Pajas mentales

domingo, 20 de marzo de 2011

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En líneas generales, en la vida existen dos tipos de cosas desazonantes: aquellas que son importantes y las que nos inquietan porque no tenemos nada mejor en lo que pensar en ese momento. A veces, por pura pereza, porque se nos ha olvidado cuál es nuestro verdadero objetivo, nos ponemos tristes de pronto pensando en algo, o en alguien, cuya importancia en nuestra vida es mínima. Dejamos de ver todo lo demás, se nos emborrona el horizonte unos instantes, y dejamos de sabernos felices, cuando todo está de cara.


Sospecho que el ser humano, si es un poco inteligente, se cansa de ser feliz demasiado rápido porque la alegría es más aburrida que la angustia. Es aburrido que todos los días nuestro ánimo sea constante y, por ese motivo, siempre tendemos a fabricarnos problemas. Las personas en estados pletóricos decidieron, en cierto momento, omitir estos conflictos y reservar fuerzas para las cosas realmente importantes, para los conflictos que verdaderamente requieren de nuestra concentración. Los admiro, pero pienso que me aburriría muy pronto, en caso de actuar de ese modo.


Creo, lo tengo asumido, que soy un poco tonto y autodestructivo. No soy capaz de pasar más de tres días con el mismo estado de ánimo. Y eso me hace buscar siempre dos perfiles de personas contrapuestos: las que molan y las que no podrían molar menos. Nunca estoy solo, pero siempre tengo a mi lado también a alguien que me rechaza, que me baja la autoestima; aunque de sobra sé que su valía es muy inferior a la mía, yo le concedo una importancia que no tiene. Lo hago, pienso yo, porque del conflicto surge la intensidad, porque los estados plenos lo son porque estamos “llenos”… y si estamos llenos, no podemos llenarnos más.


Busco, me temo, todo tipo de decepciones que me llevan a invalidar mi verdadera felicidad porque me aburre ser feliz todo el tiempo. He comprobado que todas las tardes de domingo me pongo triste, máxime cuando tengo que corregir, porque corregir es muy aburrido. Así que aparece una mujer sin nombre, o sin categoría nocional, que distribuye en mí una pequeña cuota de angustia, suficiente como para creerme frente a un escollo, a un desafío, a un problema. Y así corregir deja de ser el “objetivo” y estoy más entretenido, aunque también más fastidiado. Me gustan los problemas porque me activan las neuronas, como a todo el mundo. Pero creo que me paso. ¡Con lo fácil que sería todo si me dedicara a corregir, sin tanto drama, a hacer lo que tengo que hacer, sin tantas gilipolleces!


Envidio, en gran parte, a los pastores y a las peluqueras. Me acuerdo demasiado, últimamente, de aquel episodio de la “operación Crayola”, en que Homer concluye que es mejor dejar de ver, pues el mundo es más sencillo de ese modo, sin comprender tus verdaderos mecanismos de defensa (y de ataque). Será posible, pero no para mí, entender la vida de un modo más plano y más pleno, sin buscar lo que me conviene menos, precisamente porque me conviene menos.


Es una putada que te falte yim, en efecto. Follas más y te comes menos la cabeza.

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