar a escribir mi tercera novela. Si Dios quiere, y los editores quieren, se publicará también. Hasta hoy no he sido capaz de dedicarte un texto. Jamás escribo sobre lo mucho que me diste ni sobre lo mucho que me quitaste. Hoy, por primera vez, al detener el coche, supe que eso tiene que cambiar. No tengo nada. Ni el título, tengo. Solo el hambre. Sin embargo, tengo claro que esta va a ser tu novela, aunque no se hablará de ti en ella, ni contaré todo aquello que vivimos.

Papá, esta es tu novela, pero esta es la única página de todo el libro que muestra algo verdaderamente mío. Me gusta ficcionar porque le das la vuelta a la vida y resucitas a los muertos, enamoras a los vivos, gestionas el tiempo y administras el amor. Ante todo, y sobre todo, la literatura es mi forma de obtener y de regalar inmortalidad. Esa que tanto necesito. Escribiendo dejas constancia. Todo, absolutamente todo, te pertenece, incluso aquello que alguien te arrebató, lo que dejaste sin gastar o te quitaron demasiado pronto.

Las dedicatorias suelen tener dos o tres líneas, pero nunca se me dio demasiado bien la tarea de resumir. Ahora te necesito y no te tengo. ¿Cómo se plasma eso en una dedicatoria? ¿Pongo tu nombre y espero a que la gente se imagine el resto rebuscando en mi biografía y descubriendo que falta algo?

Quiero dedicarte esta novela. Porque me miro y en mis ojos veo los tuyos. Porque a veces, en días como hoy, le cojo miedo a los puntos finales. Porque a veces, en días como hoy,

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